Con la calima en Tánger uno no sabe dónde termina el cielo y empieza el mar. Es la hora del rezo en la ciudad “parteaguas” entre el Atlántico y el Mediterráneo. Por las estrechas arterias del Gran Zoco discurren chavales en chándal Nike ajenos a la llamada del muecín de las cuatro y catorce minutos (Asser) desde la Medina.
Aquí no existen los pasos de cebra. El tráfico es un gif de coches que pasan sin rozarse saltándose cualquier norma de circulación habida y por haber. A unos dos minutos a pata desde el Gran Zoco se encuentra la Iglesia de St. Andrew's, la única del mundo con el Padre Nuestro en árabe, dentro del Cementerio anglicano, un lugar nada lúgubre pero con un punto decadente. Antes era el extrarradio y más arriba se ubicaba el consulado británico. Zona de labriegos, aquel terreno fue regalado en 1881 por el sultán Hassan I a la Reina Victoria.
Han recibido sepulcro en esta tierra trece pilotos británicos de la Segunda Guerra Mundial y se cuentan más de doscientas tumbas de colonos y miembros de la jet, ya fueran los Buckingham o Christopher Gibbs (anticuario y amigo de los Rolling Stones). En la actual historia que María Dueñas publica, Sira (Planeta, 2021), el peso del rol del apellido Buckingham en la narración es de vital importancia para su protagonista, Sira Quiroga. “Su vida está documentada, pero yo solo me invento esa escena”, aclara la también autora de El tiempo entre costuras (Planeta, 2009), que convirtió a la joven Sira Quiroga en un personaje ligado a la escritora, como Rubén Bevilacqua lo está a Lorenzo Silva, salvando las diferencias. “Supe que iba a regresar a Tánger y que iba a ser de la mano de Sira. No podía ser de otra forma. Lo contrario sería casi traicionarla”.
Mucho Rolls para tan estrecho arco
Un trío de cachorros de gato –dicen– habita en los jardines de St. Andrew's, cosa cierta, pues allí estaban los tres juntos dejándose acariciar por una pequeña marroquí. Es Tánger la ciudad de los gatos. Los felinos reposan en las aceras y donde pillan. Dormitan con placidez inusitada, pues el trajín de los motocarros levantaría de la tierra al mismísimo Profeta Muhammad. Suena "Radio Ga Ga" (Queen) en la barbería El Hassani mientras que en el Café Baba dominan Andy & Lucas y el olor a marihuana.
En los años cuarenta y cincuenta (y también en los sesenta), la ciudad marroquí era la sala de fiestas de la generación beat, artistas, hippies y personajes de la alta sociedad: Tennessee Williams, Truman Capote, los Stones, Matisse, William S. Burroughs, Jack Kerouac, Brion Gysin, Rosalinda Fox, Allen Ginsberg, Cecil Beaton, Cary Grant, Barbara Hutton, Jane y Paul Bowles…
Recuerda Dueñas que cuando Pío Baroja visitó el Zoco Chico dijo que aquello era como la Puerta del Sol
Hoy, la gentrificación ha entrado por la costa, instalando una nueva marina cuyas palmeras –se dice– vienen de Elche. A lo lejos, en el skyline se recorta la figura del Hotel Continental, donde comienza El tiempo entre costuras.
Por la National Rte se levantan esqueletos de hormigón en descampados rodeados de casas bajas. No obstante, y aún a riesgo de ser pronto un McDonald's, Tánger conserva locales legendarios como el Gran Café de París, el Cine Alcázar o el Gran Teatro Cervantes. Los resquicios españoles son notorios en la ciudad. Sin ir más lejos, su plaza de toros sigue en pie.
Lejos de allí, el Zoco Chico se antoja laberinto. Un guía tangerino pero afincado en Granada y un policía secreta (o eso es lo que comentan) hablan de literatura por entre los tenderetes con gallinas decapitadas colgando. María Dueñas va detrás, saludando al anciano que apoyado en el umbral de la puerta de su tienda mira a los viandantes custodiados por un crío de siete años que trata de venderles unas flores de plástico.
Recuerda Dueñas que cuando Pío Baroja visitó el Zoco Chico dijo que aquello era como la Puerta del Sol de Madrid, donde todo el mundo va, viene, miente y se cuenta todo. “Aquí transcurría la vida de la ciudad cuando aún era pequeña. Es un sitio muy español, porque tenía dos cafés legendarios que aún siguen: el Café Fuentes y el Central, uno enfrente del otro, el de los republicanos contra el de los monárquicos. Muchas veces acababan tirándose las sillas entre ellos en medio de la plaza”.
Escribía Ramón Buenaventura en El corazón antiguo que a la villa en Tánger siempre se le dijo vila “quizá por influencia francesa”. La de Barbara Hutton (Sidi Hosni), heredera del imperio de los almacenes Woolworth, en el Zoco Chico, era epicentro de fiestas excéntricas en los cincuenta. La leyenda cuenta que se disputó con Francisco Franco la adquisición de la morada, pero son solo eso: leyendas. En la entrada, una placa reza en árabe: “El paraíso existe y está aquí, aquí y aquí”.
También se dice que el Rolls Royce de Hutton no cabía por la puerta de acceso a la kasbah. Y si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a Mahoma, ya que para que el automóvil pasara pidió que agrandaran el arco, cosa que le negaron, dejándole otra opción: que Rolls Royce diseñara para ella un modelo más estrecho que cupiese al entrar.
Fuego hermanado
Han pasado por El Minzah desde Jacques-Yves Cousteau hasta Jean-Claude Van Damme. Y en lo alto de su escalera principal hoy permanece un altar real. Casi como lo es para muchos el Rick’s Café de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), inspirado en la estética del gran salón de este hotel, a pocos pasos del Gran Café de París, éste en la Plaza de Francia.
Los chicos del restaurante son serviciales, quizá demasiado. No permiten que uno mismo se sirva el agua; ya están ellos para verter el contenido de la botella en la copa. Se hace lo posible por no molestarlos. Sirven a la mesa ensaladas e inmensos cous-cous (¿qué harán con toda esa comida que va a sobrar?) con la técnica claramente dominada de la pinza con la cuchara y el tenedor, que atrapan tanto media berenjena como un muslo de pollo entero.
La conexión de María Dueñas con Tánger le viene por vía materna. Su abuelo llegó a Tetuán en 1925
Sí. Los chicos del restaurante tienen talento. Son buena gente, no autómatas, y siempre tienen a mano un mechero que prestarte con el mensaje “I ♡ Marroc”. Como dos hombres de las cavernas, uno le pasa el fuego al otro y le pide por favor que más tarde se lo devuelva. Es un código primario. Un pacto entre caballeros. Se ha tomado la costumbre de saludarlo con un “Salam, hermano”. Es como Dios; está en todos lados.
Es noche tranquila en la Rue de la Liberté. Ahora los gatos mantienen a raya el barrio. Los personajes de las obras de María Dueñas son mujeres que están condenadas a la oscuridad. Sin embargo, ellas portan la luz. “Depende de dónde saques esa luz, si es desde tu voluntad o si son coyunturas externas las que te arrojan la luz”, cuenta Dueñas a Vozpópuli. “Todas las ciudades tienen una enorme poética dentro y sus ruidos diarios, con lo que incluso se puede hacer poesía. Tánger ha sido muy buscado y muy recurrente en la literatura y en lenguas muy distintas: literatura marroquí, española, norteamericana, francesa… La poesía está en la sensibilidad interna de cada uno”. Como la luz, la “poesía” en Tánger depende de la ciudad pero sobre todo de quien la mira.
Unas horas antes, María Dueñas había estado presentando Sira en el Palacio de Moulay Hafid de la mano de su editorial y del Instituto Cervantes, con su director Javier Rioyo y el Cónsul General de España Alfonso M. Portabales. Rioyo estaba entusiasmado. Se había leído el libro y repasaba sus apuntes en una libreta de bolsillo. Es él una fuente inagotable de información y hemeroteca (en la biblioteca del Instituto Cervantes se pueden consultar números del diario España, fundado en 1938).
Un parte de España en Tánger
De vuelta al Moulay Hafid, al muecín ya se le oye llamar a la oración de las ocho y cinco (Icha): “Allah es el más grande. Atestiguo que no hay divinidad digna de ser adorada excepto Allah. Atestiguo que Muhammad es el Mensajero de Allah. ¡Venid a la oración! ¡Venid a la oración! ¡Venid a la victoria! Allah es el más grande”. Los jardines de este palacio de las Instituciones Italianas caen en penumbra. Conversan los ponentes, aplauden los asistentes, agasajados con un té con miel y dulces marroquíes.
La conexión de María Dueñas con Tánger le viene por vía materna. Su abuelo llegó a Tetuán en 1925 y posteriormente volvió tras casarse, y allí nació su madre. Vivieron en el lugar hasta 1957: “Todas las referencias con las que crecí eran las de Marruecos y el protectorado […]. Tánger era como la metrópoli, la gran ciudad internacional y cosmopolita, mientras que Tetuán era más española. Fue el mundo con el que yo crecí, casi añorándolo sin haberlo vivido nunca”. María Dueñas desconocía quién sería la protagonista de su primera novela (El tiempo entre costuras) y mucho menos el tema. Lo único que tuvo claro en el momento que decidió escribir una novela cuando todavía era profesora universitaria es que quería volver la mirada al Tetuán de la infancia de su madre, “tan presente en la memoria sentimental de mi familia y de tantos otros muchos españoles que dejaron aquí un trocito de su corazón”.
No es que Tánger fuese nuestro, es que los españoles formaban parte del tejido cultural de la ciudad", dice Dueñas
María Dueñas tiró de testimonios, documentos, periódicos y revistas: “Todo cuanto pueda servir, hasta los más pequeños detalles e incluso los más grandes. Mil cosas que aporten verosimilitud y enriquezcan la narración”. Investigando la presencia española en Marruecos, Dueñas descubre la historia de Juan Luis Beigbeder, alto comisario de España en Marruecos durante la guerra, y la de su amante Rosalinda Fox. “Me interesa la historia en todas sus capas: la Guerra Mundial, el nacimiento del Estado de Israel, la Inglaterra y la Europa desolada de después de la guerra, la España franquista de hambre y necesidad, la llegada de Eva Perón…
"Pero también me interesaba la historia pequeña escrita en minúsculas, cómo transcurría la vida cotidiana de la gente en esas coyunturas históricas”, continúa la escritora, que habla del contraste entre el glamour de las fiestas tangerinas de la alta sociedad y la situación de muchos españoles que huían del hambre y de la miseria, “trabajadores que se ganaban la vida humildemente y que también forman parte de ese tapiz social”, señala.
“No es que Tánger fuese nuestro”, reflexiona Dueñas, “es que los españoles formaban parte del tejido cultural de la ciudad, pero se nos ha olvidado y hemos hecho muy poco para preservar ese patrimonio. Incluso el idioma español ha desaparecido a pesar de la labor del Instituto Cervantes y de los colegios españoles”. Se remite a las ruinas del Teatro Cervantes, inaugurado en 1913, donde desarrolla parte del final de Sira. “Tánger abre la historia en En el tiempo entre costuras y la cierra en Sira”.
En la cena, el encendedor modelo “I ♡ Marroc” es devuelto a su legítimo dueño, que está ocupado recibiendo a los invitados de la cena moruna en El Korsan, el restaurante de El Minzah. Lleva el mozo otra ropa, más fina, más roja, más elegante. Va de aquí para allá sin perder ojo de la puerta. Parece que sean varios moviéndose muy rápido. Espera la entrada de María Dueñas con una chilaba tradicional, igual que el resto de los comensales. Dentro de unos minutos estará sirviendo las pastelas de la segunda tanda de platos. En la distancia se brinda a su salud.
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