Este libro, asegura su autor, habla del 68. Del año entero: el de los adoquines arrancados de las calles parisinas, pero también el de los muertos de Tlatelolco, el delos tanques de Praga o el de los canapés que Tom Wolfe vio servir a Leonard Bernstein a las Panteras Negras en el salón de su lujoso ático de Manhattan. Se trata de 1968. El año en que el mundo pudo cambiar (Crítica), un ensayo escrito por Richard Vinen, profesor del King’s College de Londres, que recupera, contextualiza y analiza los acontecimientos de una fecha -afelpada, extirpada de su fiereza original- que cumple medio siglo en 2018. No es un libro demolición, tampoco pretende blandir unas revueltas en detrimento de otras. Es la historia de una larga derrota.
A porta gayola. Así recibe Richard Vinen a los lectores y, por supuesto, al objeto de análisis: los sesentayochistas. "Sus militantes hace tiempo que llegaron a la edad de la jubilación y las pensiones son, en la actualidad, una de sus máximas preocupaciones después de haber pasado años fuera del sistema económico convencional". Según el británico, el panorama de la épica del 68 luce borroso ante la colección de ruinas que le siguieron: la imagen del presidente Mao vive, claro, en los billetes; la caída de la URSS dio paso a una hecatombe mayor; la clase obrera que en alguna ocasión miró a los estudiantes con curiosidad, ya no existe y si algún trozo de ella sobrevivió, ya no se parece ni por asomo a aquella.
"Sus militantes hace tiempo que llegaron a la edad de la jubilación y las pensiones son, en la actualidad, una de sus máximas preocupaciones"
Ahora que la utopía ya no existe, que los sindicatos se extinguieron y la libertad sexual ha dejado de ser un acto revolucionario, ¿qué les queda a sus militantes? ¿qué fue de ellos y de las instituciones contra las que alzaron el puño? Originalmente publicado como The Long ’68: Radical Protest and Its Enemies, algo del título en inglés del ensayo resume ese espíritu de largo adiós que adquiere con los años el fenómeno del 68, un evento fosilizado en suvenir y del que las estampas lavadas de Sartre, Beuvoir y el Ché Guevara juntos parecen, acaso, el recuerdo de un safari ideológico. Algo aún bello para quienes desconocen la historia de sus protagonistas.
Es justo eso lo que consigue Vinen: un libro sobre lo que fue y ya no existe, un recorrido objetivo, que rasura de toda épica al peluche ideológico del mayo francés, y al que muchos de sus militantes dieron el tiro de gracia antes del aniversario mayor. "1968 está acabado" dijo en 2008, Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes más visibles de aquel movimiento de insurgencia estudiantil, política y cultural. Un hombre que pasó de las barricadas al escaño de los verdes, del anarquismo al ecologismo reformista. Alguien capaz de descerrajarle a su criatura un besito funerario que la realidad ya se había encargado de darle.
"1968 está acabado" dijo en 2008, Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes más visibles de aquel movimiento de insurgencia estudiantil, política y cultural
Muy pocos dirían que Cohn-Bendit ha caído en el olvido, asegura Richard Vinen. En aquel entonces, era un ‘apátrida’ -sus padres eran alemanes de origen judío refugiados en Francia- y no ciudadano europeo. Eran otros tiempos. Sin embargo, es probable que fuera de Alemania -y, posiblemente, dentro de sus fronteras-, Cohn-Bendit sea más conocido que Willy Brandt, el político socialdemócrata alemán encargado de la alcaldía de Berlín Occidental cuando comenzó a construirse el muro y posterior canciller de la RFA.
Richard Vinen se vale de la figura de Daniel ‘El Rojo’ para intentar medir el impacto político del movimiento a largo plazo: muy pocos de sus líderes ocuparon cargos políticos relevantes. “Si se considera el 68 desde la óptica de las ideas más que de los individuos, muchos verían la entrada de sus máximos exponentes en el gobierno como una derrota”. La idea clave apunta a que la gran mayoría de los sesentayochistas rechazaron la política electoral y vivieron el mayo del 68 más como una actitud que como una ideología.
"Los principales protagonistas del 68 solían tener un elevado concepto de sí mismos como figuras de su tiempo y futuros sujetos de investigación histórica"
El del 68 fue el movimiento que puso fin a la posguerra, asegura Vinen. La importancia de la experiencia subjetiva fue uno de sus elementos más llamativos, pero también el mayor signo de lo que suponía: una eclosión del individuo. "Los principales protagonistas del 68 solían tener un elevado concepto de sí mismos como figuras de su tiempo y futuros sujetos de investigación histórica", propone el autor, quien para comprobar su tesis no sólo intenta recabar los testimonios orales, las investigaciones y los datos bibliográficos del mayo del 68 en tanto movimiento, sino que además confirma que a los sesentayochistas los separa de la historiografía su vocación pirotécnica.
Dividido en once capítulos, el que dedica a analizar qué fue en esencia el 68, lleva por título Las palabras y la cosa, una sentencia irónica que hace un guiño al ensayo publicado dos años antes por Michel Foucàult -Las palabras y las cosas- y lo hace para señalar la naturaleza retórica del movimiento estudiantil: “Las palabras -en panfletos, discursos, eslóganes y grafitos- fueron importantes en el 68. UN historiador francés escribió: ‘¿revolución? El Mayo del 68 fue solamente una de las tantas palabras, y lo fue, sobre todo, porque la gente estaba harta de ser gobernada… en el lenguaje de Bossuet (el teólogo del siglo XVII). En el 68, algunos asumieron que huir de los formalismos de la expresión podía ser un acto político”.
El espíritu transgresor de los sesentayochistas devino en el amargo legado de violencia, radicalización y terrorismo de los años setenta, asegura Vinen
El espíritu transgresor de los sesentayochistas devino en el amargo legado de violencia, radicalización y terrorismo de los años setenta. La violencia de las panteras negras era defensiva, aducían ellos. Benny Lévy, de la izquierda francesa, llegó a decir que la suya había sido una violencia simbólica. Era, pues, una violencia de tartazo -la que Nadiel Bensaïd le propinó al vicepresidente estadounidense-. Pero la violencia de los años posteriores, asegura Richard Vinen, alimentó otras.
Para ilustrar su tesis, el profesor del King’s College de Londres coloca como ejemplo no sólo a las células terroristas europeas como el Ejército Republicano Irlandés sino también las experiencias armadas de América Latina, que empujadas por la dinámica de la Revolución Cubana, amplificaron -gracias al 68- ese narcótico efecto sentimental del revolucionario ajeno. 1968. El año en que el mundo pudo cambiar (Crítica) es un libro seco, directo. Un libro que intenta colocar un movimiento no frente al paredón de fusilamiento, pero sí en perspectiva. El 68 fue y sigue siendo la historia de una larga derrota y adaptación.
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