Cultura

La memoria oculta de las víctimas de la izquierda en España

La absolución de Cayetana Álvarez de Toledo y varios ensayos sobre víctimas del terrorismo de izquierda reabren un debate ocultado por el progresismo

Son los inicios de la década de 1970: un anciano español de más de 80 años se encontraba en Argelia intentando convencer a lo más notable del terrorismo internacional para armar una organización en contra de la dictadura de Franco. Personaje atrabiliario, buscaba llevar una escisión del Partido Comunista Español, el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), a una guerra imposible con un régimen que había controlado a su disidencia con relativa facilidad luego desde 1939. 

El escritor comunista Jorge Semprún, en contrapartida, alertó a inicios de los sesenta de lo absurdo de la violencia contra Franco y defendió las tesis del italiano Palmiro Togliatti de una “tercera vía” al comunismo soviético. Todo cayó en saco roto y el PCE expulsó a los moderados, Semprún y su colega Fernando Claudín, y también a los más extremistas; todos opuestos a cualquier transacción con el franquismo: estos crearían el FRAP en 1973. Semprún, a diferencia de ese viejo de 80 años, conocía el país y nunca había sido juzgado como “ligero” (Indalecio Prieto), “delirante” (Juan Negrín) y ya con crueldad por Manuel Azaña como “insano”. ¿Quién era ese abuelo enloquecido que fue a Argelia a derrocar a Franco? No otro que Julio Álvarez del Vayo; extraño socialista criptosoviético que de los sesenta a los setenta quedó fascinado por Mao y las luchas postcoloniales de la nueva izquierda. 

¿Quién es más loco? ¿Este o los que siguen al trastornado? Varios militantes pagaron con su vida las teorías enfermizas de Álvarez del Vayo y fueron asesinados por una dictadura que en su deceso no dejó de morder, cual lobo herido, con los fusilamientos de septiembre de 1975. ¿Cuál era el propósito del FRAP? Una España que saliera de una dictadura de derechas a una de izquierdas, aquello que se llamó democracia popular, en intención acorde con la mayoría de intelectuales bajo la esfera de Sartre. Del Vayo no tuvo tiempo para ver ese sueño: murió en cama en mayo de 1975 en su cómodo exilio de Ginebra. Su ambicioso plan con el FRAP solo dejó como testamento seis víctimas: todas ellas sin el mínimo poder en el organigrama de la dictadura. Su único éxito póstumo fue ser readmitido en el PSOE en 2009 luego de su justa expulsión por Indalecio Prieto al acabar la guerra civil. Esta fue obra de un José Luis Rodríguez Zapatero educado en el odio analfabeto al franquismo: su memoria histórica, encantador oxímoron, jamás incluyó a las víctimas de Álvarez del Vayo.

Fundado por un esquizofrénico, seguido por tipos anodinos (entre ellos Francisco Javier Iglesias, padre del fundador de Podemos), esta memoria ignota del FRAP es una excusa perfecta para hablar de unas víctimas olvidadas: aquellas que el terrorismo utópico de izquierda se cobró en un país tan lejano socialmente a Vietnam. 965 muertos de 1968 a 2000 son su legado olvidado, que se ha llegado a considerar falso, y del cual varios libros reivindican ahora su memoria oculta.

Por Marx, contra la patria y sin el rey

Debemos a Ulrike Meinhof, instigadora del grupo Baader Meinhof, la cita clave para entender todas las bandas terroristas de extrema izquierda que asolaron Europa de los sesenta a los setenta:

“¡Audacia en la lucha, audacia para ganar! ¡Atacad y aplastad el poder del imperialismo! ¡Ese es el deber de todo revolucionario! ¡Haced la revolución! ¡Llamamos a los militantes de la República Federal Alemana a convertir a todo el `establishment´ estadounidenses en objetivos para sus ataques en la pugna contra el imperialismo americano! ¡Larga vida a la RAF!”

Comienza, así, una nueva etapa en la historia de occidente de “enragés” contra el sistema capitalista luego de la relativa calma de la posguerra. Detrás de la postal idílica del guerrillero sacrificado, del hombre barbado agasajado por lo más corrupto de los intelectuales neoyorquinos, se encuentra el dorso con todas las víctimas innecesarias de una inútil insurgencia. Un ejemplo, la Baader-Meinhof – de nombre oficial Rote Armee Fraktion-, superó las 20 víctimas mortales y no consiguió ni uno de sus objetivos políticos.

Dos libros recientes, El mito de la transición pacífica: Violencia y política en España (1975-1982) de Sophie Baby y Las víctimas del terrorismo de extrema izquierda en España escrito por Carmen Ladrón de Guevara, nos permiten otear por ese mar hediondo que fueron las copias ibéricas de esta insurgencia roja. De tendencias ideológicas adversas, las dos obras coinciden en ofrecer luz sobre este terrorismo que extrañamente quedó oculto bajo la historiografía blanca de la Transición que instigaron Victoria Prego y Javier Tusell. A excepción de ETA, que Ladrón de Guevara excluye en su monografía quizá equivocadamente (fue declaradamente una organización “marxista” hasta los 2000s), el balance ruin de los dos libros es que tampoco ninguna de esas organizaciones logró nada y solo hubo de suplicar clemencia al estado del 78.

Aunque Ignacio Sánchez-Cuenca, gran teólogo de la izquierda marxista, sigue juzgando el surgimiento de estos grupos como “resultado de macroprocesos de cambio político y económico”, lo cierto es que la composición burguesa de la mayoría de estos es generalizada. Un caso tipo, ETA, presenta a sus fundadores Julen Madariaga, José María Benito del Valle o “Txillardegi” como gente vinculada a los negocios, la educación y de una evidente clase media. El “radical chic” de Tom Wolfe unido a esa extraña mezcla entre teología y etnia de Euskadi sirvieron como seducción inevitable a todo universitario allí. Juzga Jon Juaristi en su fundamental Bucle melancólico

“El hecho de que muchos de mi generación no matásemos entonces por uno u otro de estos móviles se debió en parte al azar estadístico, en parte al bajo desarrollo de las tecnologías terroristas y, en mayor medida, a que no prosperó el proyecto de guerra civil que bastantes jóvenes de la época llevábamos en el bolsillo. Ninguna de las muertes violentas de entonces añadió otra cosa que envilecimiento a los ideales que profesábamos…”

Sophie Baby es más prosaica y recuerda como este terrorismo “reactiva los temores asociados” con la “violencia pretérita” de la guerra civil. Su libro, baldón importante en el revisionismo de la Transición, pretende analizar el marco histórico y las tensiones constantes de los extremos a los que estuvo sujeto.  Eso sí, juzga con bastante honestidad que “el fracaso electoral” de la extrema izquierda llevó al eclipse de este terrorismo y también las ideas que defendía. 

En cierto sentido, todas estas proyecciones de un estado socialista futuro, recuerda Baby, acabaron en “un callejón sin salida”. El ex GRAPO Pío Moa, en sus memorias De un tiempo y de un país (uno de sus mejores libros), es el testamentario ideológico de esa lucha inútil:

“La imagen de esa época nos causa hoy una impresión extraña y poco brillante, pero fuertemente evocadora, como una vieja melodía vulgar, asociada a un gran amor o ilusión `que puedo haber sido y no fue´. Aunque lo más probable es que no pudiera ser de ninguna manera: mejor así (…) Quizá se me acuse de favorecer a la derecha al relucir errores de la izquierda. Respondo que son principalmente los errores mismos los que perjudican, y no su exposición. Exponerlos da pie al menos a rectificarlos”.

Pero, ¿y las víctimas? ¿Podremos al fin “rectificar” el error de su olvido? Ladrón de Guevara se ha convertido, al fin, en la necesaria albacea para culpa eterna de muchos intelectuales de izquierda que todavía las niegan.

Un reguero de sangre inútil

La primera víctima del terrorismo de extrema izquierda en España fue la niña Begoña Urroz Ibarrola el 27 de junio de 1960. Estaba al cargo de su tía Soledad, cuenta Ladrón de Guevara, cuando fue “daño colateral”, ese eufemismo inmoral, de una campaña de atentados del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL). Eligieron la estación de Amara, en San Sebastián, con el objeto de desestabilizar el turismo que comenzaba a ser el nervio económico de la dictadura. 

Oriundo de Galicia, este movimiento tuvo más ambición que pericia y su única acción épica fue el secuestro del buque mercante “Santa María”. Sus fundadores, Humberto Delgado y Xosé Velo Mosquera, tenían una ideología etérea cuyo único punto en común era la oposición a las dictaduras ibéricas y, de hecho, no parecen haber estado vinculados a las organizaciones internacionales de izquierda. Delgado, además, sería cazado por los tenebrosos servicios secretos de Salazar, los cuales llegaron a ser condenados por este hecho en España. Varias placas reconocen en Portugal al general Delgado por su condición antisalazarista y nadie condena su implicación allí en el asesinato de Urroz de apenas 22 meses.

La primera víctima del terrorismo de extrema izquierda en España fue la niña Begoña Urroz Ibarrola el 27 de junio de 1960

Los siguientes atentados, que son dominados por el FRAP, el GRAPO y los anarquistas, fueron amnistiados hasta el año 1976. El repaso de Ladrón de Guevara de las víctimas, así, no hace en ningún momento literatura y presenta con pericia tipográfica, esa imparcialidad del teletipo, el origen social de cada una y su destino aciago. No parecen, en ningún caso, agentes de la dictadura, sino que abundan los policías privados, urbanos y de tráfico. La visión épica de Guardias Civiles cazados por Gudari, que llegó a ser un género musical en el “Rock Radical Vasco”, se contrapone por lo inútil y gris de los hechos acaecidos. 

La mediocridad, la cobardía, domina estas acciones y nada más ajeno a una crónica grandilocuente en Egin o Mundo Obrero. Detrás de las víctimas, de los autores de los crímenes, se muestra una verdad oculta durante años por intereses políticos:

“…el presente trabajo pretende ser una contribución al derecho a la verdad de las víctimas, ya que tienen derecho a conocer las circunstancias que rodearon a su atentado y, en medida de lo posible, a identificar a sus autores. De ahí que, sin quitar el foco de las verdaderas protagonistas -las víctimas- se haya querido también poner nombre a los responsables de tanto dolor y sufrimiento…”

Ladrón de Guevara, en este sentido, recuerda que “debemos conocer quiénes fueron y por qué lo hicieron”. Ahora bien, ¿Cómo es posible que tantos crímenes resultaran prácticamente ignorados? ¿Por qué tardaron estas víctimas en ser reconocidas? (algunas solo en la década de los 2000).

La banalidad del antifranquismo

Fue Arcadi Espada en sus excelentes diarios del año 2001 el que se dedicó un verano a escudriñar, exprimir, las menciones a la violencia de izquierdas en la prensa de los años 70. Justo Premio de Espasa, Espada recordaba cómo los periódicos, los medios de comunicación, evitaron usar el término "terrorista” durante largo tiempo al referirse al insurgente contra la dictadura y los primeros años de la democracia. Sentenciaba con vehemencia:

“Hasta la muerte de Miguel Ángel Blanco, por poner una huella en el camino, el terrorismo y sus víctimas han sido minimizados, y los asesinos, mitificados por activa y por pasiva. Y no me invento nada al afirmar tal cosa (…) A mi modo de ver, siempre y cuando no se olvide una lección que a mí me parece importante, los terroristas han de estar en los medios como lo que son, es decir, como lo que les hace noticia. No hay nada más lamentable y patético que un futbolista en un programa de libros, y a la contra, nada más patético que un poeta retransmitiendo un partido de fútbol. En fin, nada más patético que todas estas escaramuzas, que todos estos enmascaramientos que se practican con la realidad, y nada más patético, naturalmente, que un terrorista en los medios como filósofo de la historia o como científico de guerra”.

El boom de publicaciones militantes de izquierdas, constreñidas durante años de censura, tuvieron bastiones en editoriales como Ruedo Ibérico o Prensa Periódica (casa madre de Triunfo y Tiempo de Historia) que celebraban a cualquier guerrilla utópica con ideales campanudos. Una búsqueda simple de “guerrilla” da 18 resultados en la web de Triunfo y dice todo sobre su ideología con titulares como “golpe espectacular”, “justicieros solitarios” o “la guerrilla et l'amour". 

No es casual que un exiliado de la dictadura de Fidel Castro en Cuba como Néstor Almendros, que también había huido del franquismo, fuera recibido con frialdad entre los intelectuales de izquierdas en la España de los setenta (según testimonio triste de su amigo Terenci Moix). Siguiendo con cierto periodismo de datos, la búsqueda “terrorismo” en la revista de Prensa Periódica  ofrece 109 enlaces con una fijación en los atentados de extrema derecha, numéricamente muy inferiores a la izquierda en la Transición (40 víctimas), y con artículos paternalistas en contra de las medidas policiales en la Alemania Federal del exfranquista Haro Tecglen.

Entre todos ellos destaca un obituario del politólogo Antonio Elorza del diplomático terrorista, el citado Álvarez del Vayo, donde los vicios de la prensa de este periodo se hacen carne. No miente Arcadi Espada: la reseña de Triunfo del 17 de mayo de 1975 sobre el deceso del político republicano acababa con un delirio épico apenas distinto a los detritus falangistas sobre José Antonio Primo de Rivera que se publicaban en el diario Arriba:

“Aún recuerdo la sorpresa que experimenté, el mes de enero pasado, al ver en un metro de París -creo que en el de Raspail- unos carteles, viejos ya y desgarrados en su mayoría, en los que se leía la convocatoria de un mitin para mediados de diciembre con la participación de Álvarez del Vayo y Jean Cassou. Y, como fondo, tras la imagen sonriente del viejo socialista, la bandera de la República española”.

Esa bandera republicana que emocionó a Elorza estaría bañada para siempre con la sangre de las seis víctimas inútiles que provocó el FRAP: su memoria es tan necesaria como aquella de los asesinados por el franquismo.

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