Quince años después de su publicación, se reedita ‘El eclipse de la fraternidad’, un alabado ensayo de Antoni Domènech, profesor de Filosofía y Derecho fallecido en septiembre de 2017. Se trata de un texto comprensible para cualquier lector de periódicos y lleva como subtitulo ‘Una revisión socialista de la tradición republicana’. Con espíritu riguroso, traza una crónica de la diversa suerte política que corrieron las tres palabras que forman el lema de la Revolución Francesa: “Libertad. Igualdad. Fraternidad”. La primera es alabada hoy en cualquier sitio, desde los anuncios de móviles hasta los congresos de partidos de ultraderecha. La segunda, más problemática, ha quedado reducida a “igualdad de oportunidades”, en vez de “igualdad económica”, por ejemplo. La última, sin duda la más problemática, apenas resuena ya en ningún discurso público. Quien se atreva a decir “fraternidad” en un mitin seguramente será tachado de cursi, ingenuo o ambas cosas.
La tesis del libro es que ese concepto, precisamente, fue pieza clave de los movimientos políticos más estimulantes de los últimos siglos. Así lo explica el sociólogo César Rendueles, prologuista de la reedición: “La fraternidad fue, así, el resultado de un impulso igualitarista que, a su vez, responde al desarrollo cabal de una fortísima ronda histórica de dinámicas emancipatorias. ‘El eclipse de la fraternidad’ va localizando en distintos escenarios históricos –las revoluciones americana y francesa, la Comuna de 1871, la socialdemocracia alemana, la revolución soviética, la República española…– la terca reaparición de una energía política subalterna que vuelve a plantear conflictos sociales que las élites intenta sofocar. El ensayo de Domènech se puede leer como una fascinante novela histórica acerca de la demofobia reactiva que en los últimos dos siglos ha tratado de contener los numerosos proyectos populares que aspiraban a completar el proyecto político y social ilustrado”. La expresión ‘clases subalternas’ abarca desde las mujeres hasta los pobladores de países colonizados, pasando por cualquier capa social excluida del derecho a propiedad.
Ceguera ante el fascismo
Antes de nada, debemos aclarar que este es un ensayo valioso más allá de la posición política que mantenga cada lector. Sus páginas nos recuerdan, a veces dolorosamente, el alto precio que se paga por los errores de análisis histórico. El ejemplo más sangrante lo encontramos cuando Doménech recuerda estas palabras de Luis Araquistáin, alto cargo del PSOE y embajador en Berlín de la República española durante el ascenso de Hitler al poder: “El fascismo de tipo alemán o italiano es imposible en un país como España, en el que no existe un ejército desmoviliazado…No existen cientos de miles de universitarios sin futuro, no existen millones de parados. No existe un Mussolini, ni siquiera un Hitler; no existen las ambiciones imperialistas, ni los sentimientos revanchistas…¿A partir de qué ingredientes podría establecerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta”, explicaba ingenuamente, a comienzos de 1933, a la revista ‘Foreign Affairs’. Ahora todos sabemos lo equivocado de su diagnóstico.
Entiendo por ‘socialismo’ una familia de tradiciones políticas históricas nacidas con y del movimiento obrero y popular contemporáneo"
El dilema socialdemócrata
Uno de los méritos principales del libro es estudiar del papel de la socialdemocracia en el desarrollo de la izquierda europea. Domènech sostiene que las mejores posibilidades de la socialdemocracia mueren en los años convulsos de comienzos del siglo XX, cuando deja de ser “la fortaleza impermeable y hostil a la sociedad civil y el estado burgués”. Comparte por completo la visión del gran sociólogo Max Weber: “La pregunta es solo, quién, a la larga, ha de temer más a la burocratización, si la sociedad civil o la socialdemocracia. Personalmente, soy de la opinión de que la segunda, es decir, aquellos elementos que en ella son portadores de las ideologías revolucionarias. Ya hoy son notorias para todo el mundo algunas contradicciones en el interior de la burocracia socialdemócrata. Y si pudieran desarrollarse libremente las contradicciones entre, de una parte, los intereses de aprovisionamiento material de los políticos profesionales, y de la otra, la ideología revolucionaria, si, además, a diferencia de ahora, no se pretendiera echar a los socialdemócratas de las instituciones militares, si se les admitiera en las administraciones eclesiásticas de las que hoy se les excluye, entonces verían por primera vez la luz en el partido los problemas internos serios. Entonces, empezarían a correr serios peligros la virulencia revolucionaria, y solo entonces se vería que, por esta vía, a la larga, no será la socialdemocracia la que conquiste las ciudades y el Estado sino que, al revés, el Estado conquistará a la socialdemocracia”, explica. Básicamente, estamos una profecía cumplida desde el fin de la segunda guerra mundial y acelerada en los años ochenta. Weber lo vio claro ya en 1907, cuando publica estas palabras.
¿Qué entendía Doménech por socialdemocracia?
“Entiendo por ‘socialismo’ una familia de tradiciones políticas históricas nacidas con y del movimiento obrero y popular contemporáneo. Esa familia de tradiciones históricas políticamente combatientes ha sido lo suficientemente grande, vigorosa y variada como para generar, en sus casi dos siglos de trayectoria, múltiples realidades, también, claro está, partidos y regímenes políticos socialistas, utopías tecnocráticas y eutopías (y aun distopías) ético-sociales autoproclamadas socialistas, cerrados dogmas de fe y liturgias más o menos interesantes pretendidamente socialistas”, explicaba.
La justicia social pasa por eliminar las barreras de clase, género o etnia que distorsionan los mecanismos de gratificación de los talentos individuales"
Dentro de esta tradición, se consideraba un demócrata, cien por cien antiestalinista: “Contra todas las tradiciones del movimiento obrero, el estalinismo es radicalmente negador de la democracia republicana. Hay que recordar que una de las más aberrantes tiranías del siglo xx —el estalinismo— se construyó pretendidamente en nombre de Marx”, recordaba en sus entrevistas. Ni una concesión frente a las dictaduras, pero tampoco pasos atrás respecto a las ambiciones igualitarias de la Francia de 1789.
La aspiración de igualdad
Según resume Rendueles, el libro es es un mapa de las renuncias y derrotas de la izquierda europea. “De hecho, tal vez la transformación política más importante de las últimas décadas sea el desvanecimiento de los ideales igualitarios de la esfera pública. Hasta el punto de que la izquierda moderada ha asumido plenamente la meritocracia como un objetivo progresista, de ahí la popularidad que ha adquirido la noción de ‘igualdad de oportunidades’. Desde este punto de vista, la justicia social pasa por eliminar las barreras de clase, género o etnia que distorsionan los mecanismos de gratificación de los talentos individuales. El igualitarismo profundo, en cambio, entendía la igualdad como un objetivo colectivo, como el resultado de un proceso complejo de intervención política”, denuncia. ¿Nos basta con que la igualdad sea un punto de partida o seguimos considerándola un objetivo irrenunciable? El concepto ‘fraternidad’ es la diferencia entre los dos extremos de la “socialdemocracia”, un concepto flexible que hoy acoge desde burócratas afines al neoliberalismo hasta reformistas e incluso algún revolucionario.
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