Puede sonar presuntuoso, pero pocas muertes simbolizan tanto el fin de una era como la de Jean-Luc Godard, fallecido este martes a los 91 años, según recoge la prensa francesa. Un icono del cine europeo, el gran revolucionario del séptimo arte o uno de los artífices de la Nouvelle Vague. Cualquiera de las expresiones que uno use para referirse al director y guionista franco-suizo se queda corta ante una filmografía tan influyente en el cine de autor, que reverbera con tanta fuerza en una industria cinematográfica que se asoma a un abismo.
Su nombre, junto al de François Truffaut, Jacques Rivette, Claude Chabrol, Agnes Vardà o Eric Rohmer es imprescindible para comprender el cambio irreversible que vivió el cine europeo y sus películas se han convertido en clásicos inolvidables, no solo por su experimentación sino por su visión vanguardista. Fue, sin duda, el gran provocador, responsable del cine moderno y amante de la sorpresa hasta sus últimos años de vida, motivos por los que ver su fotografía en blanco y negro en las portadas más importantes de la prensa francesa es la imagen más nítida de la orfandad.
Hace apenas un año y medio, en marzo de 2021, anunció que no iba a rodar más películas, después de una vasta carrera. "Voy a terminar mi vida cinematográfica, mi vida como cineasta, haciendo dos guiones. Después de eso, diré: 'Adiós, cine'", señaló el director en una entrevista virtual en el marco del international Film Festival of Kerala. A pesar de aquella despedida, su muerte este martes sí cierra por completo una época en la que su trabajo fue decisivo.
En su filmografía, los destellos de genialidad se encuentran en todos sus títulos y arrancan con un debut magistral en el largometraje: À bout de souffle (Al final de la escapada, 1960), una icónico drama protagonizado por unos jóvenes Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg. Con unas escenas convertidas en mitos, aquel comienzo supuso para muchos, antes y después, el inicio de una historia de amor con el cine que, de pronto, se había liberado de cualquier atadura. Probablemente, ser joven y estar enamorado nunca se ha plasmado tan bien en la gran pantalla.
A esta película le siguieron ese mismo año El soldadito, protagonizada por Anna Karina, musa y más tarde esposa; Vivir su vida (1962), premio de la crítica en el Festival de Venecia; Bande à part (1964), con un inolvidable baile repetido hasta la saciedad; Pierre le fou (1965); Alphaville (1965), Oso de Oro en la Berlinale; o La Chinoise (1967).
Jean-Luc Godard, un "adicto" al cine, como él mismo declaró en varias ocasiones, tuvo muy claro en sus últimos años como creador que el cine tenía complicada su existencia, tal y como señaló a la prensa con motivo de la presentación de la última película que rodó, Le livre d’image (2019), durante un encuentro virtual con varios medios -algunos españoles- con motivo de su presentación en el Festival de Cannes.
En aquellas citas con los medios, el cineasta más importante del siglo XX afirmó lo que muchos aún se resisten a admitir hoy en día: que las salas de cine interesadas en la cultura se verán cada vez menos. También con motivo del estreno de esta película, Godard afirmó en conversaciones con el presidente de la International Federation of Film Archives (FIAF), Frédéric Maire, que otra pérdida será "el final de los DVD" y que con Netflix "la gente ve una película como quiere". "Ya no van a los cines", lamentó.
Godard: complicado y único
Su carácter complicado y su humor irascible fueron tan característicos como su genial capacidad de observación. Para muchos, fue un impresentable e impredecible cineasta chiflado que incluso dejó plantada a la mismísima Agnes Vardà en su película Caras y lugares (2017), una colaboración entre la veterana directora y el artista gráfico urbano y fotógrafo JR (Jean René). Tal y como se ve en el documental, después de un intercambio de cartas, la ya anciana Vardà viaja en tren para reencontrarse con su compañero de revolución. Para su sorpresa, Godard deja un cartel en la puerta de su casa en el que se disculpa con la directora, a la que no puede atender.
Precisamente, la difícil personalidad de Godard fue el argumento de la divertida Mal genio (2017), la película con la que Michel Hazanavicius trató de perfilar un carácter malhumorado y antipático del cineasta. Aunque para muchos la cinta no terminó de definir su objetivo, lo cierto es que el personaje al que da vida el actor y director Louis Garrel resulta interesante como retrato de una época.
Godard, nacido en París en 1930, escribió, dirigió y supervisó el montaje de la mayoría de sus 131 películas con una dedicación artesanal. Colaboró en cineclubes y en pequeñas publicaciones del Barrio Latino e incluso escribió para Cahiers du Cinema (donde coincidió con otros cineastas como François Truffaut, Claude Chabrol o Éric Rohmer). Su cine avanzó poco a poco hacia películas cada vez más politizadas y durante las protestas estudiantiles parisinas que culminaron en el mayo de 1968 participó junto con otros cineastas en el proceso de elaboración de películas cortas sobre el desarrollo del movimiento.
Se le perdona todo -o casi todo- a este cineasta libre, inconformista, valiente y brillante. Un año después de la muerte de Jean-Paul Belmondo y apenas dos días más tarde que la de su coetáneo Alain Tanner, Godard se despide con un legado eterno y demasiado pesado y abrumador, que pone muy difícil a los creadores sumar cambios en el lenguaje cinematográfico tan trascendentales como los que él y su generación protagonizaron. La historia del cine ha perdido a un director irrepetible.
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