Sin tiempo para el adiós (Galaxia Gutenberg), el más reciente ensayo de Mercedes Monmany, despliega el mosaico de exiliados, desterrados y emigrados del siglo XX en Europa. En estas páginas, la crítica literaria desgrana historias, estampas y retratos individuales que acaban por componer una imponente panorámica del exilio político propiciado por el nazismo y el fascismo, y que tiene entre sus víctimas a figuras como Thomas Mann, Stefan Zweig, Josep Roth, Vladimir Nabokov, James Joyce, María Zambrano, Manuel Chaves Nogales, Luis Cernuda o Antonio Machado. Monmany los reúne gracias a una estructura prístina y una prosa construida con profusión de detalles.
Si en su libro Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg, 2015), Monmany hizo un repaso exhaustivo de la literatura europea de los siglos XX y XXI, y en Ya sabes que volveré (Galaxia Gutenberg, 2017) trazó la memoria de las escritoras que murieron en Auschwitz, en Sin tiempo para el adiós completa ese tríptico del siglo XX europeo con el análisis y reconstrucción de uno de sus desgarros más profundos: la errancia y el exilio, esa travesía por hondas penas y “la historia de un amor decepcionado, frustrado”, como escribe la autora en el capítulo dedicado a Stefan Zweig.
A lo largo de más de treinta capítulos, Mercedes Monmany teje con rigor, elegancia y una especial claridad narrativa las biografías de los principales nombres de la cultura europea que debieron enfrentar el exilio. Aunque pudiese tener un hilo estrictamente cronológico, que el texto conserva de manera natural, la estructura de biografías sucesivas propone una lectura detallada de un siglo escrito desde el destierro y el desarraigo. Hay determinados perfiles e incisos como el que dedica a la italiana Natalia Ginzburg -es prodigioso-, pero también una amplia documentación epistolar, así como la cita de fuentes esenciales, como las charlas de Thomas Mann en la BBC durante su exilio estadounidense.
Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, crítica literaria y ensayista especializada en literatura contemporánea europea, Mercedes Monmany ha sido reconocida con Chevalier des Arts et des Lettres de la República francesa, Cavaliere dell’Ordine della Stella d’Italia, y Medalla de Oro al Mérito de Serbia. Desde hace décadas escribe de forma ininterrumpida en los suplementos literarios de La Vanguardia, Babelia de El País o en ABC Cultural. También colabora en numerosas publicaciones españolas y extranjeras. Sobre los destierros que marcaron el siglo XX europeo y español, conversa en esta entrevista concedida a Vozpópuli.
Por las fronteras de Europa (2015) propuso un repaso exhaustivo de la literatura europea de los siglos XX y XXI y en Ya sabes que volveré (2017) investiga sobre las escritoras que murieron en Auschwitz. ¿Cómo completa Sin tiempo para el adiós ese tríptico del siglo XX europeo?
A veces pienso que me hubiese gustado practicar un ensayismo mixto. La escritora Zadie Smith dice que tanto si escribe novela como ensayos, se guía por el mundo de lo íntimo. Porque al final se trata de la emoción. Es una mezcla de todo. Siempre he leído textos literarios con un libro de historia al lado. Poco a poco, es posible notar que la propia biografía se va inmiscuyendo en lo que escribes. Mi familia es española y francesa, de fronteras, de ahí el título de aquel ensayo: lo hice como homenaje a la infancia. Vivía en Barcelona, cruzaba la frontera y me iba a casa de mi abuela en Francia.
En las fronteras suceden muchas cosas: muertes, dramas, huidas, éxodos. En la Guerra Civil española hubo un gran éxodo republicano hacia Francia. Se les encerró en campos de concentración al aire libre, en el mes de febrero, en las playas: familias con niños, sin nada con qué cubrirse, con hambre y frío. Lo mismo ocurrió a los antinazis que huían, en su mayoría judíos. Siendo mi especialidad el examen de la Europa de la cultura, encontré cientos de escritores y creadores que huían en una ruta por los Pirineos, acompañados de pasadores de fronteras. El circuito era muy arriesgado, pero si conseguían llegar hasta Portugal, desde ahí se dirigían al mundo libre, a Inglaterra y Estados Unidos.
Sin tiempo para el adiós asoma la existencia de una sensación de destierro previa al nazismo. Joseph Roth y su relación con el imperio austrohúngaro es el mejor ejemplo.
Espiritualmente todo empieza con la caída del imperio austrohúngaro en 1918. Roth era un monárquico simbólico. Era un judío de la parte oriental extrema de Galitzia. Allí se sentían protegidos con el emperador. Al caer el imperio, todos estos judíos intuyen que puede pasar de todo. Comienza toda esa época de deambular, que se refleja en los textos de Roth. En 1933, con la llegada de Hitler, ya él lo tiene clarísimo, y se marcha a París. Es cierto que esa sensación de orfandad, de ser un paria y un apátrida, venía de antes. Hay que imaginar cómo era esa Europa de los ultranacionalismos y los fascismos. El peor insulto era ser apátrida, suponía la escala más ínfima de la sociedad. Es una época tremenda porque deambulaban por toda Europa sin papeles. Son personas que se ven desnudas. Se ven obligados siempre a explicar de dónde vienen y son considerados analfabetos porque no dominan la lengua del lugar y, al mismo tiempo, tienen una trayectoria tremenda.
Todos o casi todos los autores que incluye en su libro tienen una relación truncada con el origen. Una vez que comienzan a escribir en otro idioma, la patria queda clausurada y el lenguaje propio como ruina. ¿Por qué?
La unión con la antigua patria es la lengua. Cambiar o no de lengua es un dilema al que se tuvieron que enfrentar muchos escritores. Le pasó a Sándor Márai, que murió viejo, ciego, sin ser conocido por nadie en los EEUU y al mismo tiempo sus obras eran prohibidas en su país de origen. Estaba en un no-espacio. Pero él mantuvo la fidelidad a la lengua. Conozco a algunos que tomaron esa decisión, por ejemplo, Norman Manea mantuvo el rumano.
Recoge usted frases lapidarias. “Mas confieso que me aterran las ruinas alemanas”, escribió Thomas Mann a Albert Einstein, pero acaso aún peor es su idea de que “La paz tiene un aspecto siniestro”…
Eran escépticos con las desnazificación. Al final de la guerra, su hijo Klaus Mann, recorre toda Europa como soldado con las tropas americanas. Escribió sus impresiones en una serie de textos que Hans Magnus Enzensberger recogió en un libro titulado Europa en ruinas. Son testimonios inmediatos de qué pasa al acabar la guerra y que él va contando a su padre, como la carta en la que le dice que su casa está destruida. Esos textos tienen el escepticismo de quienes saben que no se puede sanar un país de un día para otro. No es posible cerrar las heridas en una sociedad en la que se levantaba con los discursos de Hitler. Por eso el escepticismo de Thomas Mann y de Klaus Mann, incluso preso de la drogadicción y la desesperación que lo lleva al suicidio.
Klaus Mann, que abre el libro, encierra una triple tragedia: ser hijo de Thomas Mann, estar imposibilitado para relevarlo y el propio hecho de enfrentarse a Europa como ruina.
Son muy distintos, desde todo punto de vista. Klaus asumió la homosexualidad lastrada, a diferencia de la homosexualidad no reconocida de Thomas Mann y que aparece reflejada en Muerte en Venecia. Los separaba una diferencia generacional tremenda. Por otra parte, está el estamento de la burguesía, vivir de las apariencias, sin escándalos… ¿Cómo convivir en la misma familia con unos reproches implícitos? Thomas Mann le reprochaba a Klaus que improvisaba mucho. Thomas Mann es ese tipo de intelectual con un gran sentido del deber. No hay que olvidar que Thomas Mann fue el jefe de filas del anti nazismo. Era premio Nobel y una figura de mucho peso internacional. Klaus en cambio era el activista de base: el que recorría los lugares, hacía conferencias con su hermana y escribió los textos incluidos en aquel libro fantástico. Con la cantidad de países que tuvieron inmigración masiva, incluida España, no existe ningún personaje como él.
Siempre le he dado vueltas a escribir sobre el tema. En esta trilogía, que comienza con 'Fronteras de Europa' y donde reúno a 320 autores, me di cuenta de que había dos traumas europeos que era necesario tratar: el genocidio judío y los éxodos. La pérdida de la tierra, la expatriación, el destierro, las persecuciones que van aparejadas y el drama de dejarlo todo de un día para otro. Hablamos de miles de emigrados de la gran cultura europea, el gran exterminio de la élite europea. De ahí el título. Ellos lo dicen en las cartas: ni siquiera tuvieron tiempo de despedirse.
Ya en 'Fronteras de Europa', me di cuenta de que había dos traumas europeos que era necesario tratar: el genocidio judío y los éxodos.
El intelectual moderno, entendiendo por modernidad un marco que atiende a los siglos XIX y XX, ¿desaparece en este momento?
Los nazis, Mussolini, Franco y también los soviéticos llegan en el momento de máximo esplendor cultural. En Rusia las vanguardias eran una locura, en España está la generación del 27... No digo que lo que siguiera a esto fue una decadencia, pero resulta tremendamente difícil sustituir escritores y personajes tan geniales. En un momento dado tuve que delimitar. Mi intención era que el libro abarcara los siglos XX y XXI. El veinte termina con la guerra de los Balcanes como la última guerra y en el siglo XXI abordaba Oriente, porque he leído a una cantidad de escritores iraníes durísimos, una de ellas es Azar Nafizi, que escribió Lolita en Teherán. Finalmente, resultaba muy extenso y decidí limitarme a Europa y el siglo XX.
María Zambrano es un personaje clave en este ensayo. Ella es el punto de intersección de todos los demás intelectuales españoles exilados. A través de ella, usted nombra al resto.
Es la gran pensadora del exilio, la que más escribe y reflexiona al respecto. Hannah Arendt es la gran especialista de los totalitarismos, pero no se dedica tanto al exilio. Tiene un texto, We refugees, pero María Zambrano está dando vueltas todo el rato alrededor de concepto de exilado. Es la figura que identifica el desgarro del exilio español. Y mira que España tiene muchos exilados y, sin embargo, pocas obras están tan volcadas como la suya. Es la gran pensadora del exilio, incluso a nivel europeo.
María Zambrano describe al exilado como el gran desconocido, incluso para sí mismo.
El devorado por la historia, escribe. Eso resume lo que es un exilio: tener forjada una historia en un lugar y de pronto tener que volver a construirla en otro. La historia va devorando a sus mejores hijos, en el mejor sentido, porque la creatividad nunca se detuvo.
¿Los EEUU fue a los exilados alemanes de Weimar lo que México al exilio español?
Para austríacos y alemanes sin duda. No tenían otro sitio dónde quedarse. Europa estaba tomada. Francia, el país de las libertades, era colaboracionista. Inglaterra también fue un destino para muchos. Ahí murió Chaves Nogales y Arturo Barea. Lo más seguro era Estados Unidos. Y en cuanto a los españoles, tenían la oportunidad de irse a Hispanoamérica. Todos los exilios son terribles, pero ellos al menos tenían esa oportunidad de la lengua.
¿Hasta qué punto el macartismo afectó esa presencia intelectual europea y rusa?
Imagínate acusar a Thomas Mann de comunista. Es que se volvieron locos. Unos sobreviven mejor, a Hannah Arendt no la presionaron tanto. Thomas Mann había tenido relación con algunos intelectuales pertenecientes al comunismo, pero él como escritor y humanista insistía en las individualidades y se niega a hablar mal de sus amigos comunistas. En medio de esa dinámica enloquecedora que le obligaban a denunciar y hablar de los comunistas, Thomas Mann se cansa.
Hay una obsesión por la memoria histórica pero menos empeño por la reconstrucción de sus historias. ¿España olvidó el exilio?
En el exilio español el trauma es el mismo: no poder volver a tu patria, el desarraigo. Los españoles se acomodan algo mejor, porque se marchan a Buenos Aires, de donde se marchan a México, fundan editoriales y revistas. Es apabullante esa historia de las dos España: esa que abandonan y la otra que construyen en el exterior.
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