Millones de personas se fueron a la tumba pensando que el cuadro más famoso del arte español estaba impregnado de un tono mostaza en el que los personajes parecen tener problemas hepáticos. Las columnas, los muros, el vestido de la infanta, y la luz de la puerta del fondo aparecen oscurecidos y parduzcos, fruto de la oxidación de viejos barnices. El retrato de la familia de Felipe IV llegaba a la década socialista de los ochenta extremadamente apagado y el ministerio de Cultura decidió limpiar el lienzo del siglo XVII. La magna tarea recayó en el restaurador londinense John Brealey que rehusó a recibir una compensación económica: “Nadie puede ser pagado si va al paraíso”.
España llegaba al 1982 después de haber superado el intento fallido de golpe de Estado de Tejero, y en el año en el que Felipe González iba a conseguir su primera mayoría, una comisión integrada por expertos españoles y de la universidad de Harvard realizaron un estudio técnico de la obra, compuesto por estudio radiográfico, reflectografía por rayos infrarrojos y análisis químicos de pigmentos, que determinó la necesidad de restaurar la obra. "Una parte importante del año 83 lo dedicamos a hablar de Las meninas, el anterior director del museo me dijo una cosa que me quedó marcada: 'Si alguna vez yo estuviera gravemente enfermo, me gustaría que me tratara el mejor médico", recordaba este lunes Javier Solana, actual presidente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado y ministro de Cultura en aquel momento.
"Nadie se atrevía a tocar Las meninas. Comentándolo con el presidente [Felipe González] que íbamos a hacerlo, me dijo: 'Javier, los gobiernos pueden caer por muchas cosas, pero si no hacemos bien la restauración de Las meninas nos vamos a casa. Haz lo que debas hacer, pero hazlo con seguridad de que va a salir bien'", señaló Solana que también explicó que la decisión recayó en manos de su cartera, “era realmente quien tenía las riendas del Prado, prácticamente era una Dirección General del ministerio".
Si no hacemos bien la restauración de las Meninas nos vamos a casa. Haz lo que debas hacer, pero hazlo con seguridad de que va a salir bien'",
Restaurador extranjero
Brealey, que en aquel momento era director del gabinete de restauración del Metropolitan Museum de Nueva York, comenzó su trabajo el 14 de mayo de 1984. Como él mismo apuntó, el trabajo no sería complicado puesto que la obra se conservaba en un muy buen estado para sus casi tres siglos y medio de vida. La principal tarea que debía afrontar el equipo restaurador era la eliminación de barnices antiguos que opacaban el lienzo.
"Ver ahora Las meninas es como oír una música a través de una puerta cerrada", dijo Brealey aquellos días.
La prensa informaba que los gastos del viaje y la estancia en España del conservador serían sufragados por un mecenas anónimo. Los periódicos también se hacían eco de la polémica por tocar el cuadro y los recelos levantados entre los restauradores españoles: "Es como si a un pianista le dieran la oportunidad de interpretar una obra de Beethoven que sólo se toca una vez cada cuarenta años. Es lógico que surjan estas controversias, porque, además, Las meninas no es sólo una obra de arte importantísima, sino que es también un símbolo y a nadie le gusta ver cambiar un símbolo", apuntó Brealey quien esperaba la controversia.
La suciedad de la Gioconda
Brealey concluyó su trabajo de forma impecable en 23 días en los que además de las opiniones en prensa también tuvo que soportar una protestas de un grupo de universitarios que consideraban que tocar el lienzo de Velázquez era un “atentado”. El tiempo dio la razón al trabajo del restaurador inglés que sigue brillando cuatro décadas después como la joya de la corona de la pinacoteca madrileña.
La limpieza de Las Meninas recupera uno de los asuntos más polémicos en el mundo del arte, la necesidad de restaurar las obras a pesar del riesgo que siempre suponen este tipo de intervenciones. En este punto, la no intervención sobre La Gioconda refleja gran parte de esta problemática. El cuadro más famoso del mundo está en unas muy delicadas condiciones de conservación. 150 años más antiguo que Las meninas, La Monna Lisa también presenta el pardo oscurecimiento producto de la oxidación de barnices antiguos. Sin embargo, el principal problema del lienzo son las miles de grietas que cuartean la pintura de más de 500 años de antigüedad.
Los historiadores del Arte coinciden en que la restauración es necesaria, pero recuperar los vivos colores del retrato renacentista supondría descolgar durante varios meses al principal imán turístico del Louvre. Teniendo en cuenta que gran parte de los visitantes al museo lo hacen para hacerse un par de selfies delante del cuadro, la operación podría costarle unos cuantos millones de euros a la entidad.