Justo estos días estuve acordándome mucho de María Jiménez, por culpa del 'hashtag' "Se acabó", que ha puesto de moda el feminismo a propósito del conflicto con Luis Rubiales (y que hoy está eclipsando sus méritos artísticos en Twitter y en las tertulias). Hace casi medio siglo ella triunfó con esa balada hiriente y herida, que empoderaba a la mujer media española y le animaba a cortar con las relaciones insatisfactorias.
María Jiménez destacó siempre por su voz profunda y contagiosa, que te interpelaba al momento, en cuanto te alcanzaba. También derritió prejuicios con el himno "Háblame en la cama", apología de disfrutar oyendo y diciendo guarradas durante el sexo. "Háblame en la cama, dime pequeñeces/ dime que te creces cuando estás conmigo". Hoy suena inocente, pero cuando se publicó era más escandalosa que cualquier rima porno de una actual trapera en trikini.
Jiménez fue la mayor y mejor heredera de Bambino, uno de las grandes cimas de nuestra rumba. Compartía con él hedonismo y desgarro, además de la facilidad para conectar de manera profunda con España. Sus voces poderosas reflejan una manera total de vaciarse en el amor, por eso nunca pasan ni pasarán de moda. Cuando Sabina y La Cabra Mecánica colaboran con ella en los dos miles se suele decir que "la rescatan", algo que es cierto en parte, pero también que ambos consiguen una evidente subida de voltaje para esos himnos de su repertorio ("Con dos camas vacías" y "La lista de la compra").
En el siglo XXI resurgió majestuosa con sus colaboraciones con Sabina o La Cabra Mecánica, donde daba tanto como recibía
Inmortal María Jiménez
También me acuerdo, cómo no, de las tres veces que la entrevisté en la década de los dosmiles, cuando resurgió majestuosa con el potente disco "Con dos camas vacías". Te miraba con los ojos brillantitos, te regalaba pañuelos perfumados y cuando se quedaba en blanco llamaba al camarero para pedirle "un peregrino subiendo el camino" (entonces aparecía un vaso de Johnny Walker con hielo). Por muchos años que tuviera, nunca perdió cierto brillo infantil en la mirada, del que pude ser testigo cuando le pregunté por el último momento de felicidad total que había experimentado y me contestó que cantar en todo lo alto de una carroza el Día del Orgullo Gay. "Me sentía como Campanilla ahí arriba", remató.
Detrás de todo ese estilo salvaje y callejero se escondía una filósofa del día a día, capaz de frases como esta: "Estamos todos locos. El que dice que no se está mintiendo a sí mismo. Todos queremos tener razón, por lo tanto, todos estamos locos"
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