El mundo se derrumba mientras Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se enamoran en Casablanca. Con esta premisa ha construido Manuel Vilas (Barbastro, 1962) la historia de su novela Los besos (Planeta, 2021), protagonizada por Salvador, un docente prejubilado que abandona la ciudad para irse a vivir a la sierra de Madrid, y Montserrat, la tendera quince años menor que él que colma de productos la despensa de Salvador y de esperanzas su corazón en medio de la pandemia. Sin embargo, ambos se verán –en toda la historia– tratando de amarse el uno al otro, intentando levantar algo entre la pasión y la belleza que, como todo, acaba encontrando su destino en la oxidación.
Pregunta: ¿Habría sido diferente la actitud de Monserrat y de Salvador sin la pandemia?
Respuesta: Yo pienso que sí. De hecho, incluso su amor probablemente no hubiera existido; estaba motivado por la huida de ese mundo gris que la pandemia producía. Además, ni se hubieran conocido. Se conocen por la pandemia. Salvador se ha ido a pasar unos días de descanso y ella está allí, regentando una tienda, y él tiene la obligación de ir a comprar a esa tienda. Y su amor nace también motivado por la pandemia, como un escape de ella. ¿Por qué tiene que ir una tendera a llevar comida a un cliente si no es bajo esa necesidad que se creó una pandemia?
Y Salvador se enamora de Montserrat en siete minutos. ¿Cómo es eso posible?
O en menos. Es una utopía. La novela plantea que casi es un acto de fe, pero es que si no existe el amor a primera vista, ¿qué nos queda? La vida es un acto de fe: la ilusión, la plenitud, la utopía, sentirnos un poco más allá de lo que vivimos a diario, que son nuestras obligaciones laborales y sociales… Entonces, este hombre, casi como un acto de fe, piensa –no se sabe si es voluntad o es verdad, un poco como Don Quijote– que enamorarse a primera vista es algo maravilloso. Esta mujer le fascina.
Tanto le fascina que le cambia el nombre y empieza a llamarla Altisidora.
Porque se ha vuelto cervantino. Está leyendo El Quijote, y como Don Quijote también cambia el nombre a su enamorada. Pero le pide permiso. Eso es una cosa especial.
Al contrario que Don Quijote, que no pidió permiso…
Quizá porque estamos en otro momento de la historia. Aquí hay una masculinidad traspasada por muchas cosas y es crítica. Salvador, a la hora de dar el primer beso, no quiere darlo; se siente incómodo tomando la iniciativa, que es siempre el lugar que se le ha dejado a la masculinidad en las relaciones amorosas; tiene que ser el hombre el que tome la iniciativa, pero él no quiere hacerlo. Quiere que sea ella quien decida todo.
El acto amoroso es violento porque es un acto de conocimiento, no solo de placer
Montserrat tiene un pasado y una expresión, cito, "en desacuerdo con el mundo". Ya lo dicen los dos municipales: mejor llamarla Montserrat y no Montse.
Ella es una mujer que acusa mucho que le hayan quitado sus libertades. Y luego, además, es una mujer con muchas heridas vitales, que viene de un divorcio y tiene un hijo (le han quitado la custodia). Es una mujer que ha sufrido, entonces tiene una cierta ferocidad, pero los municipales advierten que es una mujer bondadosa. De hecho, en la novela siempre aparece como una mujer bondadosa. También está deseando amar como él. Yo creo que esto es un poco fruto de gente de cierta edad que no tiene pareja y está deseando amar. A Salvador le viene pasando desde hace mucho y tiene un problema: a veces no sabe amar. Hay muchos seres humanos que quieren amar y no saben cómo, porque no se enseña en la escuela.
Salvador y Montserrat se pasan todo el rato intentando amar.
Yo creo que ella sabe más amar, porque ya ha amado, y él no; él es un idealista. Algunos lectores me dicen que él está enamorado del amor, pero que al ver que ella es una mujer imperfecta, como todo ser humano, huye despavorido. Hay un momento en la novela en el que ve una cosa de ella y huye, porque no concibe la imperfección.
¿Y por eso es tan pudoroso incluso en el sexo?
Porque es un romántico que quiere espiritualizar el amor. Le parece que nada debe ser vulgar, que en una relación sexual no debe haber en ningún momento vulgaridad, lo cual es muy difícil. Salvador es un tipo muy listo, porque él ve que el acto amoroso es un acto violento. Lo dicen los antropólogos y lo decía [Milan] Kundera en La insoportable levedad del ser. El acto amoroso es violento y ahora lo hemos convertido en muchas cosas y a veces lo hemos banalizado, pero es un acto terrible y violento, porque es un acto de conocimiento, no solo de placer. Ahí sí que yo estoy de acuerdo con Salvador, en restituirle al sexo esa fuerza primigenia de raíz de vida, de enraizar al sujeto con la vida misma, con el misterio de la vida, la creación de la intimidad, a mostrarse desnudo ante otro… Y eso, como momentos terribles y momentos de conocimiento, yo creo que está en la genética profunda del sexo y eso él lo quiere vivir casi como una especie de sentimiento espiritual. Estás espiritualizando el sexo. Pero eso no es malo, porque es muy romántico. O sea, para él el sexo no es una tontería, es algo muy importante, casi sagrado. La novela dice que este señor es un romántico, pero si nos cargamos el romanticismo, porque lo consideramos viejuno, demodé, anticuado e incluso reaccionario, ¿qué nos queda en cuanto a las ilusiones del amor?
¿El sexo está sobrevalorado?
A ver… Yo creo que el sexo, como conocimiento, está olvidado. Lo que hay es una una versión social, que está bien, muchas veces edulcorada, donde hay más postureo y es más una cuestión lúdica, de entretenimiento, una pasión que incluso se quiere frivolizar. El sexo sin compromiso, etcétera. Está a la orden del día. Por ejemplo, desde Oriente viene gente que le tiene miedo al sexo, gente que vive sola y decide estarlo… El sexo sigue siendo un problema grave. Llevamos tres mil años de historia y en cincuenta años el mundo ha cambiado en ciencia y tecnología, pero en este tema de la integración del sexo y la identidad de la persona y en el amor, estamos como hace tres mil años; sigue siendo motivo de sufrimiento, de angustia y de desesperación y de grandes decepciones. Nadie ha inventado nada. Y hay otro tema: lo que mucha gente hace es calmar ese vértigo aceptando llevar una vida sexual mediocre. Todo el mundo empieza una relación amorosa con mucho sexo, como debe ser, que se va oxidando y se pasa a otro momento en la relación, que es un momento donde hay complicidad, hay amistad, hay estabilidad, hay ternura… Con eso mucha gente ya tira quince o veinte años. Pero Salvador no quiere eso.
Renunciar es una acto de suprema elegancia, una especie de cortesía con la vida
Sin el deseo del hombre a la mujer (y viceversa), "alcanzaremos la libertad al mismo tiempo que la extinción", se dice en la novela.
Es brutal. La gente no se ha dado cuenta de ella. Es una frase terrible. Es la carga de profundidad más grande que hay en la novela. Sin duda.
Ya habías escrito sobre sexo en El luminoso regalo, pero era todo lo contrario a Los besos.
Era pornográfica, y Los besos es una espiritualización del amor. La pornografía no me interesa nada. Me interesó hace quince años, porque me pareció que ahí había algo importante en la condición humana. Pero yo soy un escritor que escribe en función de lo que está viendo. Creo que la civilización occidental no tiene nada superior que ofrecer a los seres humanos –donde haya belleza, plenitud, ilusión, utopía…– que el romanticismo y la idealización. Es verdad que la idealización acaba en la decepción profunda, pero una vida sin ideales también acaba en la decepción profunda. La novela tiene una disyuntiva pavorosa: si usted idealiza a su enamorado o a su enamorada, acabará decepcionándose. Pero si usted, en su vida amorosa, no consigue crear una utopía o una idealización, la vida le acabará decepcionando.
Salvador huye de Madrid a Sotopeña y teme decepcionar a Montserrat. ¿Es un cobarde?
Bueno, quiere pedirle matrimonio, construir algo con ella, pero no se atreve, le da miedo. A veces a mí el personaje también se me escapaba un poco. Esto que a veces decimos los escritores es verdad: los personajes a veces se nos escapan y van un poco por libre. Salvador tampoco es capaz de ir a por ella. Muchos lectores me preguntan por qué no va a por ella. Yo les digo que no lo sé, pero podía haber ido a por ella. ¿Por qué no muestra más voluntad de querer estar con ella? No lo sé. Es un fin de raza, es muy zen… No va a por ella. Entiende que le ha llegado ese regalo de la vida, la adora y tal, pero es verdad que cabría esperar de él una actitud más combativa por su amor.
¿Por qué Bill Murray no va a por Scarlett Johansson en Lost in translation?
[Risas] Bill Murray no va a por ella porque ya es mayor.
Pero el amor no tiene edad, ¿no?
Sí. Pero… Volviendo a Casablanca, cuando Humphrey Bogart le dice a Ingrid Bergman "ese hombre te necesita, tienes que irte con él" y hace una renuncia, es la renuncia más elegante que ha habido. Renunciar es un acto de suprema elegancia, una especie de cortesía con la vida. ¿Por qué renuncia a lo que se ha encontrado en la vida? Por un pacto secreto con la vida, donde se ve belleza y elegancia. Y con Humphrey Bogart, al final de Casablanca, piensas: "¿Por qué no te vas con ella? Tú eres Humphrey Bogart y ella es Ingrid Bergman, y ese hombre con el que se va será un idealista y será maravilloso, pero no nos interesa". Queremos que se quede con Humphrey Bogart, pero no se queda con él. Y no se puede quedar con él porque si se queda acabarían convertidos en un matrimonio [risas].
¿Significa esto que el matrimonio acaba con el amor idealizado?
¡Claro! De alguna manera está ahí el problema. Si Humphrey Bogart se queda con Ingrid Bergman, se van a casar y van a tener hijos… Y no queremos que eso pase, queremos mantener esa maravilla del erotismo espiritual, de la belleza, y no puede consumarse eso, no puede haber matrimonio.
No podemos decir entonces que en Los besos fueron felices y comieron perdices.
No, porque entonces se banalizaría y se convertiría en una relación convencional. Ahí está el tema. Gracias a esta charla he averiguado por qué no la persigue.
Tomo una cita de El Quijote: "Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama". Y dice además que el amor es el deseo de belleza.
Estoy completamente de acuerdo. Para Salvador, el amor es el deseo de belleza.
Salvador buscaba la belleza con los árboles, tú la buscabas en las pinturas de Miguel Ángel en Roma. ¿Dónde está la belleza?
Salvador está extendiendo el erotismo a todo lo que ve. Eso también tiene que ver con su edad madura. Ya no soporta la fealdad del mundo, sólo quiere ver belleza. Eso es mío, se lo doy yo al personaje, porque a mí eso me pasa [risas]. Creo que la belleza es un don de la vida. Verla en un árbol, en una casa bien hecha, en cualquier cosa que está bien hecha… No hace falta tampoco que sea la Capilla Sixtina, pero algo hecho con cariño y con cuidado ya es bello.
He conocido gente que ve a los muertos, no hablo mucho con ellos porque me ponen muy nervioso
Y al contrario, tenemos la Oscuridad, que viene por el personaje de Rafael Puig, un tipo algo turbio que Salvador conoce en 1981.
Es un personaje secundario, pero raro. En la novela, hay "algo" que Salvador sabe y que le introdujo el personaje Rafael Puig cuando eran jóvenes, en el año 81, que es el misterio de la vida. La oscuridad es una metáfora del misterio de la vida. Salvador piensa que hay cosas que tienen una naturaleza sobrenatural, que son misteriosas, como es la relación entre vivos y muertos, y que ahí hay un orden que el virus, además, ha puesto sobre el tapete. Como si la oscuridad hubiera despertado esas fuerzas extrañas y misteriosas de la vida. Lo estamos viendo ahora en ese volcán que acaba de estallar. Esa es la Oscuridad. La ciencia y la tecnología, desde hace cincuenta años para acá, vienen propagando un relato en donde se piensa que todo va a ser explicado y que todo tiene una naturaleza de carácter racional. Eso ha estado y sigue vigente. Está la naturaleza racional de todas las cosas, el relato científico, pero sin embargo la covid-19 nadie sabe qué es.
¿El enemigo invisible?
Hemos avanzado mucho en el conocimiento, pero sigue siendo una cosa enigmática. Como si de repente los relatos bíblicos pudieran volver a ser verosímiles. La Oscuridad en la novela es: las fuerzas misteriosas de la naturaleza y el misterio de la vida, que están dando vueltas por la novela como están dando vueltas por el mundo. Es la parte más esotérica. Como persona, yo he visto cosas que no tienen explicación. Acabo de venir de Suecia y Dinamarca y allí no se han puesto una mascarilla en toda la pandemia. ¿Por qué allí no se han puesto mascarillas? Parece que el virus haya puesto encima de la mesa –otra vez– misterios casi atávicos y primitivos sobre la fundación de la vida, el origen de la vida, el misterio de estar aquí… Esa parte más sobrenatural que hay en la novela y que representa ese personaje se llama la Oscuridad.
Rafael ve a los muertos, de hecho.
Sí. Yo he conocido gente que ve a los muertos.
¿Y les has preguntado cómo lo hacen?
No mucho, porque me ponen muy nervioso [risas]. A mí me interesa desde la literatura. Sí que he encontrado gente que ve a los muertos y como a cualquier ser normal estas cosas me ponen muy nervioso. Como escritor, he visto gente que tiene una sensibilidad muy aguda y que es capaz de ver cosas que los demás no vemos. La literatura hace un poco lo mismo; también intenta ver cosas que no vemos a primera vista.
Salvador hace una reflexión sobre los muertos y las fotos que se ocultaron de los ataúdes.
En todo el relato de los medios de comunicación y de la política sobre el virus había mucha incomodidad, sobre todo cuando llega el tema de la muerte. Ahí hay casi un problema de Filosofía. Socialmente no estamos preparados para la muerte. Si tú quitas las Humanidades de la educación, las proscribes y las escondes, dejas al ser humano sin recursos filosóficos y culturales para enfrentar los grandes acontecimientos de su vida, y uno de ellos es la muerte, que sin embargo está ahí. Nosotros, los escritores, lo que hacemos muchas veces a través de las novelas o de los ensayos es recordar que la muerte está ahí y tratar de contarla, describirla, precisarla… para que el lector lo recuerde. Hacemos como de recordatorio de los grandes temas de la vida que a veces la sociedad elimina de las pantallas porque son incómodos. Había también otra cosa con la pandemia, que era el luto con que los políticos hablaban de los muertos, una sensación de luto que era impostada. ¿Cómo hago para que me importe la muerte de alguien que no conozco? Entonces utilizamos el lugar común, hablamos de solidaridad. Cuando ves a los presidentes de gobierno salir contritos, tocándose el pecho, serios, solemnes, tratando de empatizar con los muertos… Tú como espectador ves una impostación allí; sabes que en realidad no les importan, porque lo que les han dicho es que les tiene que importar esos muertos si les importa su carrera política.
Al Narciso de Los besos se le ve en la cara que tiene el virus de la entropía.
Claro, porque empieza a envejecer. Se vio en [Barack] Obama. Yo creo que los presidentes de gobierno tienen un asesor de imagen que les dice que cada año tienen que pintarle una arruga más para que se vea el esfuerzo y el sacrificio con el que están dirigiendo un país, para que se vea que el gobierno de un país envejece, porque la responsabilidad deja sus rasgos en el cuerpo. Los vemos envejecer en el cargo y ese envejecimiento nos da seguridad, porque al verlos envejecer pensamos que están sacrificando su vida, su juventud o su edad madura al servicio de los demás. Salvador ve los telediarios y a los políticos y lo que ve es la construcción de carreras políticas: políticos diciendo lo que deben decir para que sus carreras políticas sigan siendo exitosas, y jamás dirán nada que ponga en riesgo el éxito de esas carreras políticas. Entonces, debemos confiar en que la construcción de esas carreras políticas, en algún momento, confluya con el bien común de la sociedad, lo cual es una ironía de la democracia.
Hay una fecha clave en la novela, el 3 de agosto de 2020, cuando Juan Carlos I sale de España.
Es un momento delicioso de la novela. Me encanta. Salvador, aparte de ser un enamorado, es un analista. Fíjate que ideológicamente está muy desubicado. Muchos periodistas me han preguntado por su arco ideológico, y Salvador está como mucha gente, en una especie de abismo ideológico haciendo fotos a lo que ve. Cuando se marchó el rey emérito, de repente hubo un montón de gente que salió diciendo que había salvado a España de la dictadura militar. Salvador se pregunta en la novela si salvó España o salvó su negocio, pero claro, gracias a que su negocio coincidió con la salvación de España, nos vino bien a todos. El negocio de Juan Carlos I fue España, y gracias a eso nos salvó a todos por salvar su negocio. La literatura tiene esta lateralidad, hace fotos a la realidad desde un ángulo inesperado. No lo hacen los analistas políticos, los politólogos o los sociólogos, porque estos puntos de vista parecen poco serios y son los de la vida, los de la novela, los de la cotidianidad, los de la observación de la calle… Si tú le cuentas esto a un politólogo, no lo podría decir, porque no lo podrá demostrar o tendría dificultades para decirlo. En cambio, desde la literatura sí se puede decir, y la literatura es el lugar de este tipo de verdades que además la gente necesita.
Por huir de España, ¿Juan Carlos I, en la novela, estaba siendo un cobarde?
La literatura tiene una gran capacidad de empatía, porque la literatura es la habilidad de un escritor para ponerse en el punto de vista de alguien a quien a lo mejor no le cae bien, pero la literatura le obliga a comprenderlo. El escritor está obligado a entender por qué se fue, a entender al demonio y a entender a Dios, entender el bien y entender el mal. De hecho, hay mucha literatura en que el escritor tiene que empatizar con el mal para poderlo comprender y representar o empatizar con el bien. El escritor no va a condenar, el escritor no es un moralista. El escritor es alguien que intenta comprender las cosas para así luego dárselas al lector y ensanchar el punto de vista. En realidad, lo que busca la literatura es un ensanchamiento del punto de vista de la realidad y eso es lo que le ha hecho históricamente necesaria e interesante, porque nos ampliaba el punto de vista. Y ahí, lo que pasa con el rey en la novela, intenta ampliar el punto de vista.
¿Dejar o que te dejen?
Salvador es un romántico. Él no dejaría, prefiere que le dejen, porque hay más belleza en que te dejen. Dejar es un acto violento, que te dejen es un acto de pura belleza. En la edad madura hay más belleza. En la edad juvenil puede haber trauma y drama, pero a la edad que tiene Salvador esa visceralidad está desapareciendo y está apareciendo otra cosa muy interesante, que es una especie de cortesía general con todo, como una especie de espíritu zen, donde todo está bien porque todo sirve a la vida. Si te dejan es porque la persona que te ha dejado ha encontrado a otro o ha encontrado otra cosa donde va a seguir disfrutando de la vida. Si tú la querías o lo querías, puedes pensar que está bien que te hayan dejado.
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