Dos años y medio después, las cifras de espectadores, que ya habían comenzado a reducirse como efecto de la crisis desde 2008, han caído un 30% respecto a esa fecha, y afectado directamente a promotores y músicos, añadiendo además que éstos sufren el desplome de la venta de discos. Como consecuencia, y con el objeto de llamar la atención para conseguir una cuota de IVA más razonable y similar a la del resto de países de la zona euro, diversas asociaciones que engloban a promotores y salas de conciertos de todo el país, con la Asociación de Promotores Musicales (APM) al frente, han propuesto la celebración de Un Día sin Música, fijado para el próximo 20 de mayo. Obviamente estará por ver la respuesta ante este apagón, cuyos organizadores esperan se extienda también a la música no en vivo. Simplemente, que los oyentes y los intérpretes ni escuchen ni interpreten música.
Está claro que esta medida en sí misma no es una huelga, aunque pueda tener puntos en común y su objetivo reivindicativo sea el mismo. Pero ello nos da pie a hacer un poco de historia y recordar la que posiblemente haya sido la mayor, y más larga, huelga de músicos en la historia de esta disciplina, además con consecuencias posteriores fundamentales respecto a la evolución de la música popular del siglo XX.
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La mayor huelga musical de la historia
El 1 de agosto de 1942, instigada por los sindicatos del sector, comenzaba en Estados Unidos una huelga de músicos instrumentistas que impedía cualquier tipo de grabación durante la misma, con el objetivo último de conseguir que las compañías discográficas pagaran royalties, o derechos de autor, a dichos músicos en una época en la que éstos no eran tenidos en cuenta a la hora del reparto de las regalías producidas por los grandes éxitos. Tengamos en cuenta que en aquellos principios de la década de los 40, las grandes orquestas, las llamadas Big Bands, eran las que copaban las listas de éxito y el swing o el jazz entendidos como músicas de baile eran las melodías auténticamente populares. Durante dos años, hasta noviembre de 1944, los músicos, férreamente dirigidos por los sindicatos, no participaron en ninguna grabación discográfica, exceptuando las que se realizaron especialmente dirigidas al ejército norteamericano, combatiendo en aquellas fechas en la Segunda Guerra Mundial. La música quedó reducida a los conciertos en vivo, ya fueran en salas o estudios radiofónicos. Pero la ausencia de grabaciones nuevas agotó las existencias de las compañías, que finalmente cedieron y aceptaron un reparto más equitativo de dichos emolumentos.
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Sin embargo, aquella huelga tuvo un efecto inesperado y que supuso un vuelco total en la evolución de la música. Los instrumentistas, hasta entonces las auténticas estrellas del panorama musical, eran los afectados por la huelga, pero no los vocalistas. Estos sí podían grabar si como base de apoyo en lugar de orquestas lo hacían con grupos vocales. Esto trajo consigo que la importancia de las Big Bands (en las que los cantantes eran prácticamente un instrumento más) durante las décadas de los 30 y los 40 comenzara a declinar, y el gusto mayoritario del público se centrara en los vocalistas. Como máximo ejemplo, la carrera de Frank Sinatra, que había comenzado en 1935, explotó definitivamente durante el periodo de la huelga, con el éxito absoluto de diversas reediciones y nuevas grabaciones que hizo junto al grupo vocal The Bobby Tucker Singers. El jazz instrumental pasó de ser lo más popular de la época a ir poco a poco convirtiéndose en la música de culto que es hoy en día, si bien aquel parón también sirvió para que músicos inquietos se centraran en investigar y experimentar para cambiar definitivamente el futuro de dicho jazz.
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