Por suerte para la sociedad occidental, la cultura de la cancelación va perdiendo fuste. Los libros no sólo siguen siendo un bastión ante la tentación totalitaria: ahora es incluso un buen negocio editorial sacar textos que giren en torno a este tema. Buen signo de que la salud de nuestra democracia no es tan precaria como en la mayoría de ocasiones nos puede parecer.
¿Por qué es recomendable leer Los peligros de la moralidad (Deusto), de Pablo Malo? Por la novedad del enfoque. El autor es psiquiatra evolucionista, con una larga carrera profesional a sus espaldas. El evolucionismo -en este área del saber- sostiene que la moralidad es básicamente un mecanismo más de supervivencia de la especie. Y, como todo mecanismo, puede acabar volviéndose contra nosotros mismos.
Al margen de las discrepancias que el lector pueda tener con los puntos de partida del autor, conocer sus propuestas lo familiarizarán con conceptos tan interesantes como los del mito del mal puro, el encasillamiento moral, las mentiras como señal de lealtad, el tribalismo moral o la autodomesticación humana. Vozpópuli tuvo oportunidad de entrevistarle.
Pregunta: Lo primero que pensé del ensayo, atendiendo sólo al título, fue que puede incurrir en cierta contradicción: nos advierte de los peligros de la moralidad, pero este mismo consejo es moral.
Respuesta: Esa crítica tendría sentido si yo propusiera que hay que abolir la moral, o presumiera de no utilizarla, pero creo que no es el caso. Cito a los abolicionistas de la moral, pero lo que propongo es minimizar el lado negativo de la moral y aprovechar el bueno. No digo que tengamos que dejar de ser morales sino que hay que tener cuidado con la moral. Pretender abolir la moralidad -por lo menos en esta etapa de nuestra evolución cultural- me parece tan posible como intentar abolir la sexualidad o la envidia.
Por otro lado, las palabras malo y bueno no siempre se refieren a la moral. Si digo que comer mucho azúcar es malo para la salud, eso en principio no es una afirmación moral. Tampoco lo es afirmar que echar gasoil a un coche de gasolina es mal. No lo sería incluso decir que la moralidad puede llevar al colapso del sistema democrático. Con esta última frase simplemente señalaría que una institución o sistema no funcionaría como está diseñada para hacerlo. Tampoco es moral informar de un peligro. Decir que es peligroso hacer selfies en la orilla de un precipicio tampoco es una afirmación moral.
Nuestra guerra civil podría verse como religiosa entre una derecha católica y unas nuevas religiones seculares como el socialismo y el comunismo
P: ¿Qué estructuras morales te interesan?
R: Yo me muevo dentro del marco moral admitido y dentro de los conceptos habituales de bien y mal, creo que eso es cierto. Cualquier otra cosa me parece muy difícil o inviable por ahora. Si llevamos siglos intentando hacernos ateos de Dios (vivir sin Dios) y la cosa va de aquella manera, va a ser por lo menos igual de difícil, o más, hacernos ateos de la moralidad e intentar vivir sin moralidad.
Estamos al principio de un camino y no al final y el libro no pretende llegar tan lejos sino hacer una llamada de atención, señalar un peligro para nuestros intereses y para la convivencia. Igual el próximo libro se titula La moral ha muerto, todo esta permitido.
P: Señalas la democracia como un bien, pero se te podría decir que España no sufrió los estragos de las guerras de religión que hubo en el resto de Europa porque se permitía sólo una. Fue justo la censura a posiciones religiosas las que aseguraron paz.
R: Bueno, para empezar, la afirmación de que España no sufrió los estragos de las guerras de religión no me parece que es muy ajustada históricamente. Las guerras de religión de Europa, como la de los 80 años, fueron entre el Imperio Español y los protestantes porque el Imperio Español hizo todo lo posible no solo por divulgar la fe católica, apostólica y romana en las Indias, sino por acabar con la herejía protestante en Europa, que se alzaba precisamente contra el papado, y por ello hizo un enorme esfuerzo poniendo todos los medios humanos y materiales a su alcance, hasta el punto que llevó al Estado español a la bancarrota en más de una ocasión, por la financiación de las guerras de religión y al hundimiento económico.
En cuanto a que la censura, o los Ministerios de la Verdad, o las dictaduras, o los totalitarismos, puedan ser buenos y paternalistas, la historia no nos da muy buenos ejemplos. Para censurar e imponer tienes que tener poder y -como suele decirse- el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Una vez que alguien tiene tanto poder no está garantizado, y no ha ocurrido generalmente así a lo largo de la historia, que lo utilice para el bien de los ciudadanos sino para el bien de ellos mismos.
La coerción y la opresión generan frustración y miseria. En el fondo, tu pregunta remite al eterno problema de elegir entre seguridad y libertad. Decía Milton Friedman: "Una sociedad que antepone la igualdad -en el sentido de igualdad de resultados- a la libertad, acabará sin igualdad y sin libertad. El uso de la fuerza para lograr la igualdad destruirá la libertad, y la fuerza, introducida con buenos propósitos, acabará en manos de personas que la utilizan para promover sus propios intereses”. Lo que dice sobre el dilema igualdad/libertad creo que es aplicable al dilema seguridad/libertad.
P: ¿Nunca va a funcionar el autoritarismo benevolente?
R: Imaginemos que existiera una dictadura “buena”, que nos censurara por nuestro bien y nos dijera lo que podemos o no podemos pensar, ¿se acercaría al ideal de felicidad de Aristóteles? En un mundo así igual habría paz y seguridad ciudadana pero tal vez no la felicidad que tú decías, en el sentido de eudaimonia o de una vida de florecimiento o con sentido.
Imagina un totalitarismo tipo Un mundo feliz, de Aldous Huxley, donde a la gente le das soma o alguna droga que les hace sentirse felices. ¿Un mundo donde la gente se siente feliz y sin sufrimiento -aunque esté explotada y oprimida- sería un mundo moralmente mejor que otro donde haya libertad pero la gente sufra? No lo sé, la experiencia del último siglo sin ir más lejos indica claramente que las democracias han llevado a una mayor felicidad personal para las personas que los totalitarismos.
En un plano más especulativo, también podría alguien decir que tuvimos una tremenda guerra civil en el siglo XX y que tal vez esa guerra es heredera, por lo menos en parte, de imposiciones religiosas anteriores. Las decisiones políticas, religiosas e ideológicas tienen consecuencias a largo plazo. Esa guerra civil (y las guerras carlistas del siglo anterior) podría verse en muchos sentidos como religiosa entre una derecha católica y unas nuevas religiones seculares como son el socialismo y el comunismo.
No veo de recibo que una empresa te dé clases de valores para nada. A la empresa uno ya va moralizado de casa
P: En el libro adviertes del peligro que entraña creerse poseedor de la verdad (o verdades). Lo que no veo tan clara es tu propuesta de reducir al máximo la moral al ámbito privado. Justo esta solución fue la que ofreció el mundo tras la II Guerra Mundial y a lo largo de la Guerra fría. Y del “haz el amor y no la guerra” y del “prohibido prohibir” de Mayo del 68 ha surgido todo el movimiento 'woke'.
R: Yo más bien creo que la situación actual viene de otros lemas también de aquella época (1969) como el de “lo personal es político” y que hay que volver a reivindicar que lo personal es lo personal y lo político es lo político y que no se nos metan los políticos (y sus ideologías morales) ni en nuestras cocinas, dormitorios ni baños.
Pero de mis lecturas sobre este tema me convence la interpretación de que lo que estamos viviendo es un fenómeno religioso y que se debe a la pérdida de fuerza de la religión tradicional. Me refiero a la protestante en EEUU, que es lo que ha generado todo el fenómeno woke, y la católica aquí que va a favorecer que nos contagien con esta nueva religión o no, está por ver.
Cuando ves a los senadores de EE.UU de rodillas, cuando ves que en empresas como Coca-Cola o ATT se dan cursos de Teoría Crítica de la Raza o cuando ves que ahora los jugadores antes de los partidos se arrodillan, me parece bastante claro que no hemos sacado a la religión de la vida pública. Todo esto recuerda a doctrinas de la Iglesia Católica, a la Formación del Espíritu Nacional y a cosas de otras épocas a las que no debemos volver.
P. ¿Cómo se detiene ese proceso?
R: Yo no veo de recibo que una empresa te dé clases de valores para nada. A la empresa uno ya va moralizado de casa. Me puede exigir, como a todo ciudadano, el respeto de la ley y si alguien la quebranta que se enfrente a la policía y la justicia, pero no deben meterse en mi cabeza para decirme lo que debo pensar o cuáles tienen que ser mis creencias. Eso me corresponde a mí, mi familia, mi iglesia -si la tengo- o mis lecturas filosóficas.
Creo que debemos insistir en sacar la moral (en forma de religiones tradicionales o de nuevas religiones seculares) de la vida pública. Es muy difícil porque –como digo en el libro- nuestra naturaleza moral va a buscar siempre unos cauces por los que expresarse ya que necesitamos sentir que somos buenos y señalarlo a los demás. Pero hay que seguir intentando hacernos ateos de la moralidad. Hasta que Pfizer no saque la vacuna contra el tribalismo no nos queda otra.
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