En muchísimos ámbitos o, mejor dicho, en casi todos, uno puede y debe mantener su juicio en suspenso, salvo en lo que respecta al universo. En ese punto en particular hay que decidirse. Las últimas palabras de Chesterton fueron esclarecedoras. La cuestión resultaba sencilla: o se estaba con la luz o se estaba con la oscuridad. Aquí estamos con la luz. Y quien dice «luz» dice todo, porque sólo una cosa es necesaria: todo. El resto, que se lo queden los nihilistas.
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Postmodernidad: A palabras recias, oídos sordos.
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La felicidad es impermeable.
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Erramientas: La utilidad práctica de equivocarse.
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Rutina: El tiempo es loro.
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El mal humor, a una distancia prudencial, es, como su nombre indica, muy gracioso.
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El envidioso sufre más porque sabe que, a pesar de todo, se le nota muchísimo su supremo e inevitable homenaje al envidiado.
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Como nosotros, la luna pasa del asombro (luna llena: poesía) a la sonrisa (luna nueva: aforismo), y vuelta a empezar.
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Equivocación: cuando uno no sabe cuál es su vocación y tiene que despejar la equis. O después y todavía peor: cuando ha cometido cualquier hecho, equis, que contraviene su vocación.
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El cuarto de baño es el confesionario del cuerpo.
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Como la vida corriente es una gran maestra de sentido común, nos evitaríamos muchísimas tonterías ideológicas si el personal fuese más coherente en sus declaraciones y cosmovisiones con su simple manera de vivir.
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«Mejor así» es una expresión inmejorable. Conlleva una exuberante resignación. Un optimismo redoblado porque la idea inicial era buena, pero lo que al final ha acontecido la supera en forma y fondo.
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El combate del siglo: Naífs vs. Nihilistas.
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Con el tiempo, todas las novelas acaban siendo históricas.
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Las diversas fases de la luna la dispensan de tener que enseñarnos su cara oculta.
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A la falsa modestia le revienta que no la contradigan.
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Todo el mundo es liberal en aquello que constriñe su libertad de primera mano.
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Juicio de Salomón. Cuando dos amigos míos se pelean entre sí, el que no exige que tome partido es el inocente.
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La honestidad es la buena prosa del vivir; la caballerosidad, su poesía. Y la santidad, su música.
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No por mucho aggiornarse amanece más temprano.
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Me empeño en no caer en una tentación. Y una voz insidiosa me dice al oído: «Pero sabes que caerás antes o después». Sí, lo sé. Pero será después.
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Cuando aparece el dragón, no se le piden genealogías al caballero que se enfrenta a él para salvar a la princesa.
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Qué ironía que nunca me acuerde del orden de las consonantes de la palabra «mnemotecnia».
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Hay una estrategia infalible para no perder al ajedrez. No jugar al ajedrez. Todavía más seguro: regalarle el tablero al contrincante. Lo único malo es si uno es un peón o un alfil.
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La tristeza de los otros nos resulta irritante porque, en el fondo, nos sentimos, en buena medida, responsables.
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Somos enanos entre escombros de gigantes.
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Defender la monogamia es difícil porque parece que se está presumiendo de la propia fortuna. Por eso, es una labor encomendada particularmente a los célibes.
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Al mismo nivel de imposibilidad quijotesca del «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» está el «Amaos unos a los otros como yo os he amado» de Jesús. Tiemblo trinitariamente al pensar en lo que nos puede pedir, ya puestos, el Espíritu Santo.
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