Marilyn Monroe nació el 01 de junio de 1926 en Los Ángeles. Su infancia la pasó entre orfanatos, tuvo una adolescencia precipitada y precoz, y una adultez llena de fama y soledad. Murió con 36 años. Fue hallada muerta en su cama en Brentwood, la madrugada del 5 de agosto de 1962, hace 58 años. Aquella diosa rota y asustada llegó al final antes de tiempo. Una puerta de madera conservaba, en aquel entonces, una inscripción en latín: Cursum perficio. Fin del camino. Ella decidió convertir la frase en un destino anticipado. Un bote de Nembutal fue el billete más rápido que consiguió para apearse de la vida.
¿Podía la mujer más deseada del mundo sentirse tan sola como lo ha revelado el paso del tiempo? ¿La que sedujo a Kennedy, Elia Kazan, Frank Sinatra, Yves Montand o Marlon Brando tenía motivos para quebrarse como el cristal de una copa? "Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas", escribía Antonio Tabucchi en el prólogo del libro Fragmentos, un bellísimo volumen publicado por Seix Barral hace ya unos años y que reúne poemas, anotaciones y partes de su diario personal de la actriz. Son textos escritos entre 1943 y 1962. Todo un universo interior para descubrir la otra cara del mito.
La vida de Marilyn Monroe se revela como un viaje desaforado. Del precipitado matrimonio, a sus 16, con un obrero al amor por un pelotero como Joe Di Maggio o el enlace tardío con el dramaturgo Arthur Miller hasta las caídas de altares tan altos como el cuello de un Martini. La letra aniñada y mañosa, histérica y urgente que aparece en los textos de Fragmentos dice al lector cosas urgentes. Una criatura hermosa empeñada en maltratarse. Una lectora de Joyce y Whitman disfrazada de tonta a quien los caballeros preferían rubia. Una potente Diosa de aflautada voz y sugerente canalillo. Alguien que quería estar –a la vez- viva y muerta.
La ambivalencia es su poética y su trastorno. La fuente misma de su belleza. La que escribe y la que padece. "Vida/ Soy de tus dos direcciones/ De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo/ casi siempre/ pero fuerte como una telaraña/ al viento- existo más con la escarcha fría resplandeciente/ Pero mis rayos con abalorios son del color que he visto en un cuadro -ah vida te han engañado". ¿Para eso quería el puente? ¿Para cruzar las dos orillas o para arrojarse en el camino?”, escribe. Dijo el escritor y periodista Norman Mailer –quien estuvo en la sesión de fotos que hizo Bert Stern para Vogue tres semanas antes de la muerte de la actriz- que para sobrevivir, Marilyn Monroe habría tenido que ser "más cínica o por lo menos estar más cerca de la realidad". Pero que, en lugar de eso, era "una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía jirones en la ropa". Leyendo a Mailer, y a la propia Monroe, resulta inevitable preguntarse
"Ay maldita sea me gustaría estar muerta/absolutamente no existente/ausente de aquí/de todas partes pero cómo lo haría/Siempre hay puentes/-el puente de Brooklyn-/Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura/y el aire es tan limpio) al caminar/ parece tranquilo a pesar de tantísimos/ coches que van como locos por la parte de abajo. Así que/ tendrá que ser algún otro puente/ uno feo y sin vistas/ salvo que/ me gustan en especial todos los puentes/ tienen algo y además/ nunca he visto un puente feo", escribe la actriz sobre una hoja membretada del Waldorf Astoria.
Poquísimos directores la llamaron para papeles tan complejos como su personalidad merecía. Arthur Miller reescribió algunos de sus roles y confeccionó uno de los guiones más potentes que se haya pensado jamás; en sus frases, la vida se inmiscuye en parlamentos que resuenan como advertencias, con la ponzoña de un regalo que predice tragedias. Se trata de Vidas rebeldes (1961), una novela escrita por Arthur Miller que Tusquets recuperó en 2015 con motivo del centenario del dramaturgo. Ese libro que, en un día como hoy, valdría la pena releer como la joya trágica que es. Será justamente ese el que servirá a John Huston para rodar un western que reunió en el desierto de Nevada a tres estrellas que comenzaban a apagarse: Clark Gable, Marilyn Monroe y Montgomery Clift. Aquel filme fue, a su manera, el fin de cada uno de sus protagonistas.
Gable rodó enfermo y murió tres días después de acabar la filmación; Monroe veía desmoronarse su matrimonio con Miller e incubaba una crisis que la llevaría a la clínica psiquiátrica Payne Whitney y Clift estaba completamente enganchado a las drogas. Se dice incluso que durante el rodaje un equipo médico debía hacer guardia permanente para vigilar a Montgomery Clift y a Monroe. Los productores de United Artists nunca estuvieron del todo convencidos y apuraron la filmación lo más que pudieron. Vidas rebeldes fue acaso, hay que insistir, un regalo envenenado de Miller a su mujer. La escribió –dicen algunos como Norman Mailer- para probar que ella podía ser una actriz dramática y sin embargo algo en su argumento deja al descubierto la turbia trastienda de la biografía. "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?", le dice el vaquero interpretado por Clark Gable a Roslyn, la mujer divorciada a la que Marilyn dio vida como si invocara a su propio fantasma.
Fue justamente en el rodaje de aquel film donde Miller conoció a la fotógrafa austríaca Inge Morath, pionera del fotoperiodismo, a la que habían enviado de la Agencia Magnum para registrar el rodaje. Esa fue la puntilla para que la relación con Monroe se fuera al traste. El dramaturgo y Morath se casaron al poco tiempo, en 1962. Todo en un mismo año: el fin de una carrera, de un matrimonio y una vida breve y precipitada, intensa como ella. El sábado, apenas unos meses antes, en mayo de 1962, Monroe acudió al Madison Square Garden de Nueva York, para cantar el cumpleaños feliz al presidente John Fitzgerald Kennedy, con quien aparentemente tenía un relación sentimental. Sin duda, todos los 5 de agosto vuelve a morir una Diosa a los pies del verano. Es Marilyn, amortajada por su propia belleza.
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