Hay que leer el entrecomillado de este párrafo con la entonación de Scarlett O’Hara en la escena cumbre de Lo que el viento se llevó. Pertenecen a la página de Facebook de Álvaro Suite, veterano rockero andaluz, conocido por su trabajo como guitarra de Enrique Bunbury. Cojan aliento: “Hay mucho que limpiar en esta mi industria. Mucho. No voy a parar hasta que se restablezcan ciertos principios; la calidad, la lírica, la honestidad, la originalidad o el trabajo. Más allá de los gustos habita el amor a La Música. Soy consciente del relevo generacional, las modas, la rentabilidad de los nuevos proyectos, la relevancia del impacto inmediato, las redes, etcétera. No vivo ajeno a ninguna realidad; al contrario, estoy muy metido en el ajo. Esto es una puta basura. Peligroso, injusto y vomitivo. Pero me sirve de acicate para trabajar aún más. Es nuestra obligación alzar la voz: Bad es malo”, escribía hace unos días.
¿Qué tipo de hecatombe cultural le había sacado tanto de sus casillas? El premio de la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores (Ascap) al superventas caribeño Benito Antonio Martínez Ocasio, mas conocido como Bad Bunny. El galardón fue recibido entre ciertos músicos y medios españoles como una decisión delirante, incomprensible para ningún melómano. En el diario ABC, con una de las mejores secciones de Cultura del país, Nacho Serrano escribía frases tan rotundas como esta: “Evidentemente hay muchos compositores que se merecen el premio más que Bad Bunny, pero la decisión de la Ascap tiene su explicación, y es que no se valoran criterios de calidad, sino que se tienen mucho más en cuenta el número de reproducciones y visualizaciones que los artistas consiguen con sus canciones y vídeos en todo el mundo”, explica. Por su parte, La Vanguardia titulaba “Bad Bunny gana el premio al 'Mejor Compositor' del Año para asombro del gran público”. ¿Son ciertas estas dos descalificaciones?
Al gran público no le asombra que Bad Bunny gane el premio a mejor compositor de 2020, ya que es un artista adorado que cambiado los criterios de los festivales españoles
La respuesta solo puede ser un ‘no’ rotundo. Al gran público no le asombra en absoluto que Bad Bunny gane el premio a mejor compositor de 2020, ya que es un artista adorado, capaz de llenar el Palacio de los Deportes o de incendiar el festival Rio Babel con un espléndido concierto el año pasado. Más todavía: la fuerza de propuestas artísticas como la suya obligó a festivales prestigiosos y consolidados como el Sónar y Primavera Sound a cambiar sus criterios de programación anglófilos para empezar a incluir a las jóvenes estrellas de la música latina, como ha explicado Vozpópuli. Este verano debería haber sido el de la consagración definitiva del directo de Bad Bunny, cabeza de cartel en varios festivales españoles, desde el caviar de Fuengirola al BBK Live de Bilbao.
Prestigio internacional
Los expertos más ‘cool’ hace tiempo que dieron su bendición a Bad Bunny, como puede comprobarse leyendo su reciente portada en la prestigiosa Rolling Stone, la entusiasta crítica del portal Pitchfork o una rendida reseña en el New York Times. Hay quienes se empeñan en decir que Bad Bunny no se distingue de King África, pero solo están certificando su lamentable capacidad de análisis. Por no hablar del relevante papel que juega este cantante como líder juvenil, símbolo de las protestas que terminaron con la renuncia del gobernador Ricky Roselló el verano pasado. Entre los españoles que mostraron su rechazo al premio de Bad Bunny están el artista electrónico César Suey, el periodista musical J.F León o el diputado de Vox Bertrand Ndongo.
Este sector de medios y artistas españoles intentan vender a Bad Bunny como un ejemplo de vulgaridad pop, pero no es el caso en absoluto. También se dijo que el punk era un sonido basura o que los himnos “disco” eran elementales e indistinguibles entre sí o que el hip-hop no tenía que ver con cantar, sino con hablar. Titulaba La Vanguardia que el gran público no entiende el premio a Bad Bunny, pero en realidad quienes no fueron capaces de comprenderlo fueron solo los modernos y culturetas hiperventilados de Twitter (además del político de Vox). Solamente el veterano periodista rockero Ignacio Juliá demostró haber comprendido el fenómeno al compararlo con el “Awuambabuluba” de Little Richard, pionero del rock recientemente fallecido.
Vamos, igual que el Nobel de la Paz de Obama.
¡Esto es de locos, solo hay que escuchar sus canciones, todo un Cervantes!???Bad Bunny gana el premio al Mejor Compositor del Año y las redes le recuerdan sus «mejores» letras https://t.co/SJUMeLKhan vía @ABC_Cultura
— Bertrand Ndongo (@bertrandmyd) July 10, 2020
Los miembros más desinformados de Twitter se lanzaron a hacer memes con letras de Bad Bunny para señalar su pobreza expresiva e incluso pidieron irónicamente un Nobel de literatura para el artista puertorriqueño. El problema de esta estrategia es que podría usarse igual para ridiculizar a los Beatles de “I want to hold your hand”, a los Kraftwerk de “Autobahn” o a los Daft Punk de “Around The World”. El gran pop nunca puede reducirse a una letra sacada de su contexto, sino que constituye una potente alianza de voz, música y sonido, densamente relacionada con el contexto sociocultural.
Problemas de comprensión
Bad Bunny no es un artista para escuchar quieto, sino bailando. No hace música para disfrutar en soledad, sino de manera colectiva. La triste disonancia que sufren algunos la explicó magistralmente el musicólogo Simon Frith: “El baile ha sido la puerta de entrada a la música para la mayoría de los seres humanos a lo largo de la historia. Todo el mundo quiere bailar, pero los supuestos especialistas en música estamos demasiado centrados en los discos y casi nada en los lugares de encuentro y relación. Seguramente el comienzo de este trágico malentendido está en los años setenta. Los defensores del rock, en un intento algo idiota de legitimación cultural, intentaron venderlo como ‘arte serio’, una experiencia que se disfruta sentado y en solitario. Esto es un disparate porque la mayor ventaja del rock y otras músicas populares es que están hechas para vivirlas en movimiento”, explica.
El reguetón surge en los barrios más pobres de Panamá y Puerto Rico como expresión de los desposeídos, que reclaman disfrutar al máximo de sus cuerpos, la única posesión que nadie puede arrebatares del todo
Durante esos días. también en la red social social Twitter, atacaba al reguetón el cantante Guille Mostaza, artista indie conocido por su grupo Ellos. “Pero cómo no va a triunfar el reguetón si es una música absolutamente a favor del sistema. Es perfecto: la mano derecha del capitalismo más extremo disfrazado de música auténtica, música del pueblo. Perrear con colgante de Gucci que ha costado dos años de trabajo en Telepizza”, escribía. Por supuesto, tiene parte de razón, ya que toda música que triunfa globalmente termina adaptándose a los valores y símbolos del mercado. La realidad, en cambio, nos dice que el perreo surgió totalmente contra el sistema, por ejemplo desafiando la hegemonía anglosajona en la música popular, hoy muy disputada por las canciones en nuestro idioma.
Pero cómo no va a triunfar el reguetón si es una música absolutamente a favor del sistema. Es perfecto: la mano derecha del capitalismo más extremo disfrazado de música auténtica, música del pueblo. Perrear con colgante de Gucci que ha costado dos años de trabajo en Telepizza.
— GUILLE MOSTAZA (@GuilleMostaza) July 15, 2020
Más importante todavía: el reguetón surge en los barrios más pobres de Panamá y Puerto Rico como expresión de los desposeídos, que reclaman disfrutar al máximo de sus cuerpos, la única posesión que nadie puede arrebatares del todo. Por eso Bad Bunny, un antiguo reponedor de supermercado, es el icono perfecto de una juventud latina que no se resigna al papel de camarero, mensajero o bailarina sexy que hace décadas les tienen asignado el imaginario yanqui. Enhorabuena al señor Martínez Ocasio por sus canciones y por su merecido premio.
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