Cultura

'No me salves', comprender el descenso a los infiernos de la enfermedad mental

Beatriz Manjón narra la tragedia de un hombre que concibe la muerte como el único analgésico eficaz contra el dolor de la vida

En no pocas ocasiones, el escritor de columnas resulta un fiasco cuando lo intenta con la novela. Una vez fui bella, de Beatriz Manjón (El Ferrol, 1976), despejó todas las dudas que pudieran surgir respecto de la capacidad a tal efecto de la periodista coruñesa. No me salves, su nuevo título, la consagra en un estilo propio. Sus lectores habituales, ahora huérfanos de sus textos en prensa, saben bien de qué hablo. Confieso mi expectación ante su primera obra (aunque ambos títulos fueron escritos en orden inverso al que han sido publicados) y el encantamiento que despertó en mí. Manjón tiene un estilo personalísimo y reconocible –una especie de marca de la casa–  que se apoya fundamentalmente en la metáfora inesperada, en el adjetivo sorprendente, y que ha trasladado de manera natural y certera del artículo a la novela. 

No me salves se puede leer sin conocer la historia que rodea al ejercicio de buena pluma que son sus casi 200 páginas. De hecho, la nota de la autora que dota de contexto al relato se encuentra al final del libro, y no al principio. Sin embargo, desde mi punto de vista, hay un extraordinario valor añadido en la motivación de Beatriz Manjón al escribir sobre el drama y la comedia de una vida.

Los hechos desnudos parten de una noticia no muy distinta a las que encontramos cada día en las páginas de sucesos. Un hombre en la treintena, provisto con un arma blanca, desencadena un altercado en la Puerta del Sol de Madrid, en mayo de 2010. Recibe tres tiros por parte de un policía y la esquirla de un proyectil hiere gravemente en un ojo a un viandante. 

Enfermedad mental

La autora toma de la mano a ese tipo que blande una navaja de pelar patatas y provoca al agente, retándole a que le dispare a la cabeza («balas, al fin, para la bala perdida»). Le despoja de la frialdad del número de la ficha policial, del parte médico, de las acusaciones del ministerio fiscal, de la asepsia del titular periodístico y de nuestro cabeceo musitando «cómo está el mundo», y nos muestra su valle de lágrimas. Mario, diagnosticado con un trastorno límite de la personalidad, no sabe vivir. 

Antes de tratar de que alguien le vuele la tapa de los sesos, lo ha intentado él mismo concienzudamente. Su maltrecho cuerpo le recuerda sin piedad cada intento de suicidio. El protagonista de No me salves es el sufrido poseedor de «un físico extravagante nacido de todas las veces que tendría que haber muerto: una falange menos en el pie izquierdo; ambos tobillos apuntalados con clavos; una cojera lo suficientemente grande como para no dedicarme a robar bolsos; la espalda siempre a punto de hacer una reverencia, vencida por una barriga hecha de incumplimientos de recomendaciones de la OMS». Mario es un antihéroe profundamente frustrado por su propia supervivencia; un ser doliente que no encuentra el sentido ni el propósito y que sufre por hacer sufrir; un alma sensible dominada por una mente que le esconde, en un juego perverso, el secreto de la calma y la paz. 

Todos los manicomios se parecen, aunque cada uno remata a los infelices a su manera

La escritora gallega se pone en la piel del desdichado para que nuestro juicio se llene de matices, para que sepamos que un hombre en una cárcel puede haber sido violento contra su propia existencia primero. Mario, internado en una institución psiquiátrica, recuerda al Juan de Rosas de Papel (Itxu Díaz, Homo Legens) empeorando su decadencia en un sanatorio de Málaga, o al escenario dantesco de Los renglones torcidos de Dios. Todos los manicomios se parecen, aunque cada uno remata a los infelices a su manera. Precisamente, fue Torcuato Luca de Tena quien señaló que «la verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma, que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca». Algo de eso hay en el protagonista de No me salves, cuyo relato de vida es un grito de denuncia social –los auténticos enfermos mentales sufren un aberrante desamparo institucional–, magistralmente encauzado por su autora con un humor que hace de Mario un Ignatius Reilly entrañable y patrio.

En definitiva, lean la novela. Háganlo por el disfrute de la buena literatura; por la petición de auxilio; por el amor sangrante de la familia de todos los «Marios» del mundo; por la mordacidad y la inteligencia; por la bajada a los infiernos y la elevación a la risa. Por el homenaje, la súplica que nace de quienes acompañan el abismo de aquellos que aman y no pueden consolar, y por la exposición de lo que podríamos ser y no somos. Porque un trocito del corazón de Beatriz Manjón está ofrecido en estas páginas, solo que disfrazado de talento.

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