El Papa Sixto V sólo reinó en Roma durante cinco años, pero a los romanos les pareció un siglo por su despotismo. Además de la plebe, Sixto V se buscó enemigos de alta alcurnia: la nobleza romana, Felipe II de España y la Compañía de Jesús. A ésta intentó quitarle su nombre y los jesuitas respondieron rezando una novena que debió ser poderosa: tocaban las campanas para el rezo del último día cuando falleció el Papa… muchos pensaron que, además de novena, hubo veneno.
La plebe romana no rezaba novenas, pero tan pronto se conoció la muerte del Papa, una multitud acudió al Capitolio y le ajustó cuentas a la imponente estatua que se levantaba en el mejor lugar de Roma. La imagen de Sixto V fue destrozado y se dice que terminó en el Tíber. Algunos pensaron que movía los hilos del populacho el poderoso “partido español”, capitaneado por los Colonnas, muy irritados porque Sixto V había excomulgado las corridas de toros.
El pueblo suele ensañarse con los símbolos del poder que le ha oprimido cuando éste desaparece. Una imagen icónica del levantamiento anticomunista de Hungría de 1956 fue la cabeza cortada de una ciclópea estatua de Stalin, derribada y rota ante 100.000 exaltados habitantes de Budapest. Pero había otra foto, las botas de Stalin que se quedaron pegadas a la base, que resultó de mal augurio. El mal no había sido cortado de raíz, y regresó bajo la forma de un millar de tanques soviéticos, que aplastaron la libertad de los húngaros y reimplantaron el comunismo.
La CNN nos retransmitió en directo el derribo de una gran estatua de Sadam Hussein, inmediatamente después de la conquista norteamericana de Bagdad en 2003. La mayoría de la población de Irak era chiita y había soportado el dominio de la minoría sunita, a la que pertenecía Sadam, de modo que no faltaron voluntarios para la profanación, aunque el trabajo técnico lo hicieron soldados americanos. Esa imagen difundida a todo el mundo parecía ser la del triunfo de Estados Unidos. Sin embargo, poco después, los mismos que habían destrozado la estatua estaban disparando contra las tropas de ocupación norteamericanas.
Ada y el concejal de los Ángeles
En todos los casos históricos que hemos citado había un justificado odio popular hacia sus tiranos, que hacía comprensible el vandalismo. Más difícil resultó comprender a Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, cuando anunció a bombo y platillo, incluso con publicidad por radio, que iba a montar una fiesta para retirar la estatua del Marqués de Comillas, porque “se había lucrado con el tráfico de esclavos”. Prácticamente nadie en Barcelona tenía idea de quién era aquel señor del siglo XIX, cuya efigie convencional adornaba la plaza de Antonio López, junto a Correos. Ni siquiera sabían que el tal Antonio López fuera precisamente el marqués.
Antonio López fue un indiano que emigró de niño desde el pueblo cántabro de Comillas a las Américas. Una lucha dramática con la miseria empujó a muchos como él al desarraigo de las zonas más pobres de España, y unos pocos lograron hacer fortuna. Los que triunfaban solían hacerlo rompiendo las normas, pero el indiano que regresaba rico y se convertía en benefactor de su pueblo fue siempre un ejemplo positivo. Antonio López no sólo ejerció la filantropía en su Comillas natal, donde es venerado, sino que tras casarse con una catalana se estableció en Barcelona, donde entre otras cosas fundó el Banco de Crédito Mercantil que impulsó la urbanización del Ensanche. Por eso le levantaron un monumento en la ciudad condal.
Al inventarse un enemigo del pueblo catalán como hizo Ada Colau, y ajustarle justicieramente las cuentas a su estatua, lo que no llevaba ningún riesgo, la alcaldesa populista se sumó a una moda que recientemente la ha tomado con las estatuas de Colón en Estados Unidos. Los disturbios raciales por la muerte de ciudadanos negros a manos de la policía se han ensañado en las esculturas del descubridor, como si él tuviese la culpa de que la policía estadounidense tenga el gatillo fácil. Derribaron sus estatuas en Minnesota y Virginia, decapitaron otra en Miami y vandalizaron una más en Boston.
Pero lo más notable, por su carácter institucional, ha sido la retirada hace 10 días de la estatua que había en Los Ángeles. Ha sido un concejal de origen nativo americano, como hay que decir según la corrección política, quien emprendió una campaña contra Colón, al que considera “responsable de un genocidio”.
Esta forma de leer la Historia de siglos pasados con los parámetros culturales de la actualidad -que pueden cambiar con la moda en cualquier momento-, son una prueba de pereza intelectual. Los indios americanos fueron efectivamente arrollados cuando se encontraron con una civilización más desarrollada –los indios no habían descubierto la rueda, no tenían escritura, ni habían llegado a la Edad del Hierro- Eso mismo le pasó a los celtiberos cuando llegaron a España los romanos. Los actuales españoles somos fruto de aquella invasión romana, y a nadie sensato se le ocurre que haya que renegar de nuestra lengua porque procede del latín, excepto a los nacionalistas vascos. Los nacionalistas catalanes todavía no han descubierto una lengua primigenia anterior al latín, de donde también procede su habla.
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