Al expresidente del gobierno de Franco Luis Carrero Blanco, lo mató la CIA, el Franquismo y ETA... La banda terrorista fue prácticamente una marioneta en manos del principal servicio de inteligencia del momento que contó con la connivencia de la cúpula franquista. No es un titular clickbait es un resumen que puede sacar algún espectador de la serie documental Matar al presidente que acaba de estrenar Movistar Plus+ y que abraza las teorías de la conspiración detrás del magnicidio.
En el vasto panorama de la producción audiovisual, los documentales que apoyan teorías de la conspiración representan un preocupante fenómeno. Disfrazados de investigación y esclarecimiento, no son más que un caldo de cultivo para la desinformación y el sensacionalismo barato. Se venden como revelaciones audaces, pero en realidad, son poco más que fantasías paranoicas vestidas de "hechos alternativos". Su atractivo radica en la seducción de lo prohibido y lo oculto, prometiendo desvelar "verdades ocultas por poderes oscuros" pero sin aportar pruebas concluyentes. En este caso, la participación y connivencia de parte de la cúpula del Franquismo y el servicio secreto estadounidense.
Detrás de cada gran atentado surgen las dudas que refuerzan la idea central: no es verídico que un hecho tan grave sea perpetrado por una pequeña célula terrorista o un lobo solitario. La convicción de la infalibilidad de un Estado frente a unos pocos individuos. El último gran ejemplo ha sido el atentado de Hamás en Israel: ¿Cómo uno de los países con un mejor ejército y uno de los servicios de inteligencia más avanzados del mundo sufre un atentado de estas características? ¿Cómo no fue capaz de evitarlo? Si dentro de unos meses Netanyahu refuerza su posición al frente del país e Israel amplía su presencia territorial en la Franja de Gaza, leerán columnas argumentando que el gobierno israelí conocía el ataque e incluso que lo coordinó. En Matar al presidente continuamente se asevera que ETA no estaba preparada para llevar a cabo el magnicidio de Carrero, a pesar que la Historia ha desmostrado que la seguridad en torno al almirante distaba mucho de ser infalible.
Implicación de Estados Unidos
El cui prodest, aquel principio del derecho romano para determinar la autoría de un delito en función de quiénes han sido sus beneficiarios, siempre ha representado una enorme autopista para las conspiraciones. Una de las teorías más asentadas sobre la presunta implicación de Estados Unidos en el atentado contra Carrero consiste en asegurar que el presidente del Gobierno franquista era un impedimento para la transición que el gobierno norteamericano buscaba. Al cui prodest se le suma el punto anterior de incomprensión respecto a que la embajada de Estados Unidos, muy cercana al atentado, no detectara los preparativos del mismo. El espectador del documental saldrá del visionado con la idea de que Estados Unidos sabía que se iba a atentar y lo permitió, o que directamente lo instigó o planificó.
En el decálogo de las conspiraciones también se suele cruzar alguna casualidad que para los partidarios de la conjura se convierte en una prueba palmaria. En este caso la visita oficial del recientemente fallecido, Henry Kissinger, entonces secretario de Estado estadounidense, era la prueba definitiva para la implicación de la CIA. En el documental, Carlos Estévez, uno de los periodistas con mayor presencia en el metraje sostiene: "Alguien mucho más poderoso que ETA lo sabía y lo dejó hacer". La también periodista, Pilar Urbano sube la apuesta: "Esa noche ocurre lo siguiente: dos personas que son de la CIA, y por encargo, van a colocar otro explosivo distinto. Un explosivo militar que se llama C4".
Sin ánimo de ofender a mis compañeros de profesión, que el documental se sustente sobre teorías de periodistas y no en la investigación histórica explica en buena medida el desastroso resultado. El único historiador que aparece en pantalla, Gaizka Fernández Soldevilla, experto en la historia de la banda terrorista está muy desaprovechado y podría haber sido un buen contrapunto ante tanta especulación, todavía más cuando el mismo autor ha estudiado en trabajos académicos algunas de estas teorías conspirativas y el tratamiento del atentado por parte de la ficción.
Especulación y falta de pruebas
Otro recurso del que echa mano cualquier conspiración es acudir la valoración de las víctimas sobre la propia investigación. Un padre que monta en un tren que salta por los aires, una hija que sale de fiesta y es violada y asesinada, una hermana que coge un vuelo que acaba estrellado contra el Pentágono… Es totalmente comprensible que a alguien al que le acaban de destrozar la vida considere que no se ha hecho lo suficiente para evitar ese crimen y quiera creer que tras la salvaje pérdida haya mucho más que la mala de suerte de cruzarse con un delincuente reincidente o ser una víctima de una reducida célula islamista. Un mecanismo que tiene su encaje dentro del duelo de tamañas tragedias, pero que es inadmisible en algún producto que pretende informar.
En España las conspiraciones recientes dejaron algunas de las portadas más vergonzosas de la historia del periodismo durante el 11-M, y algunos de los minutos más ignominiosos de la televisión en abierto con uno de los padres de las niñas de Alcácer, junto a periodistas que inventaron disparatadas teorías que implicaban a altas esferas de la política y judicatura, y hablaban de cintas prohibidas que solo publicarían cuando estuvieran muertos. En este documental son varios familiares de Carrero los que consideran que no se hizo lo suficiente y se dio carpetazo al archivo de forma apresurada por distintos intereses políticos. De nuevo, comprensible desde lo personal, irrelevante en cuanto a la clarificación de los acontecimientos.
Los “parece ser” son incontables, los “da que pensar”, “al parecer”, completan una narración escrita en verbos en condicional al más puro estilo de programa de misterio. En las tres horas de metraje se escuchan cosas como: “Recibieron alguna orden, no lo sé. Pero que fueron protegidos parece que sí”. "El fiscal del caso (Fernando Herrero Tejedor) murió en un accidente de tráfico un poco raro, un poco extraño, porque empezó a contar cosas que no debía contar".
Varias entrevistas de periodistas con autoridades de la época solo sirven para fortalecer la postura del primero. En una conversación entre el periodista Carlos Estévez con el director general de Seguridad entre 1965 y 1974, Eduardo Blanco, Estévez hace una pregunta, el entrevistado no responde, y el periodista expone su teoría:
-Estévez: ¿Por qué no quieren hablar (miembros de ETA)?
-Blanco: Suspicazmente cree que no quieren hablar porque no quieren decir que eran los ejecutores de una orden muy alta que les mandó asesinar a Carrero.
-Estévez: Yo creo que no quieren hablar para no caer en alguna contradicción. Ellos se prestan a hacer una gran operación pero alguien les enciende la bombilla ¿Quién decide matar a Carrero Blanco?
Rotundas sentencias con el chimpún de la nota alta de una banda sonora de tono épico solo pueden ser descritas como un recurso narrativo tramposo. Incontables especulaciones sin el apoyo de pruebas terminan implicando directa o indirectamente a altas esferas del Franquismo y el ya mencionado servicio de inteligencia de Estados Unidos.
Imágenes de archivo, grafismos, entrevistas, escenas dramatizadas, en ocasiones excesivamente, dan cuerpo a un entretenido producto televisivo que hará el gusto de los amantes del género True Crime, aunque en este caso la palabra "True" se quede demasiado grande. Hace unos años, Jordi Évole hizo también algo entretenido sobre el 23-F, pero al menos al final nos contaba el truco.
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