El casco antiguo de la ciudad de Zamora es de esos lugares urbanos en que aún puede escucharse el silencio ulular por las calles. Un silencio de calidad, créanme, un silencio vivido, porque en ese precioso entorno circulan tanto autóctonos como foráneos, pero de forma serena y respetuosa, como siendo conscientes de que esas piedras merecen atención y cuidado. Como madrileña de corazón, una de las pocas cosas que lamento en la capital es la ausencia de un río como Dios manda, caudaloso y con prestancia, como el Duero al que se asoma e intenta dominar Zamora desde sus murallas y que dota a ese conjunto de un paisaje de una belleza casi monumental, pero que invita a la contemplación y también a la reflexión.
En ese entorno privilegiado nació hace un par de años el ciclo Músicas Cercadas, con ocasión del 950º aniversario del cerco de la ciudad motivado por una de esas pugnas entre Caínes y Abeles que trufan nuestra historia, en este caso, Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León, que terminó con el asesinato del uno y la Jura de Sta. Gadea por parte del otro. Dos años después de su primera edición, el festival ha retomado los días 4, 5 y 6 de octubre el espíritu del añorado Pórtico de Zamora, referente para músicos y melómanos, en el que se vivieron excepcionales momentos musicales. De la mano de Alberto Martín, quien ya fuera director del citado Pórtico, esta cita renace de su esplendor -que no de sus cenizas- y esperamos que a partir de ahora se mantenga anualmente, si espónsores e instituciones públicas lo deciden y apoyan.
El inigualable marco de la iglesia románica de San Cipriano ha sido este pasado fin de semana el punto de encuentro para cuatro conciertos de altísima calidad. Aunque sin un plan fijado de antemano, cuatro conjuntos e intérpretes franceses de música barroca han sido los protagonistas de esta edición. Con el título Purcell: canciones y danzas, la agrupación Les Musiciens de Saint Julien bajo la dirección de François Lazarevitch interpretaron un conjunto de obras de dicho compositor acompañando en buena parte del programa al contratenor británico Tim Mead. El encanto de la selección radicaba en mezclar -como lo hace el propio Purcell- lo más elevado y refinado con lo más popular (Lazarevitch, que además de director es flautista, no dudó en echar mano de una gaita en un par de obras) en un programa muy bien pensado. Aunque comenzó un tanto frío en la expresividad, Mead fue acentuando su implicación y sus registros interpretativos, además de mostrar desde el principio la excelencia de sus medios y de su técnica. Raras veces hemos tenido ocasión de escuchar semejante caudal de voz en un contratenor ni tampoco esa facilidad en el cambio de mecanismo, de forma que resultaba imposible discernir cuándo se producía a la hora de bajar a los graves. El inglés -nótese que la “excepción inglesa” también lo fue en este festival- es músico de enorme elegancia y sabio conocimiento del tipo de música que interpreta. Destacaron sus intervenciones en la música religiosa, donde la inspiración proviene mucho de un canto melismático y modal, y que es de muy difícil ejecución. Mead demostró un dominio absoluto de la ornamentación, perfectamente justa y equilibrada, y en la afinación, adaptándose como muy pocos saben hacer a cada cambio en la armonía-modalidad. Si se muestra un tanto contenido en lo popular -como la picante ‘Twas within a furlong of Edinboro’ town (Scots song) [Z.605/2], donde se echó de menos un punto de histrionismo- su recreación de la archiconocida What power Art thou o Canción del frío de The King Arthur fue realmente magnífica, con un crescendo casi inverosímil en una voz de contratenor. Les Musiciens de Saint Julien son un conjunto solvente que quizá se siente más cómodo en el registro más popular que en uno más sobrio y refinado, aunque llevaron a cabo un muy buen trabajo de acompañamiento de su solista.
Las compositoras barrocas francesas e italianas fueron homenajeadas en el concierto que el sábado por la mañana ofrecieron Sophie de Bardonnèche (violín), Lucile Boulanger (viola da gamba) y Justin Taylor (clave). Bajo el título de Destinée, en este programa se presentaba parte del CD del mismo nombre (cuyas compositoras son todas francesas) que, fruto de la investigación de la violinista, los tres músicos acaban de grabar. Si el violín de Bardonnèche era en principio el protagonista, la escritura, con el consiguiente peso del bajo continuo y la calidad de los dos intérpretes, que realizaron de forma absolutamente magistral su cometido, hicieron destacar a los tres de la misma forma. El franco-estadounidense Justin Taylor es uno de los poco músicos que han ganado el Primer Premio del prestigioso Concurso de Brujas (2015). Poseedor de un talento descomunal, se ha ganado por justicia uno de los lugares preeminentes entre los clavecinistas actuales. El sábado pudimos apreciar sus cualidades en su faceta de continuista, donde su rigor e imaginación en la realización armónica iba de la mano con su capacidad inventiva y su excelente gusto para el rubato y la fluidez en el discurso, siempre atento a sus compañeras. En cuanto a Lucile Boulanger, una de las violagambistas más solicitadas, tuvo una actuación fabulosa en la que mostró cómo se puede hacer continuo sin diluir la personalidad propia e imprimiendo carácter pero manteniéndose en su papel. Muy bien Bardonnèche también, que no pretendió destacar de más en su papel cuasi solista, sino fundirse en el trío. Si los puntos más fuertes del programa eran las dos sonatas de la muy conocida Elisabeth Jacquet de la Guerre, personalmente me sedujeron más las obras de las italianas Isabella Leonarda (fascinante caso de una abadesa compositora) o de la mucho más ignota Marietta Priuli. Fantástico concierto interpretado desde los presupuestos de la música de cámara más decantada, con enorme buen gusto, precisión y expresividad. Sólo cabe lamentar no haber escuchado a Taylor y a Boulanger en su faceta de solistas. Otra vez será.
Las Lecciones de tinieblas de Charpentier impregnaron el anochecer del sábado. No era la temporada de esos frutos, pero la verdad es que da lo mismo, porque al escucharlas uno no tiene la impresión de que la unción fuera lo que inspiró al autor. Aunque precisamente estas Lecciones que se interpretaron en el concierto estuvieron compuestas para los jesuitas de la iglesia de San Luis, con un espíritu más solemne y grave -como bien indica Alberto Martín en sus excelentes notas al programa-, se diría que su continuo contacto con la corte y su actividad al servicio de la Duquesa de Guisa afloran incluso en este tipo de obra. El Ensemble Correspondances es un prestigioso grupo formado por instrumentistas y cantantes formado en 2009 por su director y continuista, Sébastien Daucé, y están especializados precisamente en la música del XVII francés, de cuyo repertorio se han convertido en referencia ineludible. Los hombres del Correspondances demostraron su dominio y conocimiento del estilo y de la técnica precisada para la ejecución de estos textos, tanto en forma solista o con las consiguientes combinaciones entre sus voces, en las que lograron un empaste excepcional. Destaquemos al haute-contre (tipo de tenor típico del repertorio francés, a no confundir con contratenor) Paco García. Que tiene una bella y bien timbrada voz, y a los bajos Étienne Bazola y Lysandre Châlon por su mayor protagonismo. Daucé y los suyos dieron una verdadera lección de equilibrio tanto entre voces e instrumentos como entre secciones y transmitieron con toda autoridad ese punto exacto de exuberancia y contención que se precisa en el barroco francés más “pata negra”. Una interpretación realmente soberbia.
Y el fin de semana musical terminó con el joven, genial e imprevisible clavecinista Jean Rondeau. Pocos ciclos se pueden preciar de aunar dos Primeros Premios de Brujas (hay que saber que la mayor parte de las veces queda desierto) y Músicas Cercadas lo ha conseguido, puesto que Rondeau lo logró en 2012. Su programa, titulado Barricades mystérieuses -obra de François Couperin que ya anticipo que sonaron como propina- aunó obras de Jean-Philippe Rameau, el mismo Couperin y Pancrace Royer. Rondeau es un músico como la copa de un pino, que conoce profundamente las partituras que toca y a partir de ahí hace una interpretación extremadamente personal, hasta el manierismo y la autocomplacencia incluso, pero siempre interesante, llena de coherencia y sobre todo, que respira una naturalidad impresionante. Lo que en cualquier otro músico sería forzado o un exceso, en él, funciona. El epítome de esta forma de hacer sería el Preludio de Rameau que precedió a los cuatro movimientos de su Suite en la menor. El último de ellos, la conocida Gavotte con variaciones, fue absolutamente sublime, llena de gracia y de una originalidad que no cayó en la extravagancia. Es un músico que no teme ir al límite, a tomar riesgos casi inverosímiles, como en la Marche des Scythes de Royer, pero lo hace porque en ese momento así lo siente; que tiene todo el conocimiento de cada texto en la cabeza, pero que se deja llevar por las tripas en cada una de sus interpretaciones. Antes de interpretar como segunda propia Les Sauvages de Rameau, Rondeau agradeció al público el silencio y el nivel de intimidad que había sentido durante el concierto y que era tan importante para interpretar esa música. Sin duda, el público ha sido ejemplar en cada concierto y la iglesia de San Cipriano contribuye a ese recogimiento.
Un cierre fabuloso y trepidante para este ciclo que, siendo modesto en medios, ha presentado una programación de altura internacional y de calidad sobresaliente. Esperemos que ese buen hacer tenga su premio y el cerco musical rodee Zamora muchos años más.
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