Norma Duval lo tiene claro: “No puede hablarse de crisis de la revista. La revista ya terminó. Fue un gran género musical que duró mucho y se acabó”. Estamos ante un muerto bastante muerto, aunque todavía, de vez en cuando, compañías como la de Luis Pardo le permitan salir de parranda. Y es también un difunto que aún recibe visitas, como prueba la exposición ‘Gracias por venir. Historia de la revista española’, que puede verse en Valladolid y que recrea las grandezas, y miserias, de este formato de teatro musical tan típicamente nuestro.
Aunque Duval tuvo una relación parcial con la revista española, es uno de los paradigmas de la vedette, la figura femenina que ocupa el centro del espectáculo. Duval participó en shows de revista de Fernando Esteso, pero sobre todo descolló en la modalidad francesa -muy diferente, sin historia narrativa ni sketches de humor- merced a sus años como primera bailarina del mítico Folies Bergere de París “que no era un cabaré sino un teatro musical con 400 personas en nómina”, precisa.
“A veces se refieren a mí como vedette con ánimo de hacerme de menos, pero a mí no me molesta en absoluto. Para mí, una gran vedette es una gran estrella”. Y, especialmente, si reúne una serie de características que suelen acompañar a esta figura: llevar un cuerpo de baile de apoyo, cuidar la elegancia y espectacularidad del vestuario, tener atractivo físico y gancho personal, y capacidades para el canto, el baile y la interpretación.
A veces se refieren a mí como vedette con ánimo de hacerme de menos, pero a mí no me molesta en absoluto. Para mí, una gran vedette es una gran estrella
“La figura de la vedette se ha transformado y yo formé parte de esa evolución”, recuerda Norma Duval. “Ahora Chanel tiene aspecto de vedette total, como Madonna o Beyoncé. O, en otro sentido, Rosalía, por su uso de los bailarines. Todas son vedettes adaptadas a los tiempos actuales”, afirma desde su experiencia.
Me encantó la actuación de Chanel en Eurovisión
“Me encantó la actuación de Chanel en Eurovisión y sus coreografías, el vestuario y todo lo que hizo”, añade respecto del acontecimiento más comentado del momento. “Bravo por ella. Estuvo genial y es un orgullo para España. Tenemos estrella para mucho tiempo”. Y sentencia: “¡Que viva el talento!”.
Aunque el género de la revista es una importación europea que surge a partir de las operetas, los cafés cantantes y los cabarés, en España adquiere una peculiaridad muy singular a través de la incorporación de tramas cómicas que articulan el espectáculo. La revista española no es sólo una acumulación de números de canto o baile, y en algunos casos también de variedades y hasta de circo, sino que, en sus mejores encarnaciones, tiene una estructura narrativa y se apoya en el chiste y el sketch, jugando habitualmente con el doble sentido del lenguaje, la picardía y la insinuación de carácter sexual.
“El problema es que con la llegada de la democracia y el fin de la censura, estos juegos verbales pierden sentido”, recuerda Norma Duval. Y, de hecho, durante la Transición la revista evoluciona hacia otra cosa que tiende a identificarse con el ‘destape’ que hace furor en ese momento tanto en el cine como en las revistas para adultos. De modo que si, durante el franquismo, la censura revisaba la longitud de los vestuarios y los escotes antes de las funciones para intentar asegurar el adecuado decoro -aunque a menudo con poco éxito, pues una vez desaparecido el censor los trajes alargados volvían a encoger- en la Transición se impone la desaparición del vestuario, el desnudo, el erotismo y lo sexy, que se exhiben como atractivos esenciales de la oferta teatral.
“El destete de mis nenas”, proclama un cartel de finales de los 70 que anuncia un espectáculo con “verdaderos desnudos, humor y canciones” y que está protagonizado por las imágenes de dos espectaculares mujeres sin ropa cuyos pechos aparecen adecuadamente tapados con las estrellas negras de rigor en la época, también visibles en la cartelería de los cines. Aunque no es menos explícita la proclama de otra ‘revista’ de este periodo de decadencia del género en la que, bajo el reclamo de Pepe Núñez ‘El Loreño’, presunto “ídolo de la canción española’, se anuncia en grandes titulares: “Ellas se destapan y yo canto”.
“Esa no es la verdadera revista. La verdadera revista es la que surge con Celia Gámez, y luego con muchas otras artistas como Concha Velasco o Lina Morgan”, explica Ana Redondo, concejala de Cultura de Valladolid y promotora de la exposición ‘Gracias por venir’. Norma Duval está de acuerdo: “La revista clásica era elegante. Exhibía finura, escenografía, decorados y lujo. No era vulgar, ni obscena, ni erótica. La grandiosidad de la revista se ve en las obras que montaban Tony Leblanc o Fernando Esteso”.
Papel central de la mujer
En su época de esplendor, los años 40 y 50 del pasado siglo, mujeres como Celia Gámez o Manolita Chen (artífice del famoso Teatro Chino) son empresarias, llevan las riendas de sus espectáculos y son las responsables últimas de todas las decisiones, explica Juan José Montijano, experto y coleccionista, propietario de las más de 500 piezas (vestidos, mantones, carteles, fotos, muñecas, maquetas, discos, partituras, merchadising…) que componen la exposición que puede verse en la Sala de la Pasión de Valladolid hasta el 12 de junio.
“Yo he sido empresaria con 21 años. Como otras muchas”, explica Norma Duval. “¡Que les hablen de empoderamiento a Celia Gámez o Lina Morgan, que dirigían sus espectáculos!”. Y añade: “La libertad que había entonces (años 70 u 80) quizás ahora no la haya. Hay mucho más prejuicio e hipersensibilidad”.
¡Que les hablen de empoderamiento a Celia Gámez o Lina Morgan, que dirigían sus espectáculos!
El papel central de la mujer ha sido inherente al espectáculo casi desde el principio, desde que Francisco Arderius inventara los bufos madrileños, en 1870, con ‘El joven Telémaco’. Aquellas mujeres disfrazadas de guerreras y con gasas transparentes y ligeras de ropa hicieron furor y popularizaron el término suripanta (corista, mujer ligera) a causa de una de sus canciones.
Pero ese protagonismo de la mujer ha sido muy variable. Hay una primera etapa, especialmente en el comienzo de siglo, en el que “la revista va a ser muy soez y chabacana”, reconoce Montijano. Y a ello se añade que, a medida que avanzan las libertades, aumentan las exhibiciones carnales. En 1920, en ‘El Príncipe Carnaval’, Helena Cortesina protagoniza el primer desnudo integral del teatro español, pero ya había habido deleites parciales con anterioridad. En estos años la revista española es un espectáculo sólo para hombres, pensado para su deseo, que nunca frecuentan las mujeres. Pero eso va a cambiar.
La persona encargada de darle la vuelta a la situación es Celia Gámez, quien, tras la Guerra Civil, afronta una reforma en profundidad del género, reforzando tendencias que venían de atrás y limitando otras. Gámez impulsa el papel de la vedette como encarnación de la elegancia, más que de la sexualidad, al tiempo que se cuidan la espectacularidad de los vestuarios y de la puesta en escena, y se sustituyen las insinuaciones procaces por la picardía y un humor basado en dobles sentidos más inocentes.
Sortear la censura
La moral del nuevo régimen franquista sin duda influye en esta reconversión pues la antigua revista chabacana era inviable a causa de la censura, pero los cambios no obedecen sólo al oportunismo sino a una nueva visión de cómo debía ser el espectáculo. Gámez quería que la revista fuera un espectáculo limpio al que pudieran asistir también las mujeres y lo logró. A partir de ese momento ellas también llenarían las butacas de los teatros atraídas e inspiradas por unas vedettes que eran modelos de atractivo y sofisticación femenina. La nueva revista, que triunfaría arrolladoramente sobre todo en los años 40 y 50, era un espectáculo que podían ver los maridos con sus esposas.
“El encanto estaba en la brillantez de la presentación del espectáculo: trajes, decorados y mujeres espléndidas que lucían su palmito en un contexto de picaresca controlada”, evoca el empresario teatral Enrique Cornejo, un gran amante del género.
“La censura se sorteaba como buenamente se podía”, recuerda el empresario vallisoletano. “Al censor se le mostraban unos vestuarios y luego, en cuanto se podía, se usaban otros más cortos. A veces la revisión exigía tapar el nacimiento del pecho, si se consideraba demasiado pronunciado, y se colocaba un tul a la vedette, que luego, a lo mejor, desaparecía en la función”. Todo dentro de unos límites, claro, aunque las carpas ambulantes del Teatro Chino de Manolita Chen, que recorrían los pueblos de España, disfrutaban de más libertad. Aunque sólo fuera porque la sombra de la censura no llegaba a lugares donde Manolita sí.
Última renovación del género
Cornejo recuerda que la última gran renovación del género se produce en los años 70 y 80 de la mano de Lina Morgan, que aligera progresivamente la parte pícara del espectáculo para volcarlo hacia la emotividad y la comicidad. “La revista era el símbolo de lo atrevido y lo estético y Lina Morgan da un giro hacia el humor y la interpretación”. Sus revistas eran entretenimientos familiares y lograron audiencias millonarias en sus pases por televisión.
“He estado muy ligado al mundo de la revista y siempre me ha gustado, pero su ciclo ya se ha agotado”, admite el empresario teatral. “La revista es ya algo del pasado y cuando programo alguna la presento como ‘la diversión de nuestros mayores’. No es posible hacerlo de otra manera”.
¿Y quién cubre ahora ese vacío, un vacío importante, habida cuenta de que la revista fue durante varias décadas el género más popular y la fábrica de éxitos musicales de su tiempo? Pues todo apunta a que el hueco lo ha cubierto el musical. “El musical sustituyó a la revista y a la zarzuela en España”, opina Ricard Reguant, un verdadero experto en el género, y artífice de éxitos como las versiones españolas de Chicago, West side story o, la última, Para hacer bien el amor hay que venir al sur’, inspirada en las canciones de Raffaella Carrá. “La llegada del musical a España es paulatina. Es verdad que hay algunos intentos exitosos como Jesucristo Superstar o Evita, pero no generan tendencia. Hasta que hace unos veintitantos años, al fin, el musical se abre paso con iniciativas como las de Dagoll Dagom, u obras como Chicago, El hombre de la Mancha y otras”. Es revelador que la explosión coincida con una época (tras la Expo 92) en que la cultura española aspira a ‘internacionalizarse’ y ‘liberarse’ de sus señas más autóctonas, que tienden a verse con desdén. De modo que el cosmopolitismo del musical, que representaba las mismas historias en Madrid, Londres o Pekín, se convierte en un género más adecuado para los nuevos gustos de una sociedad española volcada al europeísmo.
Tanto la zarzuela como la revista empiezan a ser penalizadas precisamente por su carácter castizo y nacional. “Se produjo una sustitución que no me pareció bien. Yo hubiera preferido que hubieran coexistido los distintos géneros”, explica Ricard Reguant. “Pero las generaciones nuevas pedían otras cosas y los de las generaciones más antiguas se dejaron arrastrar”.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con levantar acta de defunción de la revista. El periodista y comentarista José Manuel Parada cree que no está muerta sino “adormilada”. “Soy un gran defensor de la revista. Es un género que habría que recuperar”, proclama. No obstante, admite que no es una tarea fácil porque montar bien una revista exige una gran inversión económica “y eso da mucho miedo hoy, con teatros que cubren su programación con funciones económicas de uno o dos personajes; el teatro de gran plantilla cada vez es menos rentable”. La exigencia de esos grandes presupuestos fue también una de las causas del inicio del declive del género, ya en los sesenta, cuando empezó a ‘abaratarse’ y desnaturalizarse.
“La moda siempre tiene un movimiento pendular”, opina Parada. “Pasó con la copla y con las rancheras, a las que se dio por muertas y volvieron. También me ocurrió a mí. Nadie creía que un programa como ‘Cine de barrio’ pudiera tener público, y ahí sigue casi treinta años después. Pero la revista necesita alguien con imaginación que sea capaz de adaptarla a nuestro tiempo”.
Entretanto, la exposición de Valladolid ‘Gracias por venir’ permite evocar, y añorar, viejos tiempos de esplendor con espectaculares trajes y mantones lucidos por Concha Velasco, Celia Gámez, Lina Morgan, María José Nieto, Esperanza Roy, o Addy Ventura. Y carteles como los de ‘El águila de fuego’, o ‘Tentación’ donde puede percibirse la habilidad de la revista clásica para sugerir sensualidad y pasión con cuerpos femeninos que no mostraban prácticamente nada y que eran el paradigma de la elegancia y la sofisticación. Porque lo que sí deja claro la exposición es que la revista siempre creyó en la diferencia entre los sexos e hizo del juego de contrastes entre ellos, y la consiguiente tensión sexual latente, la sustancia principal de sus historias y de su atractivo.
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