Atento a esta historia porque también habla de usted:
Sara salió de su casa dirección al cajero automático más cercano, sacó 90 euros para evitar posibles problemas con la tarjeta en su viaje a París. Regresó hasta su garaje, se montó en su Seat Ibiza y dictó al móvil el destino: el metro más cercano al aeropuerto.
En apenas dos semáforos, la luz de la reserva de gasolina se encendió, se detuvo en la gasolinera de marca blanca y, para no perder más tiempo, decidió pagar con tarjeta en el propio surtidor. La autopista bordeaba con un margen de varios kilómetros la ciudad más cercana, aquella que nunca había llegado a visitar pero que podía imaginar por el dibujo con un castillo del cartel marrón que incitaba a tomar el acceso a la urbe milenaria.
Aunque era viaje de empresa, prefería no dejar el coche en el aparcamiento del aeropuerto. Llegó al metro y en dos paradas estaba en la cola de embarque. Vuelo de tres horas, metro, oficina y una insufrible reunión tres horas más tarde, Sara estaba en la habitación del hotel más cercano al aeropuerto. Todavía no había amanecido cuando sonó el despertador y caminó bordeando la autopista de vuelta en el aeropuerto en un paraje rodeado por edificios de hormigón. Las dos horas de espera en la terminal las mató comprando un peluche para su sobrino y revoloteando por todas la redes sociales. Aeropuerto, metro, parking, coche, garaje, casa.
¿En cuántos lugares ha estado Sara? No empiece a contar, no se trata de un acertijo, y la respuesta es que probablemente no haya estado en ningún lugar.
La historia de Sara es una versión actualizada y resumida de la que el antropólogo francés, Marc Augé acuñó para categorizar los “no lugares”, en su obra No lugares. Espacios del anonimato: una introducción a una antropología de la sobremodernidad. “Si un lugar se puede definir como identitario, relacional e histórico, un espacio que no se puede definir ni como identitario, ni como relacional, ni como histórico definirá un no-lugar”. Para el antropólogo, fallecido este lunes, las carreteras, los medios de transporte y sus estaciones, centros de consumo como los supermercados, o grandes hoteles eran la expresión perfecta de los “no lugares”, emplazamientos en los que las relaciones sociales no existen o están profundamente limitadas.
En nuestra historia, el principal interlocutor de Sara han sido símbolos: un dibujo de tarjeta, un dibujo de billetes, unas palabras para sacar los 90 euros. Una decena de semáforos, muchas más señales, el símbolo de gasolina, un par de números, otras decenas de señales que le dicen a Sara, que visite la ciudad histórica, aparque, vaya hacia un número, no fume, saque sus líquidos y aparatos electrónicos, apague su móvil, abroche el cinturón de seguridad, se ponga un chaleco en caso de accidente…
Los no lugares no crean ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud
Los no lugares son productos del mundo actual y un reflejo de la postmodernidad, productos de la aceleración de la historia y la reducción de espacios en el planeta. Aunque las redes sociales han creado un nuevo ecosistema, un nuevo mundo, el “retire su tarjeta”, pronunciado con voz metálica, humana o leído en una pantalla, es la única comunicación directa que a diario reciben millones de personas. Los no lugares son templos de la despersonalización, en los que los individuos solo están identificados a la entrada y la salida. El individuo mantiene un "diálogo silencioso con el paisaje-texto que se dirige a él como a los demás, el único rostro que se dibuja, la única voz que toma cuerpo, son los suyos: rostro y voz de una soledad tanto más desconcertante en la medida en que evoca a millones de otros", según explicó el antropólogo.
En contraposición, los lugares son centros profundos de la existencia humana, si tenemos morriña por la no especialmente bonita plaza de nuestro pueblo, y por muy ateos que seamos sentimos orgullo y pondríamos dinero para restaurar su humilde iglesia es porque esos lugares, estos sí, son espacios que aportan identidad, plagados de experiencias personales y comunitarias, es decir, repletos de sentimientos. Son los lugares en los que jugamos al fútbol, comimos pipas, bailamos en fiestas, nos contaban que había mercados con animales, se hacía la matanza, y se disputaron batallas siglos atrás.
Augé concluía que los no lugares no crean ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud: “El pasajero de los no lugares sólo encuentra su identidad en el control aduanero, en el peaje o en la caja registradora. Mientras espera, obedece al mismo código que los demás, registra los mismos mensajes, responde a las mismas apelaciones”.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación