Cultura

Milei y la necesidad de una derecha populista

El partido de Javier Milei, La Libertad Avanza, ha ganado la primera de vuelta de las elecciones argentinas. Quien lo conozca mínimamente sabrá que Milei defiende una sola causa nobilísima ―el antiabortismo― y un sinfín de causas innobles

El partido de Javier Milei, La Libertad Avanza, ha ganado la primera de vuelta de las elecciones argentinas. Quien lo conozca mínimamente sabrá que Milei defiende una sola causa nobilísima ―el antiabortismo― y un sinfín de causas innobles como la compraventa de órganos, el comercio con niños y la legalización de las drogas. Además, es un hombre temerario en el sentido estricto de la palabra: se pronuncia con desenvoltura, incluso con aplomo, sobre todo lo que desconoce. Virales son sus diatribas contra la justicia social y contra el Papa Francisco, a quien ha llegado a referirse, con los ojos inyectados en sangre, preso de una ira que yo no le desearía ni a mis peores enemigos, como "el representante del Maligno en la tierra".

No pretendo juzgar con esto a sus votantes. Supongo que la tragedia de Argentina consiste en que los adversarios del histriónico anarcocapitalista no son sustancialmente mejores, quizá sí sustancialmente peores, que él. Me parece razonable que, tras décadas de corrupción desenfrenada, de cambio gatopardiano ―el cambio que se produce para que todo siga igual― y de crisis económicas que son menos crisis que estricta normalidad, los votantes opten por alguien que, como Milei, hace una enmienda a la totalidad del régimen. Aunque no sea un bien en sí mismo, ni mucho menos, quizá sea un mal menor para Argentina, quién sabe.

En cualquier caso, yo no quería hablar sobre la situación política en Argentina, asunto para el que estoy manifiestamente incapacitado. Sí querría decir algo, en cambio, sobre el desconcertante y revelador entusiasmo que suscita Milei entre una parte de la derecha española. Muchos comentaristas en Twitter lo han presentado, de hecho, como modelo en la lucha contra los "zurdos". Elogian su retórica desacomplejada, irreverente, políticamente incorrecta. Incluso Vox, supuestamente ahora más alejado que nunca de su antañón liberalismo, se ha congratulado de su triunfo, al parecer esperanzador para Argentina.

Decía que este entusiasmo es revelador porque, en efecto, nos muestra dos de los principales defectos de la derecha española: el conformismo, por un lado, y la rudeza ideológica, por otro. En ocasiones parece pensar en negativo, sólo contra la izquierda. Es como si para ganarse su favor uno apenas necesitase una referencia hostil al comunismo y una apelación tan ditirámbica como vacía a la libertad. Milei no entusiasma a los derechistas patrios tanto por lo que piensa como por contra quién piensa. No les gusta su ideología, sino tan sólo su agresividad. Su lógica es menos la del amor a unas ideas que la de la oposición a otras: "El enemigo de mi enemigo es mi amigo".

Tenemos unas élites consagradas a la muy cuestionable tarea de empobrecer a las clases medias, disolver la pequeña propiedad y de deteriorar los pocos vínculos que nos quedan

Sin embargo, más que lamentar el apoyo a Milei entre la derecha española, hemos de indagar las razones que lo motivan. A mi juicio, sigue vigente, tan lozana como un tulipán recién florecido, la mentalidad propia de la Guerra Fría. Las derechas se unieron entonces, supongo que con muchísimo sentido, contra ese diabólico enemigo parapetado tras el Muro. En ese hórrido contexto, las discrepancias entre las distintas familias daban igual porque lo que importaba era derrotar al enemigo común. El problema es que, tres décadas después de la caída del enemigo, la mentalidad permanece. Una buena parte de la derecha continúa obrando como si enfrente se irguiese el comunismo y a nuestro lado valiera la compañía de cualquiera que se oponga a él. Goza de vigorosa salud la idea jimenezlosantiana según la cual existe una conspiración "socialcomunista" de la que participarían personajes tan dispares como Bill Gates, los plutócratas del Foro de Davos, Lula Da Silva, Maduro y el Papa Francisco. ¿Cómo extrañarse, por tanto, de la popularidad de Milei, que clama contra el zurderío transnacional, entre según quiénes?

Milei y sus disfunciones

Todo esto evidencia la necesidad de una derecha distinta, una que comprenda el contexto en el que vive y deje de asestarle mandobles a un espectro. Se antoja indispensable, sí, una derecha que acepte que la amenaza no es ya el estatalismo, sino un poder brumoso que, aun incluyendo al Estado, no se reduce a él: organizaciones internacionales, farmacéuticas, big techs, empresas armamentísticas…

Por mucho que esto desconcierte a Milei y a sus fanboys, la derecha ya no está llamada a combatir contra la izquierda. Está llamada a combatir, con todos los "zurdos" de buena voluntad, contra unas élites consagradas a la muy cuestionable tarea de empobrecer a las clases medias, de disolver la pequeña propiedad y de deteriorar los pocos vínculos que nos quedan: la familia, la parroquia, la patria. Suena populista, lo sé, pero al elitismo de unas oligarquías que llevan demasiado tiempo gobernando para sí mismas sólo cabe oponerle un populismo que exalte, con Chesterton, al everyday man y que les recuerde a quienes gobiernan que él, y sólo él, debería ser el centro de sus desvelos.

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