Cultura

‘Malinche’ de Nacho Cano: apología mestiza, alegría tabernaria y terapia de grupo

El proyecto más ambicioso de Nacho Cano recrea un tiempo histórico vibrante y propone una nueva mirada hacia nosotros mismos

Al día siguiente de ver Malinche, el musical, que se representa en una impresionante carpa de Ifema (Madrid), una imagen rebotaba dentro de mi cabeza. Me refiero a Nacho Cano en el centro del escenario, rodeado por su reparto, uniendo una bandera mexicana con otra española mientras animaba a ambos países a disfrutar su legado cultural social, cultural y humano. Los gestos y el discurso no denotaban orgullo, o no solo orgullo, más bien transmitían el alivio de alguien que acaba de librarse de sus complejos tras un largo proceso de lidiar con ellos. Cano entonó con el reparto algunos fragmentos de “Hijos de la espada” -la mejor canción del musical- y luego pidió al público que los cantase con él. Aquello parecía el final de una terapia de grupo contra la anglofilia, una terapia triunfal y necesaria para nuestro avance cultural. Muchos nos emocionamos.

Hay que aclarar que este discurso de Cano, a corazón abierto, no es algo que debamos situar fuera de su obra. Después de retirarse de escena, hubo un número final. La figura del exMecano planea por toda la obra, ya sea en algún chiste muy celebrado o en la parte de la recta final donde se enlazan fragmentos muy breves de canciones suyas para Mecano (el público se vino totalmente arriba con estas pinceladas sutiles del grupo más crucial de la historia de nuestro pop). En esta etapa de su vida, Cano dice sentirse más cómodo en el papel de director de proyectos que de estrella, pero su legado y mirada de artista sigue siendo central en esta obra.

¿Cuál es el flanco más vulnerable de Malinche? El hecho de que la segunda parte del musical es muy superior a la primera. Por un lado, este desequilibrio es lógico, ya que ir presentando a los personajes es siempre mucho más arduo que contar sus aventuras. También aflora, a ratos, el problema de comprimir una historia tan densa y rica en matices en tan solo dos horas y media. Algunos críticos y espectadores se han quejado del escaso desarrollo de la historia de amor entre Hernán Cortés y Malinche, que es algo que puede sonar raro pero en realidad responde a la realidad histórica: en el siglo XVI no estaba extendido el amor romántico y la relación entre un líder conquistador y una cortesana náuhatl seguramente era así de rápida y seca. Tampoco es extraño que Cortés se enganchase a una mujer tras ver como era capaz de dominar con su empaque a unos altos emisarios enemigos.

Alguna de las primeras reseñas también han cuestionado los diálogos, que no siguen los estándares del gran teatro histórico, sino más bien los de la comedia musical. La obra es generosa en gracietas y guiños a la comunidad gay mientras que no hace ningún esfuerzo por satisfacer las expectativas de la derecha española. Incluso hay un pasaje donde se aprovecha la figura histórica de Pánfilo de Narváez para argumentar que somos un país de mediocres y que por eso tantos de nuestros grandes talentos solo logran brillar al marcharse al extranjero.

Lo que parece haber molestado más en ambientes conservadores es el retrato de Fray Bartolomé de Olmedo como alguien carcomido por la ambición económica y que no esconde su pluma (la interpretación de Nacha La Macha rebosa viveza y desparpajo), orillando sus méritos evangelizadores. Aunque es una crítica legítima, a tenor de su biografía, también lo es que Cano escoja a este fraile como el contrapunto cómico de una historia dramática. Además, y esto es importante, todas las escenas y chistes se matienen dentro de los cauces de un espectáculo familiar (creánme porque fui con mi hija de once años, que salió encantada).

Malinche resucitada

Al sentarse en la butaca hay que comprender que esto es un musical concebido por una de las máximas estrellas del pop de los ochenta, una época promiscua y atea como pocas. Por lo tanto, el libreto está en las antípodas de lo que hubiera escrito un intelectual conservador y devoto. No se debe juzgar a Nacho Cano por el musical de nuestras expectativas, sino por el de sus planteamientos. Un efecto virtuoso de Malinche sería animar a que se hagan esos otros musicales que anhela el público de simpatías católicas -entre los que me cuento- y los convencidos de que la conquista española fue menos dañina que el imperialismo británico, precisamente por el enfoque fraternal de la religión dominante en España.

¿Qué fortalezas destacan en la obra de Cano? La duda principal estaba en si podría entregar un musical a la altura de los de Broadway. La respuesta es totalmente afirmativa, empezando por una escenografía impresionante y por la capacidad de ensamblar un reparto espectacular, que no decepciona en ninguna de las canciones y coreografías. Las apariciones de Jesús Carmona, premio Benois de danza en 2021, son otra de las cimas de la obra, que elogian tanto defensores como detractores del musical.

Nacho Cano no ha hecho ningún esfuerzo por complacer a la derecha cultural española, más bien se ha preocupado de dejar clara su conexión con México y el milagro cultural del mestizaje

Las canciones son más complicadas de juzgar, ya que ahora mismo solo pueden escucharse dentro del teatro donde se representan. En la vorágine de preparar Malinche, Cano no ha encontrado el momento de grabarlas y compartirlas con sus seguidores. Incluso habiéndolas oído una sola vez, no tengo dudas de que una pieza como “Hijos de la espada” está a la altura de lo mejor que haya compuesto y que seguiremos escuchándola mucho tiempo, como hacemos con lo mejor de Mecano. En general, y empezando por la radiante "México mágico", el repertorio levanta el vuelo y encaja como un guante en la trama. Para afinar más en la valoración hay que repetir visita o esperar a que se publique el álbum y disfrutarlo con calma.

Cualquiera que asista a la obra comprenderá que Nacho Cano no ha hecho ningún esfuerzo por complacer a ningún grupo político, más bien se ha preocupado de plasmar su conexión con el modo de vida mexicano y el milagro del mestizaje, del que ese país es epicentro (para hacerlo sin errores contó con la asesoría del Instituto Antropológico de México). Aunque apenas se haya mencionado en las críticas, el personaje con mayor profundidad psicólogica es Moctezuma, un líder comprometido con su pueblo hasta el punto de rendirlo sin luchar ante un enemigo que sabía superior. Esta situación trágica redunda en una interpretación notable, a cargo de Alejandro Molina, que alcanza toda su grandeza al abandonar su religión para abrazar el catolicismo (el reflejo de esta decisión en el guión es el mejor homenaje posible al cristianismo español).

Más allá del musical

Creo que todos estaremos de acuerdo en que Malinche no es un musical canónico, en el sentido en que no sigue todos los mandamientos de Broadway, una industria que busca el confort y rehuye el conflicto. También coincidiremos en que no es un musical perfecto, para eso le faltaría regularidad escénica y unos diálogos más afilados, escritos por un nuevo Rafael Azcona o por un Aaron Sorkin nacido en Guadalajara (en cualquiera de las dos). Lo que comparte estos días Nacho Cano con su público es un obra majestuosa hecha con el corazón, que avanza a borbotones y que contiene grandes verdades culturales. Es casi un milagro que exista después de los elementos que le han salido al paso, desde las dificultades de la pandemia hasta la hostilidad progresista, pasando por la deserción de dos actrices clave (el domingo que asistí a la función había cinco actores con fiebre y otra que debutaba, según nos contó el propio Cano desde el escenario). En ese sentido, se parece al Fitzcarraldo de Herzog o a la conquista de América que describe: accidentada y cuestionable a ratos, pero convincente en el balance final.

Malinche no solo cuenta una gran historia, sino que propone una nueva mirada hacia nosotros, más alegre, cálida y benévola. El principal activo de la obra es la ambición de Nacho Cano, de la misma manera que funciona para artistas como Kanye West, grandioso en sus errores y en sus aciertos. Al salir de la obra uno lamenta que no dejaran a Cano construir una pirámide más grande en Hortaleza o un Tenochtitlán a escala 1:1 en el desierto de los Monegros, con DJs en la cima de cada templo. Necesitamos más arrebatos de coraje artístico como este y menos obras pulcras, dóciles y previsibles.

Posdata festiva: además de la brillantez del reparto, la apología mestiza y la puesta en escena, destaca el proyecto de la Taberna Canalla, un espacio con comida, bebida y música a todo trapo, que se mantiene abierto una hora antes y una hora después del musical (también en los 25 minutos del entreacto). Esta apuesta por la relación social acerca la experiencia a la mirada hedonista y transcultural de la obra. Allí una dicjockey pincha a gran volumen música popular mexicana supervisada por el propio Cano, mientras que en la hora final suenan clásicos de Mecano llevados a registros urbanos. Aparte de la diversión, en las estanterías del merchandising se puede encontrar el libro Una patria con madre: la historia de Malinche que nos libera (2022, Grijalbo Mondadori), de Elisa Queijeiro, comunicadora mexicana que ha buscado reivindicar la denostada figura de Malinche entre sus compatriotas. El libro no se ha publicado en España, así que Cano tuvo que comprar ejemplares para difundirlo en Madrid. Otro detalle quijotesco para un obra que lo es en muchos sentidos.

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