Tuvieron como colaboradores al Fernando Savater anarquista, al Federico Jiménez Losantos comunista e incluso -unas pocas veces- al futuro premio Nobel Mario Vargas Llosa, referente global de los valores liberales. Creyeron que los problemas sociales se harían llevaderos tras el fin del franquismo, pero el PSOE triunfal de los ochenta les demostró que la izquierda no estaba siempre del lado de los de abajo. Hoy pueden presumir de haber aguantado en el quiosco durante cuatrocientos números, en un contexto en el que las cabeceras caen como chinches. Esta hazaña es motivo suficiente para que Vozpópuli entreviste a Miguel Riera (Barcelona, 1943), responsable de una publicación que cuenta con firmas de gran prestigio en la universidad y la función pública.
¿Cuál es el objetivo de la revista en 2021? “Los contenidos han ido variando a lo largo del tiempo, en función de las circunstancias sociales y políticas. Inicialmente la intención era la de facilitar una plataforma en la que las diversas izquierdas, que se llevaban bastante mal entre ellas, encontraran un espacio en el que debatir civilizadamente. Después llegaron el descafeinamiento del PSOE, la aparición del GAL y la corrupción, así que la revista tuvo que reorientar sus propósitos. Otra etapa importante que impulsó un giro en los contenidos fue la explosión del 15-M”, explica. ¿Cómo ve la situación actual? “Tengo la impresión de que ahora mismo estamos iniciando una nueva etapa ante el hecho innegable del desmoronamiento de la izquierda, precisamente ahora en que está en gobierno”, destaca.
Para hacernos una idea de la importancia de El Viejo Topo, hablamos también con Eddy Sánchez, doctor en Economía, profesor de Geografía Política en la Complutense y director de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM). ¿Cuál es la aportación del Viejo Topo a la izquierda española? “Diría que tres: primero haber mantenido una revista de izquierda transformadora en momentos de apología de la globalización, del neoliberalismo, del felipismo y el zapaterismo. Segundo: mantener un pensamiento diferenciado del posmodernismo: defensores de las teorías del imperialismo frente al concepto de Imperio de Toni Negri. Por último, El Viejo Topo ha defendido un proyecto nacional en España frente a la visión más favorable al independentismo, mayoritaria en la izquierda española”, explica.
Sin renunciar a España
Sánchez añade otra consideración: “El Viejo Topo no ha tomado como eje exclusivo de su política editorial a la idea de ‘intelectual’. que mayoritariamente tiene la izquierda. Frente al predomino del profesorado universitario de ciencias sociales de Madrid y Barcelona o el político de izquierdas con visibilidad mediática, El Viejo Topo ha optado por el intelectual que a su vez es militante. En resumen, frente al intelectual puro opta por el militante de movimientos sociales o por el intelectual comprometido con el movimiento obrero o con partidos de izquierda (Monereo, Samir Amin y Atilio Borón, entre otros). Por último, es una editorial barcelonesa de izquierdas pero que no es nacionalista”, destaca. De ahí algunas antipatías ancestrales.
Creemos que nuestro deber es ejercer esa labor crítica también hacia los nuestros", recuerda Riera
La revista se estrenó en 1976, tras librar duras batallas contra la censura franquista. Durante los dos primeros años, la tirada real fue de 35.000 ejemplares mensuales, con picos de hasta 50.000. Luego inició un declive en ventas hasta estabilizarse en los 3.600 actuales en la versión en papel. “En el sector del periodismo, siempre ha habido mucho postureo con las cifras -y lo sigue habiendo-,debido a la dependencia económica de la publicidad. Como nosotros solo insertamos publicidad de nuestros sellos editoriales, podemos dar las cifras reales”, apunta Riera.
¿Cuál fue su momento más complicado? “La etapa más dura fue la primera, por los secuestros continuos y los procesos judiciales abiertos, con importantes peticiones de condena. Afortunadamente la amnistía nos pilló sin que hubiera todavía ninguna sentencia en firme. Y la crisis (económica) no la hemos esquivado: vivimos perpetuamente en ella. Sobrevivimos gracias a la generosidad de los colaboradores, nunca me cansaré de repetirlo”, destaca.
Izquierda sin proyecto
¿Por qué causa El Viejo Topo incomodidad en la izquierda española? "Si por izquierda te refieres a las cúpulas políticas de los partidos de izquierda, sí hay incomodidad será porque mantenemos una radical independencia de ellas. Jamás les hemos pedido nada, ni mantenemos una proximidad física. Somos una revista que se sitúa en el ámbito del pensamiento crítico, y creemos que es nuestro deber ejercer esa labor crítica también hacia ‘los nuestros’. Pero quien nos lee, quizás también algunos de los integrantes de esas cúpulas a nivel individual, es indudablemente gente de izquierda”, responde.
Bajamos a los ejemplos. Varios autores de la revista (Manuel Monereo, Diego Fusaro, Jorge Verstrynge…) han sufrido insultos e intentos de censura. ¿Se resiste la izquierda española a ciertos debates? “ Yo no veo debate alguno sobre problemas fundamentales. No veo que la izquierda tenga un proyecto claro de país más allá de algunas reivindicaciones concretas. No se discute en serio sobre la Unión Europea, los nuevos equilibrios geopolíticos, los cambios sociales que ocasionará la ya iniciada revolución tecnológica, los contenidos del sistema educativo y tantas otras cosas fundamentales que al parecer hemos dejado abandonadas a los dictados de los pensadores del sistema. Hemos aceptado la subalternidad en todos los campos, casi sin saber cómo”, lamenta.
Además de la revista, El Viejo Topo es también una prestigiosa editorial, que ha editado decenas de ensayos hoy considerados clásicos. “Hay autores que podrían ser claves para orientar a la izquierda actual: por ejemplo Samir Amin y su análisis de la economía mundial y Benjamin Foster en cuanto al potencial que hay en la relación entre marxismo y ecología”, destaca Sánchez. Otro autor especialmente útil para entender el espíritu de la editorial es Jean-Pierre Chèvenement: hablamos de un pensador de extracción muy humilde que sufrió los rigores de la Segunda Guerra Mundial y después aprovechó el sistema meritocrático francés para llegar a las élites del país, alcanzando altos cargos con presidentes tan distintos como Mitterand y Macron. Su conocimiento profundo de la geopolítica y de los mecanismos internos del Estado le convierten en un ensayista de primera, con un sentido práctico del que la izquierda actual parece cada vez más huérfana.
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