Incluso sin abrirlos, los libros de Marta Sanz hieren. Nada que salga de su pluma es inofensivo. Escribir para ella es una forma de abrirse en canal. Ya sea en el género policiaco, el ensayo o la poesía, busca una cosa: dar nombre y sitio al malestar. Abre la cicatriz que todos llevamos dentro. Quién mejor que ella para buscar nuevas definiciones del mundo que se nos echa encima.
Si ya en Lección de anatomía (2009) la escritora auscultaba sus heridas cual doctora Tulp de sí misma, en Clavícula (publicado en 2017 por Anagrama) ni siquiera usó los instrumentos de la ficción. En aquellas páginas escribió con la cara descubierta. Es el más autobiográfico y militante de sus libros, porque en él carga contra la retórica de la resiliencia, defiende el derecho a no soportar el propio dolor y por tanto a quejarse.
Como sólo los libros buenos saben hacerlo, en ese Marta Sanz reivindica el derecho a ser frágil. A temer y desvariar. Porque el dolor casi siempre es incomprendido y renuente a las ayudas. El temor ante una molestia puntual abre la puerta a sus propios demonios. Se autorretrata fuera del espacio de la vanidad, al mismo tiempo que ofrece un fotografía de los tiempos que le ha tocado vivir.
Las razones sobran para pedirle una nueva definición. ¿Cuál? Pues la de la palabra cicatriz, un sustantivo que se abre en nosotros en estos días de confinamiento e incertidumbre. Generosa, Marta ofrece a los lectores de Vozpopuli su definición de lo que de ahora en adelante será el costurón de la angustia, una vez que todo esto pase.
CICATRIZ
Ya no es el rastro de sutura, más o menos estético, de una cesárea. No es el costurón que ha quedado en la mejilla tras la velocidad de un filo de navaja contra la carne. Desde 2020, cicatriz es un álbum: imagen de los muertos sobre la pista de un palacio de hielo; un ser humano que muere a solas con su respirador. Todo lo que no podremos borrar.
LITERATURA
Conversación que se entabla a una distancia muy superior a los dos metros y, sin embargo, golpea los flancos y penetra por debajo de la piel. Su lengua toca mi campanilla.
NOVELA
Más allá de 2020, seguirá siendo una caja. La caja de Pandora que guarda enfermedades, curas, diagnósticos. Las leeremos -las cajas, las novelas- con guantes porque aún nos gustará sostenerlas entre las manos. Mirar dentro. Inquietarnos al descubrir la luz oscura del fondo de la caja. Después de abrirlas -las cajas, las novelas-, nos lavaremos las manos durante un minuto bajo el agua del grifo. Será la única forma de evitar el contagio.
Premio Anagrama, Marta Sanz acaba de publicar pequeñas mujeres rojas, una novela con la que pretende cerrar la trilogía del detective Arturo Zarco y lo hace a partir de los distintos relatos que articulan la memoria, una novela negra en la que Sanz retoma la vocación política que ya estaba presente en Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás. Esta nueva entrega de ficción de la escritora está disponible en www.anagrada-ed.es
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