En vísperas del Día de Todos los Santos, España debería encender una vela en memoria de sus grandes nombres, especialmente a aquellos a los que debe una sepultura. Diego de Velázquez, Lope de Vega, Calderón de la Barca y Miguel de Cervantes –sí, él también, a pesar del supuesto osario- son alguno de los personajes cuyos restos permanecen en paradero desconocido cuatro siglos después de su fallecimiento. No dar sepultura es una forma de olvido, una modalidad ciudadana de penitencia.
A pesar de la tan cacareada sepultura de Cervantes, nada prueba que los restos que fueron proclamados como tales sean en efecto los suyos. No era posible determinarlo sin pruebas de ADN. El año 2015, el Ayuntamiento de Madrid analizó los restos de 17 cuerpos, que fueron inhumados entre 1612 y 1630 de la iglesia primitiva de las Trinitarias, ubicada al contrario de lo que se pensaba hasta ahora en un lugar distinto al actual, y que fueron trasladados a la cripta entre 1698 y 1730, en el momento en que estaban terminando la construcción del convento. Se dio por hecho que los huesos del autor del Quijote se encontraban entre esos.
Cervantes murió en su casa de Madrid el 22 de abril de 1616 y fue enterrado al día siguiente en el convento de las monjas Trinitarias Descalzas de San Ildefonso. Sin embargo, las sucesivas reformas que se llevaron a cabo en el templo, obligaron a mover su tumba y sus restos se perdieron. De ahí que el historiador Fernando Prado insistiera en el proyecto de investigación para encontrar su cuerpo y depositarlo en un lugar reservado dentro de la iglesia, tal y como ocurrió aunque no sin críticas, entre otras cosas, por el aprovechamiento político que se hizo del autor.
"Todo esto me parece una tontería, no soy forense ni antropólogo pero dudo mucho que puedan identificarse los huesos de Cervantes, que tenía seis dientes antes de morir, y vete a saber cuántos le quedaban en el último momento. Si los madrileños y alcalaínos se satisfacen con decir, mira aquí está mi paisano y os enseño los huesos del español que más ha hecho reír al mundo entero durante 400 años, eso va a ser poca cosa", dijo entonces el filólogo y miembro de la Real Academia Española (RAE), Francisco Rico Manrique para cuestionar la atribución de los restos al autor El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. No fue el único crítico. Caballero Bonald dijo importarle "bastante poco" dicho hallazgo porque cree que los restos de "los muertos ilustres" deben permanecer donde los depositaran inicialmente, "a no ser que se trate de una superstición religiosa". En el caso de Cervantes, ese interés por localizarlos tiene aún menos sentido porque el autor del "Quijote" fue "toda su vida un perdedor, una persona que sufrió cautiverio, cárceles, destierros y amores difíciles. Era el antitriunfador, todo lo contrario de Lope de Vega". "No me importa que se hayan encontrado esos restos. Lo que me importa es que se le haga justicia a Cervantes", dijo Caballero Bonald, aludiendo a la necesidad de impulsar la lectura de la obra de Cervantes en lugar de impulsar el espectáculo de su osamenta.
A los enemigos en vida los une a veces el trágico destino tras la muerte. Coetáneo y enemigo de Cervantes, Lope de Vega fue uno de los grandes genios de la literatura del siglo XVII, con obras como Fuenteovejuna, Peribáñez y el comendador de Ocaña o El castigo sin venganza. Tras su muerte en 1635, a los 73 años, fue enterrado en la iglesia de San Sebastián de Madrid a petición de su amigo el duque de Sessa, quien se responsabilizó de los gastos iniciales. Años después, debido a que ninguno de los descendientes pudo hacerse cargo de la cantidad que debían pagar por el nicho, el dramaturgo fue arrojado a la fosa común de la parroquia. Desde entonces, tampoco se sabe nada de sus restos, perdidos en el tiempo.
Lo mismo ocurrió a Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) El autor de El alcalde de Zalamea y La vida es sueño falleció en Madrid de un ataque al corazón. Su cuerpo fue depositado en la madrileña iglesia del Salvador. Sin embargo, no descansaría en ella eternamente. En el siglo XIX, sus restos fueron trasladados a un panteón de hombres ilustres en la capital y poco después a la iglesia de Los Dolores. Permaneció allí hasta 1936, año en que la iglesia fue asaltada. Algunos expertos aseguran que en los saqueos desaparecieron los restos del literato. Otros piensan que aún reposa en algún lugar secreto dentro del templo.
Federico García Lorca es otro de los literatos a los que España debe una tumba. Asesinado el 18 de agosto de 1936 en la carretera que une los pueblos de Víznar y Alfacar, en la sierra granadina, el cuerpo del poeta permanece sepultado junto a 2.000 cuerpos sin identificar: los de víctimas y fusilados de la Guerra Civil, todos apilados en un sueño sin tumba. La identificación de los restos del autor de Romancero gitano ha traído no pocas polémicas entre los historiadores acerca del lugar exacto. La familia del escritor ha preferido no exhumar los restos y dejarlos donde están, una medida que para muchos resulta incomprensible pero que la familia ha insistido en que sea respetada
El cuerpo del pintor Diego de Velázquez (1599-1660) también permanece extraviado. Desde su muerte en 1660, estudiosos e investigadores se han esforzado en encontrar sus restos, enterrados en un primer momento en la cripta de la iglesia de San Juan de Madrid. El convento fue derribado en el siglo XIX durante la ocupación francesa, y en su lugar se construyó la actual plaza de Ramales. En 1998, un grupo de expertos decidió poner en marcha las obras necesarias para levantar el suelo de la plaza y descubrir si su cuerpo se encontraba en el lugar, pero nunca apareció.
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