Fue la película con la que Luis García Berlanga y Rafael Azcona comenzaron a trabajar juntos, en 1961, el mismo año en que la censura ordenó destruir Viridiana, de Luis Buñuel. No lo tenían fácil, pero eso no los eximió de crear una de las películas más irónicas y subversivas de su tiempo: Plácido, un filme que revalida su vigencia cada Nochebuena, incluso décadas después, y que fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera, en 1962.
Más de cincuenta años han transcurrido desde su estreno, pero el Plácido de Berlanga se mantiene demoledora y brillante, hasta el punto de inspirar versiones, como la que ha escrito y dirigido el periodista Carlos Alsina y que se emitirá el día 25 de diciembre en Onda Cero: Siente un pobre a su mesa. Alsina ha usado el título original que eligieron Berlanga y Azcona para su película, pero que la censura prohibió, entre otras cosas porque fue así como el franquismo bautizó a una campaña para impulsar la caridad cristiana y que dio a Berlanga la idea primigenia del guion.
A la manera de la perpetua espera de 'Bienvenido Mr. Marshall', el pueblo entero aguarda la llegada de algo mejor … que no va a llegar
Todo ocurre en Nochebuena, en una pequeña ciudad de provincias. La marca de Ollas Cocinex patrocina una subasta a la que acuden artistas de Madrid para invitar a cenar a un pobre en casa de la familia pudiente que pague la puja más alta o que desee aparentar que puede. Plácido Alonso, contratado para recorrer la ciudad con una estrella navideña de utilería adosada a su recién estrenado motocarro, sirve a Berlanga de alegoría para mostrar de qué manera semejante campaña, o teatrillo más bien, no es más que una forma de la burguesía de lavar su conciencia.
"Que por una noche cenen los pobres" dice un hombre con un megáfono en el mano, subido al vehículo que Plácido conduce atribulado porque tiene que pagar la primera letra de su motocarro, de lo contrario lo perderá. "Hombre, es Navidad, y no puede perder uno su herramienta de trabajo en Nochebuena", dice Plácido, cual versión arqueológica del autónomo actual. Seis mil ochocientas veinte pesetas consigue reunir el repartidor ese día. "Más los gastos", le responde el notario. Entonces vuelve a empezar todo. "Yo quiero pagar, soy una persona seria. Quiero pasar la Nochebuena tranquilo", resopla.
Arruinado y sin un duro, Plácido conduce de un lado a otro mientras avanza la campaña benéfica -con sus manifiestos reveses- y su mujer lo espera en los urinarios donde trabaja a cambio de las propinas que le dejan los usuarios por cuidar de los lavabos. "¡Alegría, alegría, alegría!", repiten los organizadores de la farsa mientras Plácido conduce, a toda velocidad, hasta la estación a la que llegarán las celebridades que cenarán con un pobre. 'Si no canto no ceno', dicen los miserables que deben apañárselas en esa ciclópea ficción benéfica en la que los han metido.
Plácido no abandona una mirada compasiva hacia la España triste y gris de la dictadura franquista, a la que tampoco regatea, ni mucho menos, la crítica …
La película es un permanente desfile de personajes: banqueros, obreros, alcaldes, notarios, burgueses, plumillas, obreros, letrados, oficinistas, señoronas, golfos, impostores... El coro en pleno de una sociedad empobrecida al mismo tiempo que pretenciosa. Nada cuanto parece es real en esta historia. Las estrellas de cine ni son estrellas ni han hecho cine, y cenar, lo que se dice cenar, pues más o menos, y de qué forma. A la manera de la perpetua espera de Bienvenido Mr. Marshall, el pueblo entero aguarda la llegada de algo mejor… que no va a ocurrir. Todo es un fingimiento. Desde el coñac hasta Carmen Sevilla con una olla Cocinex. Ninguno llega.
Construida con humor negro y una ironía afiladísima, Berlanga y Azcona estrujan la picaresca española para crear una película tan hilarante como dramática. Diseñan un retablo con las mezquindades, hipocresías, pacatería y la sobreactuación moral de la burguesía provinciana de los años cincuenta del siglo XX -de la extremaunción a la boda- y, sin embargo, Plácido no abandona una mirada compasiva hacia la España triste y gris de la dictadura franquista, a la que tampoco regatea la crítica… o, por qué no, un espejo que reflejara sus contradicciones.
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