Corre el año 1920 y el comité olímpico español va a enviar por primera vez en su historia una selección de fútbol a un campeonato internacional. Zamora, Pichichi, Pagaza, Belauste o Samitier acuden convocados en medio de tensiones, recelos y la poca fe que acompaña su partida. Inspirada en hechos reales, la novela Jóvenes promesas (Planeta) de Juanjo Díaz Polo narra los inicios del fútbol y el olimpismo a través de la voz de Elena, la idealista hija de Pepe Díez, un veterano cronista deportivo que ve frustrado el sueño de contar el debut de la selección a causa de una enfermedad degenerativa que afecta su memoria. Así que será ella quien escriba la gesta de un equipo en el que nadie creía y que debutó con medalla de plata Amberes.
La Furia Roja, aquel equipo que parte a librar un campeonato en el que los favoritos son Inglaterra y Noruega y ellos parecen no pintar nada
Guionista de distintas series de televisión, largometrajes y documentales como Cervantes, la búsqueda, Juanjo Díaz narra los inicios de La Furia Roja, aquel equipo que parte a librar un campeonato en el que los favoritos son Inglaterra y Noruega y ellos parecen no pintar nada. Todo luce cuesta arriba hasta que consiguen ganar a Dinamarca por 1–0 con un tanto de Patricio Arabolaza. Aquel fue el primer gol oficial de la historia del combinado español. Hay ternura y cierta épica en esta novela. El viaje a Bélgica se hace en vagones de tercera clase, durmiendo en los duros asientos de madera y comiendo embutidos de hatillo. En Amberes, la selección se aloja en unas escuelas cuartel, duermen en camas de niños y apenas reciben comida. Son los años en los que la profesionalización del fútbol era vista como una ofensa contra los valores deportivos. Albañiles, estudiantes, administrativos, un zapatero, un tendero, un gruista, un sastre, un perito, un abogado… Así son los hombres que regresarían convertidos en estrellas. Y aunque casi un siglo separa esta historia en el presente, algo resulta familiar al leer sus páginas.
Nadie estaba seguro de cómo debía hacerse una selección, por la sencilla razón de que nunca se había hecho, pero todos hablaban del asunto como acostumbran a hacerlo los periodistas, sentando cátedra.
—Hay que llevar a un equipo entero, que ya esté conjuntado, como el Arenas de Guecho. Si acaso, con algún refuerzo.
—Pues para eso que vaya el Barcelona, que por algo es campeón de España y ha demostrado ser el mejor.
—No, hombre, no…En Amberes se jugará en campo húmedo. Tendrían que ir el Athletic de Bilbao, la Real o el Unión de Irún, que están habituados.
—En el fútbol hay que conocer al compañero, convivir. Y estos que han seleccionado no se conocen ni de vista.
Papá zanjó el asunto:
—Para conocerse están los bailes. Y para saber cómo juega el otro bastan los entrenamientos, ¿o no? A una Olimpiada hay que mandar a los mejores, como hacen los países serios. ¿O mandamos al equipo del Gasómetro, que esos sí que se conocen bien, porque viven juntos en la colonia?
Entre medias, el lector se encuentra con los artículos que Elena Díez escribe utilizando en nombre de su padre. Sus crónicas sobre los afortunados de Amberes gustan y revelan la historia del grupo desde dentro, gracias a su contacto cercano con los jugadores, sobre todo con Zamora y su mejor amigo, Pep Samitier. El padre de Elena cree que las crónicas las ha escrito él mismo; su cada vez más maltrecha memoria le impide distinguir realidad de ficción. Sin embargo, Elena no lo revelará nunca. La historia está llena de anécdotas y hechos reales arropados por la ficción, una de ellas la que protagonizó el jugador del Barcelona y de la selección Agustín Sancho, albañil de oficio ya en Bélgica. En plena concentración, Sancho llega tarde un entrenamiento. ¿Las razones? Pues… de camino al estadio pasó por una obra, los albañiles le parecieron unos chapuceros, así se quitó la chaqueta y se puso a levantar un muro él mismo. ¡Tan mañoso le vieron que quisieron contratarlo! Paco Bru, el primer seleccionador, le prohíbe tajantemente que trabaje, aunque Sancho ya se veía sacándose unas pesetas entre partido y partido.
De camino al estadio, Sancho pasó por una obra. Los albañiles le parecieron unos chapuceros, así se quitó la chaqueta y se puso a levantar un muro él mismo
En los primeros momentos el ambiente interno del equipo es un infierno, a eso se suma los problemas entre los federativos y los no pocos reveses que deben enfrentar. Son los años de un futbol que entonces se jugaba con un portero, dos defensas, tres centrocampistas y cinco delanteros; el uno–dos–tres–cinco, que llamaban “el sistema perfecto”—. En ese esquema juegan los 21 jugadores que viajan a Bélgica: Zamora y Eizaguirre de porteros; Arrate, Otero, Carrasco y Vallana de defensas, Samitier, Artola, Belauste, Sancho, Eguiazábal y Sabino de centrocampistas; y Pagaza, Moncho Gil, Sesúmaga, Pichichi, Ramón González, Patricio, Vázquez, Gómez-Acedo y Silverio, como delanteros.
La derrota contra Bélgica con un marcador 3–1 pincha el sueño del oro y divide al equipo, que a pesar de eso endereza rumbo y derrota a Suecia 2-1 con goles de Belauste y Acedo que remontaban el gol inicial sueco; vence a Italia gracias al doblete de Félix Sesúmaga y finalmente vence a Holanda el 3–1 con goles de Sesúmaga, por partida doble, y el último gol es de Pichichi. La selección española de futbol se alza con la medalla de plata en su primera participación de la historia. Una novela épica a la vez que tierna, una foto de familia de la España remota de aquellos años. Ya lo decía Bill Shankly (29-09-1981), uno de los entrenadores más célebres, respetados y recordados en la historia del fútbol, el hombre que colocó Y¡This is Anfield en los vestudarios del campo del Liverpool: “Algunos creen que el fútbol es solo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso”.
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