¡Vamos a morir todos!
No tiene por qué ser hoy, y espero que no nos ocurra a todos al mismo tiempo, como nos cuenta la última película de Leonardo DiCaprio. Pero lo cierto es que vamos a morir. Esto es algo que debemos celebrar, pues significa que estamos vivos. El único requisito que hace falta para morir es estar vivo. Y vivir es algo que, en términos generales, está muy bien.
La realidad de nuestra limitada condición es la única que obtiene reconocimiento universal, tanto por la comunidad científica como la filosófica. “Lo único seguro en esta vida son la muerte y los impuestos”. Curiosamente, cuando pronunciamos esta frase solemos prestar más atención a la parte del fisco que a la de pasar a mejor vida. El parné, el maldito parné siempre de por medio.
Me familiaricé con la idea de mi propia finitud de forma temprana. Quizá porque mi padre es médico. De niña me fascinaba que me mostrara las radiografías de sus pacientes y me explicara qué le ocurría a cada uno. La especialidad de mi padre es de las que no tienen final feliz, por así decirlo. Nuestras sesiones acababan siempre del mismo modo: “entonces, ¿se va a morir, papá?”. Su respuesta era siempre la misma, y siempre me desconcertaba (por paradójico que resulte esto último): “Sí, se va a morir. Como todos, hija mía.
¿Quiénes eran todos? ¿Todos sus pacientes? ¿Todos los seres humanos? Quizá con su ambigüedad trataba de protegerme, aunque no sé cuál de los escenarios me causaba más inquietud. Entre otras cosas porque, en última instancia, no son opciones excluyentes. Quizá trataba de acercarme de forma delicada a este tema tan universal e inapelable como ignorado.
Morir y Moliere
Porque sí, hasta hace muy poco evitábamos pensar en la enfermedad y la muerte, sucesos que sólo les acontecían a otros. Son las personas mayores a las que enterramos, no a nosotros. Quienes tienen cáncer y fallecen en accidentes de coche son otros, siempre otros. Yo no, a mí no.
No pierdan el tiempo leyendo a Heidegger, por Dios, la vida es demasiado corta
Desde que el mundo es mundo, los sabios han querido recordarnos este hecho inevitable, con la intención de ayudarnos a reflexionar y poder así vivir mejor. Heidegger nos dice que el hombre es un ser para la muerte, puesto que la conciencia de nuestra propia finitud define nuestros modos de ser y actuar en el mundo.
A Heidegger, por fortuna, lo leen en su casa a la hora de comer. No pierdan el tiempo leyendo a Heidegger, por Dios, la vida es demasiado corta. Tenemos a mano reflexiones parecidas, menos intrincadas, expresadas con agudeza y maestría, con mayor capacidad de alcanzar un público universal. Seguimos empachados de turrón y polvorones, los ejemplos que se me vienen a la cabeza son la película Qué bello es vivir o Charles Dickens y su Cuento de Navidad.
Una obra que ha cobrado actualidad repentina es El enfermo imaginario de Moliere. En ella se ironiza sobre los efectos de la hipocondría y el grave error que supone tener a un médico a tu lado alimentándola. Las llamadas tres religiones del Libro (Judaísmo, Cristianismo, Islam) nos hablan de la prohibición divina de comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. La serpiente explica a Adán y Eva que Dios no quiere que coman de su fruto, pues eso les convertiría en dioses conocedores de todo. Sobre esta simbología podemos realizar múltiples interpretaciones. Una podría ser la reflexión sobre cómo nos está afectando el poseer tanta información, sin que nuestra capacidad para digerirla esté en consonancia paralela.
Tenemos, por un módico precio y con una farmacia casi en cada esquina, acceso al test del covid. El año 2020 fue terrible, perdimos muchos seres queridos en condiciones trágicas. El escenario al que nos enfrentamos ahora es radicalmente distinto y, sin embargo, el pánico es igual o mayor. No puedo evitar preguntarme, ¿qué clase de enfermedad aguda puede ser tan terrible si necesitas un test de farmacia para saber que, de hecho, la estás padeciendo?
Vivir como un constante evitar morir
Mi amiga Loreto se encontraba el otro día en una iglesia de grandes dimensiones, techos muy altos y, como en casi todos los templos de España, desértica. Una señora oraba ante el sagrario, recogida, con la mascarilla bajo el mentón. Una tercera mujer, disruptiva, comenzó a increparle. Guardando la distancia de seguridad, por supuesto. Tremenda filípica se ganó la pobre señora por rezar a seis metros de otra sin tener cubiertas su nariz y su boca. La mujer reprendida se disculpó y devolvió la mascarilla a su lugar. La otra, desde lejos, le gritó “¡Y que conste que no soy una histérica! ¡Sólo estoy intentando no morir!”
Padezco encefalomielitis miálgica desde los 14 años y doy gracias a Dios por haber vivido en una época en la que no existían tests, cribados masivos y obsesión por rastrear el virus del Epstein-Barr
No deja de tener cierta carga de ironía escuchar esto en una iglesia, un lugar donde se adora a un Hombre que reposa, muerto, en un crucifijo. Lo de la muerte es, creo, de primero de cristianismo. En general eso de intentar no morir -como modus vivendi- resulta un poco triste, pues es una empresa condenada al fracaso. Quizá sería mejor plantearlo de otra forma. ¿Qué tal un “Estoy tratando de hacer de mi camino inexorable hacia la muerte algo ameno, con lo que aportar algo bueno a este mundo al tiempo que disfruto de lo que la experiencia tenga a bien aportarme”? Suena mejor como propuesta programática.
Los virus, los malditos virus
Hace poco se ha descubierto que la Esclerosis Múltiple puede estar íntimamente relacionada con el virus Epstein-Barr. La mayoría de los adultos hemos sufrido esta infección, muchos de ellos no se ha enterado, se confunde con una gripe. Algunos sí llegan a saber que han sufrido una mononucleosis infecciosa, suele bromearse con su nombre coloquial, la “enfermedad del beso”. Da para mucho chiste, y qué bueno que así sea.
Existe, sin embargo, un 2% de la población que reacciona muy mal a la infección por este virus, y acaba adquiriendo una condición crónica -encefalomielitis miálgica- contra la que es muy duro y complicado lidiar. Esto ocurre por el tipo de incapacidad que produce, y por la gran incomprensión que sufren sus enfermos. Es todavía una enfermedad desconocida, no sólo por la población general sino también por la comunidad médica. Por estos motivos la encefalomielitis míálgica se clasifica dentro del grupo de enfermedades con peor calidad de vida. No es de extrañar que estos enfermos acaben padeciendo también depresión severa. Si no recuerdo mal, el 25% de los enfermos acaba suicidándose.
Padezco encefalomielitis miálgica desde los 14 años. Doy gracias a Dios por haber vivido en una época en la que no existían tests, cribados masivos y obsesión por rastrear el virus del Epstein-Barr. Contemplo la infancia que están teniendo mis hijos y me alegra que no haya sido así la mía, entre otras cosas porque no creo que hubieran servido de mucho las medidas mencionadas. Frenar un virus es como querer poner puertas al campo.
Al menos de momento siempre habrá un bajo porcentaje de personas que desarrollen encefalomielitis miálgica o esclerosis múltiple después de una infección por Epstein-Barr. Sobre todo no dejará de ocurrir simplemente porque sembremos el pánico, alimentemos obsesiones, persigamos tenistas y detengamos la vida. El mismo esquema sirve para la covid. Soy hija, se me desgarraría el corazón si mis padres fallecieran por covid. Soy madre, no puedo asegurar que no me entrarían fuertes tentaciones de arrancarme la vida si mis hijos desarrollaran postcovid, esclerosis múltiple o encefalomielitis miálgica.
No detengáis la vida
Por mi experiencia ante la enfermedad, la muerte, las contrariedades de la vida -que son múltiples, constantes e inasequibles al desaliento- sé que lo más probable es que, si a mis hijos llegara a ocurrirles eso, ese desgarro de mi corazón de madre, esa inclinación natural a desear dejar de seguir danzando por este mundo, se quedaría en eso, en tentaciones. Somos más fuertes de lo que pensamos. Todos. Entre otras cosas, y principalmente, porque tenemos a nuestros seres queridos para sostenernos en los momentos en los que uno sólo querría rendirse y mandar al carajo todo de forma definitiva.
Siempre habrá enfermos, ancianos, niños a quienes proteger. Siempre habrá desgracias, gente en paro, al borde de la desesperación, personas que se quedan sin hogar. Por todos estos motivos necesitamos que los que tenéis salud -física, mental, económica, espiritual o del tipo que sea- no entréis en pánico. Os necesitamos fuertes, disfrutando, alegres, produciendo, haciendo que el mundo siga girando.
No podemos aseguraros que todo vaya a salir bien, en carne propia sabemos que las contrariedades más duras ocurren y golpean con toda su fuerza, vaya si lo hacen. No podemos ocultaros que las peores pesadillas llegan a materializarse y se vuelven dolorosamente reales. Tampoco es bueno que olvidemos que todos nos enfrentaremos a la contrariedad última, aquella que nos igualará a todos de forma definitiva en el cementerio. Lo que sí podemos deciros es que, de momento, estamos vivos. Vivamos.
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