Ahora, el próximo 24 de marzo, la misma compañía discográfica, World Circuit Records, pondrá a la venta Buena Vista Social Club’s Lost and Found, colección de temas inéditos grabados durante las mismas históricas sesiones de 1996, así como otros realizados a lo largo del extraordinariamente fértil periodo que sobrevino tras la publicación del disco original, incluyendo a parte de los mismos legendarios veteranos que participaron en aquel. Con este anuncio, se pone definitivamente punto y final a las eternas especulaciones que siempre afirmaron que habían quedado guardadas un buen montón de gemas no incluidas en la primera edición.
Reencontrando las raíces cubanas
La nueva etapa de deshielo diplomático, político y, presumiblemente, económico, que se ha iniciado entre Estados Unidos y Cuba en los últimos meses ofrece a esta edición una coyuntura social muy distinta de la que aconteció en su momento. En aquel 1996, aún sufriendo Cuba los últimos coletazos del llamado ‘periodo especial’, Ry Cooder tuvo que viajar a La Habana vía México para evitar las implicaciones del embargo comercial que soportaba, y aún soporta, la isla. Y el hecho es que su viaje tenía propósitos musicales, pero distintos a los que posteriormente dieron el fruto del éxito.
El disco acabo centrándose en el son cubano por problemas de visado.
Había sido invitado por la discográfica World Circuit Records para grabar unas sesiones en las que iban a colaborar unos músicos originarios de Mali junto a otros colegas cubanos. Pero los dos africanos no pudieron conseguir el visado, por lo que, y a efectos de aprovechar el viaje y los estudios ya reservados, decidieron centrarse en la tradición del son cubano, del que nombres como los ya implicados Cachaito López, Elíades Ochoa o el propio director musical del proyecto africano-cubano, Juan de Marcos González, eran auténticos expertos. Y tuvieron a bien invitar a participar a viejas glorias de la música tradicional, muchos de ellos con muchos años encima y ya retirados, a quienes el éxito de la grabación ofreció una nueva, inesperada e internacional vida. Así, nombres como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer o Rubén González pasaron a ser de dominio público para millones de aficionados a la música que redescubrían el son y derivados.
Titulado con el homenaje que suponía el nombre de un antiguo club social habanero donde muchos de aquellos músicos habían actuado durante los años 40 y 50, el director alemán Win Wenders dirigió también un premiado documental y una orquesta permanente del mismo nombre giró por medio mundo, al igual que la mayoría de los músicos implicados. Simplemente aquel inicio con el misterioso y atmosférico Chan Chan de Compay Segundo demostraba que músicas como el son cubano tenían los mismos orígenes afroamericanos que el blues y anticipaba el éxito en el gigante país vecino, y por extensión, en Europa, alcanzando esta vez de lleno a una España en cuyos escenarios estas auténticas leyendas cubanas fueron capaces de reverdecer viejas noches de gloria.
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