No se sabe qué fue más elocuente, si su exasperante silencio o la comparación que hizo durante la rueda de prensa de la censura con los controles se seguridad de en los aeropuertos. Tan plano como su vestuario negro, el premio nobel de literatura chino Mo Yan aceptó el premio Nobel sin un movimiento, mínimo aunque fuese, de disidencia, algo que tácitamente el mundo intelectual le ha pedido que haga, ahora que puede y que cuenta con los reflectores mediáticos para hacerlo. Sin embargo, Mo Yan ha hecho honor a su nombre. No ha dicho nada. Y no lo hará. Una vez con la ceremonia de entrega, el gesto político pierde intensidad. Aceptará el galardón. Aceptó, mejor dicho, el galardón en silencio.
Él se define a sí mismo como alguien independiente, pero la sidencia política e intelectual le considera cercano al régimen comunista. El poeta Ye Du lo comparó con “una prostituta que insiste en que sus servicios son limpios”, mientras que el artista plástico Ai Weiwei se refirió a sus palabras de “impotentes, vergonzosas, una traición y una capitulación”. Salman Rushdie por su parte se había sumado a las críticas llamándole “hombre de paja del régimen”. Lo que sí es cierto es que este Nobel de literatura sirvió a muchos para señalar directamente a la Academia de favorecer políticamente a China escogiendo para ello a un intelectual dócil que no diese problema alguno en el ruedo mediático.
La Academia se defendió cortando por lo sano. Por un lado va la literatura y por otro la política, aclaró. “El premio nunca se concede por razones políticas, aunque casi siempre tenga efectos políticos”, explicó el presidente del comité del Nobel de Literatura, Per Wästberg, un personaje que lleva años vinculado a la lucha por los derechos humanos, contra el apartheid en Sudáfrica, fundador de la delegación sueca de Amnistía Internacional durante los sesenta.
Pese a todo, Wästberg asegura que los cinco miembros del comité, encargados de proponer una lista de 200 finalistas a los académicos, siempre logran distinguir el escritor del personaje público. “No le dimos el premio a Mario Vargas Llosa por criticar la dictadura en Perú, ni tampoco a Orhan Pamuk por posicionarse contra el genocidio armenio”, agrega.
Los recelos hacia Mo Yan han crecido, y todavía más después de que éste se negara a suscribir una petición firmada por otros 134 galardonados con el premio en la que se pedía la excarcelación de su compatriota (e igualmente premiado) Liu Xiaobo. La carta colectiva, entre cuyos firmantes figura el Dalai Lama, pide al nuevo líder del partido comunista chino y previsible próximo presidente del país, Xi Jinping, que conceda la libertad a Xiaobo -galardonado con el Nobel de la Paz en 2010- y a su esposa.
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