Cultura

Lo mejor del rock radical vasco: La Oreja de Van Gogh

Aprovechando sus 25 años de discografía, repasamos la trayectoria del grupo de pop más importante de País Vasco

«Me gustaría inventar un país contigo para que las palabras como patria o porvenir, bandera, nación, frontera, raza o destino, tuvieran algún sentido para mí». Pocos grupos españoles, ya no digamos vascos, se han atrevido a comenzar cualquiera de sus canciones con una declaración de principios tan punki y anarquista como esta. Lo hizo La Oreja de Van Gogh en su tema "Geografía", lanzado hace justo veinte años.

Del mismo modo que hace veinte años no había ningún acto más radical y provocador en toda España que afirmar que te gustaba ese grupo donostiarra. Era como decir que te gustaba comer mierda. ¿Cómo de una tierra tan temperamental logró salir un grupo tan melifluo como La Oreja? ¿Cómo en el tormentoso norte surgió este siroco de sirope? ¿Y cómo es posible que Kortatu y La Oreja procedan de la misma provincia?

Quizá este sea el secreto: en toda "Mierda de ciudad" también crecen "Rosas"… con razón de más en una ciudad casi idílica como Donosti.

La primera vez que viajé a San Sebastián, con ocasión de su excelente Festival de Cine de Terror, hace treinta años ya, casi me entra la risa tonta cuando su director nos detuvo unos instantes a varios acreditados antes de que subiéramos a un auto del evento para que un mandado se pusiera a revisar los bajos del vehículo en busca de algún artefacto explosivo. No me podía creer que aquello fuera real. Luego también me quedé atónito, rayando en la incredulidad, cuando vi en un bar cualquiera una gran hucha de cristal con donaciones de los parroquianos para los presos etarras. En el tris de hacer un comentario irónico sobre aquella barbaridad, me callaron y me susurraron que allí no hablara libremente.

Era como estar en una aldea perdida donde no existía democracia ni libertad de expresión. Aquello sí era un festival del terror. Y encima su juventud tampoco follaba, dicen. Una noche, harto de las obligaciones festivaleras (y de mordazas cotidianas), me largué yo solo de parranda por las discotecas y clubs de la ciudad. Acabé bailando con mi sombra en un local céntrico y, al ir a pedir otro trago, un compadrito treintañero me dio conversación a pie de barra. Tras satisfacer su pregunta de dónde era, me soltó de buenas a primeras con una hostilidad malencarada de serie B:

—¿Catalán? Vosotros los catalanes molabais antes, pero ahora nos habéis traicionado, estáis muy tibios…

Hacía referencia evidente a algún asunto coyuntural relacionado con la lucha independentista, por entonces apoyada todavía en el terrorismo. Así que, imbuido de un repentino sentido patriota y de una buena dosis de alcohol, le respondí cuadrándome militarmente, le pedí perdón en nombre de todos los Países Catalanes y me ofrecí a matar de un tiro en la nuca a quien él me indicara. El tipo palideció y se volvió a la barra para no volver a mirarme.

Valga este preludio pastoril para explicar que jamás me he encontrado en un lugar con tantos contrastes extremos como en la bella San Sebastián: ni en la Castilla profunda he visto tantas señoras con abrigos de visón ni tanta cofradía ni tanto talante tradicional ni tanto pijerío flagrante. Imagino que por eso, para posicionarse en su contra, sus punkies han escogido ser tan salvajes y tan feos. Pero ya se sabe lo que dicen de que todos compartimos algo de nuestros antagonistas: con razón el dogmatismo abertzale no desmerece al del Opus Dei.

¡Razones para ser malditos!

Definitivamente La Oreja de Van Gogh acumula muchos méritos para ser la banda (musical, claro) más radical del País Vasco en el último medio siglo. Aquí hay varios argumentos a favor de dicha noción:

—Ya en un año tan lejano como el 2000, La Oreja reivindicaba en sus créditos a José Luis Perales: ¡eso sí es ser contestatarios!

Rompen con los paños tibios hacia ETA desde su primer cedé, en el que incluyen "La carta", tema inspirado en las circunstancias del secuestro de Ortega Lara; diez años más tarde graban "Cumplir un año menos", los sentimientos de un personaje inspirado en la viuda de un concejal de Mondragón asesinado en un atentado de la banda terrorista; y uno de sus últimos sencillos, "Sirenas", encarna un canto de esperanza por el fin de la violencia y apuesta por un futuro sin rencor ni fanatismos.

—Entre sus composiciones más comprometidas, también se incluye un himno rabiosamente revolucionario en su contexto: se atreven a ser anticastristas en "Un mundo mejor".

—Por si fuera poco, como guinda al pastel graban una canción satánica, "Muñeca de trapo", prohibida en numerosos medios de difusión latinoamericanos, imagino que profundamente católicos.

—Tampoco tienen pudor a la hora de sazonar sus telenovelas de tres minutos: lo mismo mencionan a las Madres de Mayo para comparar la espera inútil del amante abandonado que coronan con inmolaciones de saldo sus tragedias de romanticismo más mundano. ¡Por lo menos tres de sus «crónicas» de amores fou terminan en suicidio!

—En el videoclip oficial de Europa VII compendian históricas vilezas humanas y ponen en primer término el saludo del infame dictador Francisco Franco a su colega Adolf Hitler. La canción reincide en uno de los rasgos de identidad más valiosos del grupo, su sano antinacionalismo: «La vida más pequeña vale mil veces más que la nación más grande que se invente jamás».

—Para terminar de hacerme feliz con su discografía y rubricar su trascendencia universal, sería maravilloso que La Oreja grabara alguno de sus futuros temas con la otra Amaia mítica de País Vasco: la bilbaína Amaya Uranga, la voz más inolvidable de Mocedades. Por espíritu, coherencia y talento, encajarían a la perfección.

El mejor grupo español desde Mecano

En efecto, si Mecano fueron lo más grande que dio el pop español en la década de los 80 y 90, desde entonces el cetro ha pasado sin discusión a manos del quinteto donostiarra: Xabi San Martín (teclista y compositor principal), Pablo Benegas (guitarra y coletrista), Álvaro Fuentes (bajista), Haritz Garde (batería) y la voz de Amaia Montero rompieron todos los moldes de su época al cultivar un pop básico de melodías rotundas. Fueron lo mejor que le pasó a la década después del nacimiento de las Spice Girls y a San Sebastián desde el apabullante Autobiografía de Duncan Dhu.

Amaia, con su voz dulce, zumbona y de un trémolo delicioso, devolvió alegría de vivir a unos deprimentes años 90 lastrados por la autoconmiseración plañidera del grunge. Con su disco compacto Dile al sol (1998) ya dejaban clara su apuesta por una vitalidad juvenil sin casi mayor preocupación que el fracaso de los primeros amores: bajo la batuta en la producción del exTequila Alejo Stivel. "El 28", "Soñaré" o la (hasta yo tengo un límite) empalagosa balada "Cuéntame al oído" auguraban un grupo perfecto para las radiofórmulas, carne de Los 40 Principales junto a otras bandas de chicos buenos como El Canto del Loco. Sólo que las canciones de La Oreja parecían un poco mejores: un tema como "Pesadilla", por ejemplo, con su par de fraseos apuntalados en la preciosa voz invitada de Mikel Eretxun, generaba esperanzas de que ahí había un embalse de potencial a punto de ebullición.

Rompieron todos los moldes de su época al cultivar un pop básico de melodías rotundas

Pero nada presagiaba el triunfo absoluto que fue El viaje de Copperpot (2000): de repente Xabi San Martín se reveló como un soberbio compositor y la mezcolanza de joie de vivre y melancolía cantábrica se convirtieron en una baza imbatible en su repertorio: "Cuídate", "Soledad", "París", "La playa", "Pop", "Dicen que dicen", "Mariposa", "La chica del gorro azul"… Sin duda la producción de Nigel Walker supo proporcionarles el envoltorio de suntuosidad que La Oreja necesitaba. Esos ocho temas seguidos parecen sacados de un Grandes Éxitos de cualquier otra formación menos inspirada, con ellos The Killers podrían haber lanzado un recopilatorio resumiendo toda su carrera. A día de hoy sigue siendo el disco más vendido de la trayectoria orejera.

Ojo: escuchado dos décadas más tarde, su tercer cedé podría acabar pareciendo incluso superior. Lo que te conté mientras te hacías la dormida (2003) alberga las mejores canciones de la banda o al menos mis favoritas. A riesgo de provocar un coma diabético, "Rosas" es un temazo que está ahí arriba en lo más flamante de nuestro cancionero popular, junto al "Mediterráneo" de Serrat, el "Abrázame" de Julio Iglesias, el "Desde que tú te has ido" de Cecilia, el "Quiero abrazarte tanto" de Víctor Manuel o el "Barco a Venus" de Mecano. Con sus acompañamientos fúnebres y de ultratumba, "Vestido azul" es otra de las cumbres de su melodrama sonoro, y la nana "Historia de un sueño" es un excitante de lacrimales infalible. Las letras y su carta de validez pop también mejoran, tanto las de Xabi («Ahora te toca a ti, sólo a ti, seguir nuestro viaje») como las de Pablo («Ni tú ni yo salimos con vida de esta canción») y Amaia debuta como compositora con nota alta, en uno de los mejores himnos de autoayuda del grupo ("Puedes contar conmigo"). Tal vez la pátina de bucolismo salitroso que empapa el anterior trabajo lo haga más entrañable, pero en este disco hay mucha tela que cortar. Como es habitual en ellos, le amputan su coda de tres o cuatro sobras y queda un rosario pop perfecto, una decena imbatible.

'Lo que te conté mientras te hacías la dormida' alberga las mejores canciones de la banda o al menos mis favoritas

Con Guapa (2006), el último trabajo con Amaia al frente, llega el primer tropezón serio: su arsenal empieza a dar muestras de cansancio, con una monotonía instrumental alarmante, estribillos adocenados ("Noche", "Vuelve", "A diez centímetros de ti", "Apareces tú", "Mi vida sin ti"), arreglos algo cansinos (el ritmo ska de "Escapar"), segundas voces juguetonas por rutina a lo Queen en cutre y pocos temas realmente pegadizos. Eso sí, los dos primeros sencillos son incontestables: "Muñeca de trapo" y, especialmente, "Dulce locura", con su coro Codorniu y todo. El tercero, "Perdida", una metáfora sobre la cocaína, no funciona como un tiro. Apenas descollan un par de cortes más por concepto (la simpática, delilahiana V.O.S. y la ranchera "Cuántos cuentos cuento", cuya melodía le debe algo, efectivamente, al Perales de "Le llamaban loca"). En todo caso, se nota la fatiga, el hartazgo y el apresuramiento en lanzar una nueva propuesta sin haber repostado.

Pocos meses después, Amaia anunciaba su abandono del grupo para seguir los pasos de Ana Torroja.

La etapa Leire

A las cinco en el Astoria (2008) marca el debut de su nueva voz cantante, Leire Martínez, con un timbre similar al de Amaia, tal vez más firme pero sin la melaza que nos enamoraba. Aun así, como si renovaran fuerzas creativas con este cambio de vocalista (ahora toda la música ya es de Xabi y casi todo el libreto de Pablo), se trata de un disco notable, donde varios sencillos afortunados hacen recobrar la esperanza de una prolongación fructífera de vida para el grupo. De hecho, "Inmortal" es una de las mejores canciones de La Oreja, sólo afeada por un estribillo encajado a machamartillo que podría pertenecer a esa o a cualquier otra. Pero qué comienzo épico, musical y textual: «Tengo aquí escondiditos bajo mi vestido tus besos malditos…». (D.H. Lawrence estaría orgulloso). Mazazos también son sus sencillos Europa VII (joyita del pop sideral que sigue la estela del "Space Oddity" de Bowie, el "Start the Simulator" de A-ha o el "Viaje espacial" de Mecano) o "Jueves", himno sentimental en homenaje a las víctimas del atentado del 11-M que resume la esencia simbólica del grupo: romanticismo adolescente servido a granel para gente «normal», de la que ve fútbol y tiene hipotecas. La pócima les sigue saliendo genuina.

El paquete se completa con relleno alturado, como ese Cumplir un año menos que parece un esqueje del Che Sarà de Jimmy Fontana/José Feliciano; Un cuento sobre el agua, manojo de versos que se prestan a una interpretación libertina («Quisiera ser el tallo de la flor con la que hiciste en mi boca el silencio» seguro que genera en la chavalada risas ahogadas a lo Beavis y Butthead) o la resultona La primera versión.

Con Cometas en el cielo (2011) se le desmorona un poco el tenderete al grupo, que cambia de productor (el sueco Simon Nordberg) y recurre a las chiribitas electrónicas para atiborrar de ritmos la falta de buenas melodías. El estado de gracia llega a su fin: de los sencillos se salva el energético "Día cero" y, del lavado de cara tecno, "La niña que llora en tus fiestas", mientras que el tema que da nombre al álbum es seguramente el peor single de toda la historia de La Oreja (les hubiera funcionado mejor la balada "Un minuto más"). "Las noches que no mueren" y "Promesas de Primaveras" fueron utilizadas como promoción oficial del turismo en México y el País Vasco, respectivamente, pero no aportan nada al estatus cualitativo de la banda, y todo en conjunto suena a salvar la papeleta para seguir de gira con material renovado. Un buen disco para planchar La Oreja.

Renaciendo de sus cenizas

Esta fase de relajación de originalidad y cierto conformismo melódico se confirma con el medio tiempo udosero "Estoy contigo" con el que se abre el álbum El planeta imaginario (2016). Producido por el mexicano Áureo Baqueiro (responsable asimismo de su directo Primera fila lanzado tres años antes), hay menos parafernalia sonora, aunque el principal sencillo ("Verano") reincide en tratamientos electrónicos para sofisticar el desgasificado y reempacarlo como música de baile. En "Esa chica" aportan su Lucky britneyano personal con guiño al "Ojos de gata" de Los Secretos, un tema que podría estar en un disco en solitario de Amaia y que parece cantado por Ella Baila Sola. Me quedo con la balada "Tú no vales más que yo" por romper con el buenrollismo sempiterno de La Oreja y plantar por las malas un buen himno de reafirmación empoderada. Sin embargo, el regusto final es el de que todos nos hacemos mayores. Se nota que alumbrar nuevas melodías les sacan ya el resuello. Como George Michael después de los 33. Ah, y Xabi se aburre tanto que ahora también quiere cantar ("Tan guapa").

Afortunadamente, Un susurro en la tormenta (2020) pone fin al desaliento de sus dos trabajos anteriores. Cierto, el primer sencillo, "Abrázame", empieza con estrofas que parecen descartes de Navajita Plateá en su celebérrimo "Noches de bohemia" y el comienzo del álbum reincide en más «atmósferas» (¡el morriconizar se va a acabar!), ritmos y estructuras de progresión para disimular cierta desolación material que alcanza su cúspide en Sirenas, un tercer sencillo absolutamente intrascendente en lo instrumental. Sin embargo, quien tuvo retuvo: con el segundo sencillo, "Durante una mirada", reverdecen laureles y vuelve La Oreja de siempre con un tema contundente de composición y letra. ¡«Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron»! Esto lo entiende cualquier persona casada, con trabajo fijo, hijos y creencia inculcada de que su deber es votar. Y también cualquier quinceañero. Incluso el juego a lo Roxette que se marcan Leire y Xabi tiene su gracia puntual. Esperemos que no se repita.

Y es que la producción de Paco Salazar devuelve un poco del brillo añejo a La Oreja de hoy: "Galerna" es una tragedia cotidiana bien cosida; "Te pareces tanto a mí" es un disparo de pop sin estribillo feliz pero con ejecución impecable; Menos tú es un chute de glucosa con epílogo de hiel; "¿Lo ves?" es una agradabilísima tonada y reelaboración en clave pubescente del "19 días y 500 noches" de Sabina; "Me voy de fiesta" parece un tema de sus primeras maquetas, confeccionado por un grupo que estuviera empezando y eso tiene su mérito un cuarto de siglo después… Vale que ya no hay la exuberancia de melodías de antaño (las venas se estrechan con la edad), pero se agradece esta recuperación de un sonido inmediato y unos arreglos que van al grano. ¡Por favor, que sigan por ahí!

Mientras mi adorada Amaia Montero trata de sobrevivir al naufragio habitual en quienes se empeñan en poner su ego al nivel de su talento y carisma, Leire prefirió encarar con perfil bajo y discreción de asalariada su trayectoria en La Oreja. Una decisión inteligente que se ha visto recompensada con el cariño de los fans. Sin embargo, la vida siempre es despiadada con todos y, cuando toca compendiar lo mejor de La Oreja de Van Gogh, es inevitable cantar de prestado: apasionante la experiencia traumática que debe de haber vivido esta valiente solista, aplastada por la sombra de Amaia, tal y como la segunda señora de Winter se vio aplastada bajo la de Rebeca. Desde mi corazón agradecido: ¡Bravo, Leire! ¡Bravo, Amaia! Y, aunque aluda a la muy desgajada de Van Gogh, ojalá La Oreja permanezca unida mucho tiempo más.

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