¿Imaginas un libro donde convivan Camarón, Miquel Barceló, Ceesepe, los nuevos flamencos y Alberto García Alix? El Madrid de los años ochenta y noventa bullía de creatividad, aunque por debajo del confeti latieran profundos conflictos de clase. “Los hijos de quienes ganaron la Guerra Civil seguían decidiendo quién entraba y quién no en el mundillo del cine, la literatura y el espectáculo”, denuncia el autor. Vozpópuli mantuvo una extensa charla con Roberto Montero Glez (Madrid, 1965), uno de los novelistas que mejor ha descrito los ambientes callejeros de la España de fin del siglo XX. Su nuevo libro, La imagen secreta, se sitúa en el Madrid festivo del retorno de la democracia, donde todo parecía posible aunque no lo fuera. Son años que vivió intensamente, en primera fila de la escena cultural.
El texto recibió el premio Bretón & Bodegas Olarra, que tuvo un significado especial para el autor. “Recogerlo me permitió volver a Madrid y hablar con mi padre por última vez antes de que ingresase en el hospital y muriera. He ganado el Azorín, he ganado el Ateneo, pero este es el premio más importante porque me permitió ver a mi padre”, explica. La muerte es un personaje muy presente en el libro, ya que varios de sus protagonistas (Ray Heredia, Ceesepe, Mario Pacheco…) ya no están entre nosotros. Se trata de un ensayo con estructura poco habitual, ordenado en ‘flashes’ de memoria, que nos traslada a la atmósfera y las batallas culturales de la época.
Su libro explica que la movida tapó el talento de muchos artistas.
Claro. Ha trascendido lo más intrascendente. Se dieron fenómenos incompresibles, por ejemplo que Alberto García Alix vaya a pasar a la historia como ‘el fotógrafo de la movida’ cuando no fotografió la movida. Es una cosa que le toca mucho los huevos y a mí también. Lo mismo pasa con Ceesepe, que al morir recibió titulares tipo “el pintor de la movida’. La movida fue una etiqueta manejada por el poder y ellos son artistas que nunca se dejaron manejar.
Ceesepe, que falleció en septiembre de 2018, es una de las presencias clave del libro.
Siempre tuvimos el plan de hacer algo juntos, pero lo dejábamos pasar. Si Cesepe viviera, no existiría el libro. La base del trabajo son decenas de libretas con recuerdos de aquella época. Al principio, intenté escribir de forma cronológica pero no funcionaba. Hablando con Miquel Barceló me comentó su serie ‘Postmortem’, hecha sobre trabajos antiguos que tenía aparcados. Un día se puso a recortar, los fue pegando, corrigió el dinamismo y le gustó. Hablar con Barceló me dio la clave. Cuando falleció Ceesepe, me puse a mirar mis libretas de otro modo. Siempre fue un amigo, un maestro y una inspiración para mí.
La estructura del libro no es habitual.
Siempre me han fascinado esas paredes en el centro e las ciudades donde se cuelgan los carteles de los conciertos y otros espectáculos. Se van colocando unos encima de otros y cuando hay un hueco puedes ver distintas capas arrancadas, haciendo formas imprevisibles. La memoria es caprichosa y no se mueve de forma lineal. Por eso La imagen secreta se puede leer desde el principio o desde donde quieras, saltando la páginas como te apetezca. Tiene que ver con la tradición de juego de la vanguardia francesa, por ejemplo Georges Perec o Julio Cortázar, que era argentino pero muy afrancesado.
"La relación de la movida con el flamenco fue un safari fotográfico. Lo único que interesa es acercarse a la fiera, pero dos minutos para acariciarla y hacerse una foto", explica.
Mucha gente niega que la movida fuese un movimiento esnob. Alegan, por ejemplo, que un grupo de barrio como Los Chunguitos aparecía en programas modernos como la Edad de Oro. Su libro expone otro enfoque: aquello solo fue una excepción, una especie de cuota para redimirse.
A Los Chunguitos se les da cuartelillo, pero fueron los únicos. Otro caso: la revista Rock Espezial hizo un concurso en la sala Rockola y se presentaron Sonokay, que significa “oro” en caló. Estos jóvenes gitanos querían conquistar lo que en aquel momento era la moda dominante, un escenario oscuro, donde los artistas escupían y casi nadie sabía tocar. La mayoría de modernos se subían a esas tablas sin talento ninguno. Sonokay eran todo lo contrario: iban sobrados de inspiración, de conocimientos y de compás. El líder era Ray Heredia, que poco después grabó en solitario uno de los discos más importantes del flamenco pop español. La gente les vio y debieron pensar “cuidado, que aquí solo puede entrar uno”. Los Chunguitos son grandiosos, con ellos dijeron “estos y no más”. La movida no podía abrir la puerta a más gente con talento porque se les acababa el chollo.
¿Cómo ve relación entre flamenco y movida?
Era un poco de safari fotográfico. Lo único que interesa es acercarse a la fiera, pero dos minutos para acariciarla y hacerse una foto. Les hacía gracia eso, pero la movida eran hijos de papá, los hijos inútiles del franquismo, que escogieron estar en un escenario porque en algún sito tenían que colocarse. Sus instrumentos y sus equipos costaban un dineral. Como decían Sex Pistols, y como recoge Greil Marcus en el ensayo Rastros de carmín, la música de barrio puede funcionar como ‘unas vacaciones baratas en la miseria de los demás’.
Expone paradojas inquietantes sobre aquella época: Joan Miró lo mismo hacía el logo de La Caixa que el de una discográfica de moda como Nuevos Medios. ¿Qué significa eso?
Miró es un artista enorme y muy comprometido, por ejemplo con la república. Lo que pasa es que en los años ochenta, con el arrase electoral del PSOE, se mercantiliza la cultura y se culturiza la mercancía. Se cumple la ley de acción recíproca. Miró entró en ese juego y hay que admitirlo. Dibujar una estrella para dulcificar la imagen de una entidad bancaria fue una cagada. Lo otro, lo de Nuevos Medios, fue una cosa que pintó en pocos minutos, con un bolígrafo Bic rojo y otro azul, para ayudar a un sobrino que ponía dinero en la discográfica. Mario Pacheco, el director, tenía un gusto muy fino y terminó cuajando el mejor catálogo de flamenco de esa época. Tenía una enorme sensibilidad para los detalles.
Presenta a Mario Pacheco como un directivo cultural valioso, pero despreocupado de que los artistas cobrasen lo que debían cobrar.
Como productor y director es incuestionable. En el mundo cultural de entonces, donde todos eran ‘catetorros’, destacaba mucho. Tenía dinero, lo cual no es un mérito, pero sabía utilizarlo. El activador real de todo el fenómeno llamado ‘nuevos flamencos’ fue un tipo que raramente aparece en las historias que es Antonio Benamargo, que ahora está llevando Casa Patas. Hizo un gran trabajo en los barrios, en Vallecas, en los centros culturales. A finales de los años ochenta fue recogiendo a Los Habichuela, cuando Ketama no eran conocidos, o a Agustín Carbonell “El Bola” y a todos estos. Les daba cancha y les movía por los centros culturales. Venía de las radios libres, de Radio Luna de la CNT, donde yo tenía un programa de rock cuando le conocí. Fue un lujo descubrir todo eso siendo yo un piolín.
¿Se ha exagerado el papel de Pacheco?
Suele pasar en las sociedades capitalistas, donde se atribuyen todos los méritos a quien tiene la pasta. Pacheco pirateó algunas portadas a Ceesepe, como explico en el texto. Dejaba los asuntos de dinero en manos de un cuñado algo siniestro, que respondía a cualquier necesidad o imprevisto con la frase “Esto no es una fundación”. El papel de Pacheco es importante, pero quien pisaba la calle era Benamargo.
"Los hombres fuman puros mirando el paquete del torero, que es una imagen muy freudiana", señala el autor.
Otro asunto delicado que toca el libro son los toros. Es una batalla que causa mucha turbulencias en la izquierda, hasta el punto de afirmar que no son cultura. Usted defiende la fiesta sin ambages.
Me encantaría encerrarme con Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero para debatir esto. Soy persona fácil de convencer. Entiendo que alguien vaya a la plaza y opine que el ambiente es rancio, franquista y machista. Los hombres fuman puros mirando el paquete del torero, que es una imagen muy freudiana. La tauromaquia es un juego y el toro tiene una naturaleza juguetona, aunque por supuesto está presente la muerte y la épica. Es un juego donde el torero es hembra en la faena y macho cuando lo mata. Luego está el ruedo como círculo mágico.
¿Son cultura o tortura?
No se puede decir que el “matador” haga lo mismo que un tipo que salta a la plaza con una ametralladora. Lo que me sorprende que nadie hable del sufrimiento del caballo, con los ojos tapados y la coraza de esparto, llevando al picador encima. Eso sí me parece denigrante, como quienes afeitan los cuernos a los toros. Pero la corrida es primitiva y es bella. Lo que no admito es justificar los toros por las obras que se han inspirado en ellos. Pero no es lo mismo torturar que torear.
Para Hemingway los toros eran una metáfora de la vida.
Para mí también. He aprendido mucho viendo torear, como otros aprenden en la guerra. Donde más se aprende es viendo cogidas, lo que Hemingway llamaba ‘la realidad desnuda’. Un escritor nunca debe cerrar los ojos a la realidad, por muy desagradable que sea. Siempre hay que abrirlos al máximo cuando entran a matar. El problema de los toros son los tendidos. Recuerdo una tarde en Las Ventas en que vinieron los reyes y fui el único espectador que no se levantó. No tengo porque aplaudir a esa familia.
"Franco utilizó los toros lo mismo que utilizó al Real Madrid, a la copla o lo que fuera", opina.
Vaya momento. ¿Qué papel jugó la fiesta en los ochenta?
En aquella época, se ponen de moda dos cosas: el boxeo y los toros. Lo primero se acaba difuminando porque solo se basaba en el interés de Gigi Sarasola por ‘Poli’ Díaz. A ‘Poli’ se le da cancha por un motivo espurio: que Sarasola era amigo de Felipe González. En las Ventas, se llega a conocer a ‘Antoñete’ como el torero de la movida. Yo estuve viéndole también. Franco utilizó los toros lo mismo que utilizó al Real Madrid, a la copla o lo que fuera. Ahora Santiago Abascal los defiende y usa el gancho de Morante de la Puebla, que es mejor que se calle porque no tiene muchas luces. Los mismo puede decirse de Francisco Rivera. Los toros necesitan más personajes como José Tomás, que hay que ver cómo se acerca al animal y cómo ha cambiado la tauromaquia. Así todo sería más sencillo de defender. Es una suerte que artistas como Javier de Juan, Cesepe o Miquel Barceló dinamizasen los toros acudiendo a la plaza.
¿Los toros son víctima de la corrección política?
Sobre eso solo voy a decir una cosa, que es recordar la primera frase de mi primera novela: “El Charolito solo se fiaba de su polla porque sabía que era la única que nunca le iba a dar por el culo”. Ese es mi respeto hacia la corrección política.
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