La Cripta Imperial de Viena es uno los rincones de Europa que hacen sentir el peso de la historia. La ‘Kaisergruft’, o Cripta de los Capuchinos conserva los cuerpos de los hombres y mujeres que dominaron mil años de historia Europea. La Casa Habsburgo, la del Sacro Imperio Romano Germánico, del Imperio Austriaco y del Imperio Austrohúngaro, fue también la misma casa real de la que era súbdito Hernán Cortés cuando entró en Tenochtitlán, la de los Carlos V o Felipe II que gobernó el imperio español durante dos siglos. Paseando por este Escorial centroeuropeo a cualquier visitante le llamará la atención la multitud de cartas y dedicatorias depositadas en la tumba de Sisi, y las banderas mexicanas y las notas en español a los pies del sarcófago de Maximiliano, emperador de México durante tres años.
Maximiliano era nombre imperial, el nombre del padre de Felipe, el hermoso, padre de Carlos V, vía de acceso de este último al título de emperador. Alto, rubio, ojos azules, con un cuidado extremo en su barba y bigote, Maximiliano era según el historiador Edward Shawcross un "segundón frustrado, convencido de su propio destino, pero que, a diferencia de su hermano mayor, el emperador Francisco José I de Austria, carecía de un imperio que gobernar".
En El último emperador de México, Shawcross recrea el tablero geopolítico de la segunda mitad del siglo XIX que posibilitó que durante un par de años, el hermano del emperador de Austria se convirtiera en emperador de México por los intereses del emperador de Francia, Napoleón III. En la política del momento no era tan extraño buscar un rey extranjero, como demostraría poco después España con el ‘casting’ que acabó enjaretando la corona española a Amadeo de Saboya, en otro intento fallido de reinstaurar una monarquía.
Inestabilidad, guerra y pérdida territorial
La grandilocuencia del título de emperador de México no venía cubierto de grandes posesiones coloniales fuera de sus fronteras, sino que a diferencia de sus vecinas americanas, México se había independizado de la Corona española con la forma de una monarquía conocida como el Imperio mexicano, con Agustín de Iturbide.
Este primer intento imperial se prolongó desde 1821 hasta 1823, después llegarían varias formas de república que no consiguieron asentar un gobierno estable, lo que favoreció que su vecino del norte le arrebatara más de la mitad de su territorio en 1848.
La potencia emergente del momento le acababa de arrancar más de la mitad de su territorio a un jovencísimo país. Los mexicanos se olieron que el discurso de la doctrina Monroe “América para los americanos” era un buen eufemismo con el que sus vecinos del norte en realidad quieren decir “América para los Estados Unidos”, y algunas facciones no vieron con malos ojos una tutela europea. Pero el verdadero cerebro de la operación era Napoleón III, con las ansias de expandir la grandeza francesa por el mundo, concibió un plan de instaurar una monarquía católica en América dentro de un programa de panlatinismo, en el que Francia sería la cabeza de esta nueva. Una idea imperial que apoyaba una unidad cultural de los pueblos latinos y que se enfrentaba a los anglosajones. Es en este contexto es donde nace la idea de América Latina o Latinoamérica que se distanciaba de la América anglosajona al mismo tiempo que quería borrar el recuerdo de la América española o hispana. "Napoleón III soñaba con restaurar la influencia europea con una monarquía bajo la tutela francesa: Maximiliano I era su hombre en México. Napoleón III lanzó uno de los ejemplos más impactantes de cambio de régimen en el siglo XIX, sustituyendo la República mexicana de Benito Juárez, apoyada por Estados Unidos, por la monarquía de Maximiliano I patrocinada por Francia”, indica el historiador.
La inestabilidad continuaba y una guerra civil enfrentó a liberales y conservadores, en la que se impusieron los primeros. El conflicto había arruinado al Estado y después de que el presidente Benito Juárez decretase la suspensión de pagos, Francia, Reino Unido y España, principales acreedores, firmaron un alianza para mandar tropas al país americano.
Invasión francesa
Mientras que británicos y españoles regresaron, los franceses invadieron el país y tomaron la capital en 1863. Maximiliano, muy dubitativo sobre el plan, no desembarcará en México hasta mayo de 1864. Los conservadores apoyaron la instauración de este imperio títere, pero la tendencia de Maximiliano por el liberalismo le hizo tratar de acercarse a los liberales moderados, algo que no gustó a sus principales aliados en suelo mexicano.
De nuevo abriendo el foco, todo ello fue posible, según recalca Sahwcross, por la coincidencia de la Guerra civil estadounidense (1861-1865), que impidió a la potencia del norte oponerse a la aventura francesa. De hecho, el fin de la Guerra de secesión hizo que Napoleón III retirara sus tropas, para evitar entrar en una guerra con Estados Unidos. Maximiliano se quedó colgando de la brocha y, asediado en Querétaro, fue capturado, condenado a muerte y fusilado en junio de 1867 por orden de Benito Juárez, que hizo oídos sordos de la petición de las potencias de que conmutaran la pena.
Desde la barrera del tiempo el plan de adoptar un emperador nos parece un tanto rocambolesca, pero los propios contemporáneos ya veían esta intentona como algo disparatado. "El presidente Ulysses S. Grant lo consideró una locura, nada menos que un acto de guerra contra Estados Unidos. Por su parte, Karl Marx proclamó el preludio del acontecimiento como una de las empresas más monstruosas en los anales de la historia internacional. Adolphe Thiers, presidente de la Tercera República francesa, calificó el establecimiento del Imperio mexicano como una locura sin parangón desde El Quijote", señala Shawcross. Fue, según concluye el historiador, “el desafío de la Europa dinástica a la América republicana, la reafirmación del Viejo Mundo frente al Nuevo”.
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