«Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica – la periodística – no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio».
No acostumbraba a escribir sobre sí mismo. Manuel Chaves Nogales, periodista sevillano del que este mayo se cumplen 72 años de su muerte, hablaba de los demás, y al hablar de ellos, a través de sus palabras podemos esbozar al hombre que fue. Este periodista, de raza extraña en su tiempo, con la bandera de la libertad y el oficio del periodismo como arma sobre la que construir una obra resurgió medio siglo después del exilio de la memoria al que fue sometido y es hoy uno de los mayores referentes del periodismo español.
A través de sus escritos en prensa - la mayoría transformados en libros - Chaves Nogales vivió más allá del olvido al que fue condenado por su país, una España a la que nunca pudo regresar de su exilio durante la Guerra Civil. Enterrado entre dos tumbas, cerca de la raíces de un árbol londinense, su mirada diáfana a través del tiempo le ha convertido en un nombre de culto, capaz de mirar por la diminuta rendija de una época de colores enfrentados la sensatez en un mundo que se hundía en la barbarie de la guerra.
Nacido el 7 de agosto de 1897 en la calle Dueñas de Sevilla, que él habría de definir como «triste y silenciosa», el joven periodista se formó en un entorno cultivado. De abuelo pintor, tío escritor y periodista, madre concertista de piano y padre académico de la Real Academia de las Buenas Letras, el niño que más tarde habría de obtener el prestigioso galardón Mariano de Cavia, por alquilar un avión para hacer un reportaje sobre la aviadora Ruth Elder a su paso por Portugal y España, acompañaba a su padre a la redacción de El Liberal, empapándose ya en su más tierna infancia del hacer periodístico. En este hacer se iniciaría en 1915 al entrar a formar parte de una redacción sobre la que en una columna en 1918 decía sentirse integrante de:
«una maquinaria en la que cada ruedecita, para ser eficaz, ha de girar con la gracia de la más omnímoda libertad, aunque realmente sujete sus revoluciones a todas las demás piezas».
Hasta 1922 trabajó en diferentes medios andaluces, cuando se fue a la capital a trabajar al Heraldo de Madrid. Para entonces ya había publicado su primer libro, Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos, y el ensayo La Ciudad. Su llegada a Madrid coincide con la dictadura de Primo de Rivera, una época de censura, en la que los periodistas del Heraldo decían: «Puesto que nos hacen divagar, divaguemos. ¿Sobre qué? Sobre cualquier cosa». Y escribía artículos tales como: 'Cómo se hace un diccionario'.
Y es que para Chaves el periodismo era algo más... y ese algo, que habría de encontrar el sevillano en la hazaña del avión Plus Ultra cruzando el Atlántico, le llevaría al periodista a ver en este aparato lo que otros no ven. Tras el Mariano de Cavia, en 1928 Chaves publica una serie de reportajes que acabarían convirtiéndose en uno de sus libros más importantes, La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, una obra en la que Chaves comienza con una declaración de principios de lo que es el periodismo, en el que criticaba la distinción establecida por Baroja de «periodistas de mesa y periodistas de patas», que hoy en día conviene traer a colación:
«Esto acaso fue cierto en el periodismo del siglo pasado, cuando los campos no estaban deslindados como hoy y en las redacciones había unos tipos literatoides o politicoides que querían ser académicos o directores generales sin fuerzas para ello y que navegaban al socaire del periódico, asistidos por unos pobres diablos menesterosos que les llenaban las hojas, aportando noticias redactadas con una prosa auténticamente vil que se retribuía con setenta y cinco pesetas de sueldo al mes y una especie de patente de corso. El periodismo no es esto. Parece mentira que aún sea necesario decirlo. Pero todavía, cuando se habla de virtudes periodísticas, la gente es incapaz de aquilatarlas, piensa en virtudes embozadamente literarias, científicas o filosóficas. Y no es eso.
Aquel buen hombre analfabeto que antes iba a los ministerios a recoger las notas oficiosas no tiene entrada hoy en las redacciones».
Y es que Chaves defendía el periodismo moderno, el gran reportaje: aquello que citaba Stendhal de que para escribir una gran obra primero hay que vivirla. Chaves quería contar lo que veía, lo que pasaba. Pero esta posición le granjeó algunas polémicas, como la discusión, vía columna, con Mariano Benlliure y Tuero, el que lamentaba la pérdida del periodismo de ideas y acusaba a Chaves de parte de la responsabilidad por este nuevo periodismo. El reportero sevillano defendería entonces la independencia de los periodistas frente a los periódicos que mantenían a columnistas que fueran el reflejo de la voz, legítima, de su medio.
Chaves defendía el periodismo moderno, el gran reportaje: aquello que citaba Stendhal de que para escribir una gran obra primero hay que vivirla
En La vuelta a Europa en avión, Chaves Nogales realiza una serie de crónicas sobre su paso durante varios meses por la Rusia bolchevique, diez años después de la revolución. Para realizar el viaje alquilaba un junker - un tipo de avión - y al piloto en una época en la que muchos viajes en avión no se culminaban en vida. Durante su trayecto, en muchas ocasiones se perdió contacto con el periodista, al que creyeron muerto en una ocasión, para semanas después desmentir dicha noticia contactando con la redacción, ya que había sufrido un accidente y había quedado incomunicado. En estas crónicas, de las que en la polémica con Benlliure y Tuero diría que se avergonzaba un poco de haber opinado y definido tanto, Chaves cuenta a través de un prisma de objetividad la situación de Rusia que él ve. Son crónicas 'de experiencia', lo que cuenta es lo que ve, aunque sus textos están atravesados por la reflexión:
«Más que la discusiones teóricas del partido y que las estadísticas, más que todas esas disposiciones gubernamentales que los bolcheviques adaptan a millares sobre el papel, me interesa la realidad, la obra viva, lo que en realidad pueda haber llegado hasta el fondo de estos valles y a la cima de estas montañas».
Pese al lamento durante la polémica con Benlliure y Tuero, la reflexión de Chaves no es sesgada por haber opinado, ya que refleja aspectos positivos de la experiencia rusa, aun siendo el periodista un remarcado liberal, anticomunista y antifascista; una postura que le valió estar en el punto de mira años después. Este libro, una prueba periodística dificilísima en aquella época, cuando el mudo era un conjunto de tensiones latentes que el tiempo habría de explotar, refleja además los múltiples registros del periodista, que durante su carrera practicó el cuento, el cuento sin final, la columna, los reportajes, los editoriales, la novela por entregas, el artículo, la crónica, la entrevista... Y es que Chaves entendía su lengua como una herramienta, tal es así, que cuando tuvo que marcharse a Londres en el exilio - no sabía inglés, aunque chapurreaba algo de francés - la explicación que dio a su hija Pilar por su falta de idiomas, siendo Chaves tan viajero, era: «No quiero saber lenguas porque todas las lenguas que se aprenden son a costa de la propia, y la mía es mi arma de trabajo».
Chaves toco todos los géneros y dejó su marca en muchos de estos campos, como en las entrevistas, en donde tenía la peculiaridad de no escribir las preguntas, sino presentar con ladillos el tema y dejar la voz del personaje como si él mismo explicara la situación al lector. No pudo hacerlo con Josef Goebbels, puesto que el régimen nazi obligaba a transcribir tal cual preguntas y respuestas, sin añadir ni quitar nada. Aunque Chaves, para saltarse esta norma añadió una introducción al personaje, donde lo tildaba de «tipo ridículo, grotesco; con su gabardina y su pata torcida». Lo comparaba con Trotsky en que escribía como hablaba, y con Robesiperre y Lenin por su sugestión y capacidad de dominio. A parte de Goebbles, Chaves entrevistó a grandes personalidades de su tiempo como Churchill, Niceto Alcalá Zamora, Largo Caballero, Manuel Azaña o Charlie Chaplin.
En 1930 apareció el diario Ahora, del que Chaves sería el director durante la Guerra Civil y que dirige como subdirector estos años. El dueño, Luis Montiel, pensó en Chaves para dirigirlo y le ofreció 3.000 pesetas mensuales, un dineral para la época, puesto que como corresponsal del Heraldo de Madrid cobraba 250 o 300 pesetas. En el Ahora se conjugó una plantilla de profesionales que logró que la gente de la calle que iba al trabajo comprara el periódico, algo que, según explicaba la hija del periodista, era una de las primeras veces que eso se lograba en España, porque se consideraba la prensa como algo más elitista, no destinado a la gente corriente. Por su parte, el periodista sevillano usó su nueva posición para ayudar a los círculos culturales a publicar. Gracias a su apoyo publicaron en la prensa, y se les pagó muy bien, firmas como: Unamuno, Valle-Inclán, los Machado, Sánchez Mazas o Gómez de la Serna, entre otros. Además, Chaves fue un defensor de los fotógrafos en un momento en el que no estaban ni bien pagados ni bien tratados. Les pagó bien y dignifico su labor dando mucha importancia a las imágenes en sus reportajes.
Chaves usó su posición en Ahora para ayudar a los círculos culturales a publicar. Gracias a su apoyo publicaron en prensa, y se les pagó muy bien, Unamuno, Valle-Inclán, los Machado o Sánchez Mazas, entre otros
En 1931 se proclamó la II República Española y el Ahora se convirtió en un fuerte defensor del régimen republicano. Pese a que Montiel fuera monárquico y quisiera que su medio desbancara a ABC como referencia de la opinión realista, la redacción no siguió estos designios y supo mantender su independencia de esta línea. Chaves Nogales se posicionó a favor de Azaña y fue su hombre de confianza en la prensa. Los conflictos en el campo andaluz, la acción de los anarcosindicalistas, los problemas de la semana santa, la revolución de octubre... a todo acudía para informar desde el lugar. Hizo un periodismo moderno y pudo ver con sus ojos la deriva que estaba tomando el país. Años después, exiliados en París él y Baroja, el escritor, que había escuchado por estos años decir a Chaves que tendrían que emigrar a París porque la República iba a depararles eso, le dijo al periodista: «Amigo, ¡qué olfato!». A lo que éste le dijo sencillamente: «No. Es andar por la calle. Si usted se mete en su casa, con sus papeles y sus libros. ¿Qué se va a enterar de lo que ocurre en el mundo? Naturalmente, nada».
Juan Belmonte
Durante el periodo republicano publicó en prensa varios textos que acabaron convertidos en libros, como El Maestro Juan Martínez ya estaba allí o Juan Belmonte: Matador de toros, su vida y sus hazañas. En el primero trata la vida del bailaor de flamenco Juan Martínez, que en 1917 le pilló la revolución rusa en Moscú, un gancho a través del cual Chaves expone las barbaries del periodo revolucionario. La segunda es la obra que habría de perdurar en los tiempos de la censura franquista, por la que María Isabel Cintas Guillén, biógrafa y recopiladora de la obra de Chaves, explica, conoció al periodista. Según relata en la biografía del reportero, un profesor de su facultad le recomendó que hiciera una tesis sobre él. Entonces Chaves solo era recordado como un periodista sevillano de tiempo de la República que obtuvo algo de éxito con la biografía de Belmonte. El libro, que para el periodista supuso una posibilidad de reflejar una posición alejada de los extremos que desde la visión pequeñoburguesa del torero calmase los ánimos prebélicos del 36, es una biografía en la que el periodista desaparece y solo queda la voz de Belmonte.
Chaves conoció a Belmonte en las tertulias madrileñas de artistas, que los dos frecuentaban. El torero era amigo personal de Valle-Inclán y era una persona muy leída, que viajaba siempre con la maleta llena de libros. Tras una encuesta en el periódico en la que Chaves pedía a los lectores que le sugirieran personajes claves de la vida española que sirvieran para relatar cómo se vivía en España, en la que una de las respuestas fue el torero Juan Belmonte, al periodista le abandonaron lo afanes de realizar algo breve y se encerró durante días con el torero sevillano en la casa del periodista, donde pasaban horas y horas fumando, bebiendo y charlando, mientras, según relataba la hija de Chaves, se escuchaban las carcajadas de ambos a través de las paredes. El resultados fue una narración en la que desconocemos si es Belmonte o es Nogales quien habla. La labor de realidad, y la calidad del texto biográfico elevaron los artículos y al libro posterior al éxito en su época, e hicieron perdurar a Chaves en las estanterías después de que todo se derrumbara.
Tanto éste como otros escritos tienen como objetivo calmar la tensión social del momento, algo en lo que fracasaría el periodista. Antes de esto Chaves publicaba la entrevista a Goebbels, que aparecería junto a unos artículos sobre la Alemania Nazi. Su oposición a todas las dictaduras «porque rebajan la dignidad del hombre», de cualquier rango o signo, le valió el desafecto del Gobierno nazi, que fue a buscarle a su residencia de Francia cuando ocupó París. Explicaba además el periodista, el prólogo de A sangre y fuego, un libro de relatos sobre la Guerra Civil, que los dos bandos tendrían el placer de matarle:
«Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había de adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin prejuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable».
Antes de escribir A sangre y fuego, considerado por algunos el mejor libro que se ha escrito sobre la guerra civil española, Chaves escribió algunos artículos que entre lo pintoresco reflejaban una situación peligrosa, como Andalucía roja y la Blanca Paloma, un reportaje de la romería del rocío. En él podemos encontrar desde la preocupación por la revolución socialista hasta unas líneas después una anécdota con un toque humorístico sobre una recaudación de dinero - peaje - obrera al antiguo presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora:
«Me dicen que en este mismo pueblo, y por idéntico procedimiento, le sacaron el día anterior cinco duros al ex presidente de la República don Niceto Alcalá Zamora. Le pidieron el doble, pero, a lo que parece, hubo un poquito de regateo y quedó la cosa en veinticinco pesetas. Don Niceto siempre ha sido un hombre ahorrativo».
La guerra civil
La guerra civil estalló el 18 de julio mientras Chaves estaba en Londres recogiendo a sus hijas del colegio británico en el que estudiaban para traerlas de vuelta a España en las vacaciones. Al principio la información no era clara y fueron a París, donde tampoco había información sobre la recién nacida contienda. Ya en Barcelona se informaron de la situación, donde conoció que un consejo obrero se había incautado del diario Ahora. Fueron a Madrid, donde Chaves envía a su familia a Barcelona, y debido a su buena reputación es nombrado portavoz de los periodistas e integrante del Comité Ejecutivo que llevaría la representación de los trabajadores. Chaves pasa a dirigir Ahora el 9 de agosto del 36. Durante la guerra, el periódico llegó a tener una tirada de 250.000 ejemplares:
«Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el "camarada director" y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental (...) nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de "pequeño burgués liberal" de la que no renegué jamás. (...) Hombro con hombro con los revolucionarios, yo que no lo era, luche contra el fascismo con el arma de mi oficio».
Chaves no se quebró ni se unió a unas ideas que no eran suyas para salvar la vida. Cuando vio que la causa estaba perdida, en el momento en el que el Gobierno republicano se trasladaba a Valencia, él abandonó Madrid. Lo hizo un poco más tarde que el Ejecutivo, a finales de noviembre. Antes de irse, Chaves Nogales estuvo documentándose para escribir un reportaje que publicaría en 1938 en la revista Suceso de México, que se tituló La defensa de Madrid, y en él trata la preparación de esta defensa siguiendo al general Miaja y mostrando el interés humano del tema. También entonces comenzó a escribir A sangre y fuego: Héroes, bestias y mártires de España. Una serie de relatos, narrados por la prosa cultísima de Chaves, que se escribieron entre el fin de su estancia en Madrid y los primeros meses de exilio en París. Dichos relatos se publicaron en revistas de todo el mundo, desde Inglaterra, Chile o Estados Unidos, hasta Nueva Zelanda. Muchos países, sin informadores en la guerra civil, publicaron como información de la contienda los relatos de Chaves, en donde el periodista no duda en criticar a ambos bandos por los crímenes. Habla de personajes reales, como Durruti, al que define como «el caudillo más inflexible y autoritario» y del que dice que «pocas veces un jefe ha ejercido un poder personal tan absoluto. El que flaqueaba, el que desobedecía, el que intentaba huir, pagaba con la vida». Además escribió sobre él mismo, ocultando su presencia bajo otro nombre y terminando su relato, y su libro, con la reflexión: «Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese».
El exilio
Ya en Francia, el periodista sevillano sigue escribiendo para medios latinoamericanos y franceses. Allí confeccionó junto a su familia la publicación Sprint, que se enviaba a las embajadas sudamericanas y europeas y a los afiliados, emigrantes españoles, que pagaban una cuota por recibir el periódico. Se publicó a diario durante más de un año. Eran ocho páginas con resúmenes informativos, noticias de actualidad, entrevistas, siendo la primera página un editorial de Chaves. Además, colaboró con el Evening Standard y con la prensa francesa hasta la ocupación alemana. Entonces mandó a su familia quedarse en la ciudad y luego volver a España mientras él, que estaba en las listas de la Gestapo, se fue junto a otras personalidades y periodistas a Inglaterra. Esta huida hacia delante, porque atrás no podía regresar, fue objeto de un libro, La agonía de Francia, que refleja los últimos días antes de la llegada de Hitler a la capital francesa: la pérdida de valores y la agonía del país, hundiéndose en una de sus mayores tragedias.
Nunca volvió a ver a su familia. Tras huir de Francia contactó con ellos por carta a través de unos familiares en Canarias, pero cada texto necesitaba superar la censura. En Londres, Chaves conoció la soledad. No hablaba el idioma y tuvo que separarse de su familia. Ante tal tesitura el periodista se centró en su trabajo: siguió colaborando con periódicos en América y desde octubre del 41 dirigió Atlantic Pacific Press Agency. Estableció contacto con exiliados españoles como Luis Cernuda o Salvador Madariaga y tuvo que pedir apoyo a sus amigos. Además empezó a colaborar con la BBC en el programa 'Foreign Language Talks, Spanish', para el que hablaba en castellano. En marzo del 43 la agencia pasó a llamarse Manuel Chaves Nogales y 14 meses después murió de forma repentina el 8 de mayo de 1944, a la edad de 47 años, por una peritonitis, una dilatación aguda del estómago.
No llegó a ver el fin de la guerra, la derrota del fascismo o una mínima esperanza para el futuro de España. Muerto un mes antes del desembarco de Normandía, le hicieron un funeral religioso, aunque él nunca mostró interés por el tema, y su familia se enteró de la defunción a través de la BBC. Le enterraron sin lápida entre dos tumbas, cerca de donde antes crecía un árbol y ahora hay un tronco talado. Su memoria intentó ser borrada y durante muchos años no hubo rastro del periodista Manuel Chaves Nogales salvo por su libro de Belmonte. En los noventa, María Isabel Cintas Guillén comienza su estudio sobre la figura del periodista, a la vez que Andrés Trapiello le incluye en su obra Las armas y las letras, uno de los primeros pasos rescatándole del polvo del olvido.
Hoy, Chaves es una referencia que el tiempo a situado en su lugar. Él, que afirma que podía estar equivocado en una época en la que nadie asumía su error, defendió el periodismo de una forma limpia: andar y contar. Manuel Chaves Nogales lo conseguía.
«No aspiro a que cuanto digo tenga autoridad de ninguna clase. Interpreté, según mi temperamento, el panorama espiritual de las tierras que he cruzado, montando en un avión, describo paisajes, reseño entrevistas y cuento anécdotas que es posible que tengan algún valor categórico, pero que, desde luego, yo no les doy. Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica – la periodística – no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio».
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