Cultura

La paradoja de las tetas de Amaral

Ni veinte entrevistas hubieran logrado poner de nuevo en órbita la marca Amaral, y el anuncio de su nuevo disco, del mismo modo que lo ha conseguido el inteligente despelote

Ni muy pequeñas ni grandes, bien moldeadas, todavía firmes, aunque apuntando una lógica tendencia a la gravidez. Sí, las tetas de Eva, la cantante del dúo Amaral, pueden considerarse hermosas. De una belleza humanamente mortal, no comparable a una top model en plenitud, pero gratas a la vista. Podemos decirlo porque Amaral decidió socializar sus pechos el pasado sábado en el festival Sonorama, en Burgos. Y debemos hacerlo porque, aunque han abundado las muestras de apoyo a la cantante, han escaseado los piropos. Y eso es desconcertante.

Amaral decidió presentar su topless sobre el escenario como un gesto de protesta, con lo que politizó su cuerpo y, al tiempo, pretendió des sexualizarlo. No por casualidad cantaba su tema "Revolución" mientras sus senos ondeaban al viento agitados por esos movimientos de brazo convulsivos y dinámicos tan suyos. Sus seguidores y afines han captado el mensaje y, por eso mismo, eluden decir nada sobre los pechos de la cantante, en una forma de pudor inverso llamativa, pero que no debería sorprendernos.  

Las nuevas doctrinas de la corrección política dictan que Eva tiene derecho a quedarse en tetas si así lo desea -esa es su libertad- pero, paradójicamente, los demás no debemos prestar demasiada atención, so riesgo de atentar contra su libertad sexual. Puedes fijarte, pero poco. Nada de deleitarse en exceso. Hay que mirar las tetas de Amaral como al descuido, como sin darles demasiada importancia. En realidad, se nos sugiere que debemos ver el ‘gesto’, pero no prestar demasiada atención a los pechos (o reservarla para los pensamientos privados), pese a estar ambos tan inevitablemente unidos.  No es fácil de entender, lo sé, pero son las cosas del feminismo y de su tendencia a poner en jaque cualquier forma de naturalidad.  Si hubiéramos escuchado algún “Olé tus tetas” seguramente nos hubiéramos sentido de vuelta a un mundo más espontáneo, de carne y hueso, y menos poblado por burócratas de la moral.

Hay algo en lo ocurrido que recuerda la historia de Lady Godiva, pero trastocada. Como saben, Lady Godiva es un personaje real rodeado de un halo legendario. Nos interesa del relato de su vida la parte en la que ella acepta humillarse públicamente, recorriendo desnuda y a caballo las calles de su municipio, Coventry, en demanda de justicia fiscal para sus súbditos. Los relatos cuentan que era una mujer tan querida y apreciada que los vecinos cerraron puertas y ventanas y se negaron a ver su desnudez, de modo que ninguna mirada mancilló su cuerpo.

Esta historia medieval inglesa transcurre, como es fácil entender, en tiempos donde existía un marcado sentido del pudor, especialmente en relación con la mujer. Podríamos pensar que esto ya no es así, o que, si lo es, es justamente contra eso contra lo que se rebela Amaral, pero parece que no. Que el pudor persiste entre nosotros, aunque adquiera nuevas formas. Eva se nos presenta como una nueva Godiva dispuesta a ‘poner su cuerpo’ por la libertad de la mujer, pero sus seguidores, castamente, miran sin ver, y hacen como que no han visto nada.

Esta es la verdadera novedad, me parece, del gesto de Amaral, que, por lo demás, no es tan distinto de los que las Femen llevan ejecutando durante años. Y esa novedad pasa, en realidad, por la pérdida de la dimensión lúdica, disfrutable, sensual, del pecho femenino, que pierde su encanto al convertirse en pancarta.

Nada que ver, por cierto, con esa reivindicación gozosa de la desnudez que algunas mujeres protagonizaron en los años del destape. Me viene a la memoria la célebre foto de Susana Estrada con un pecho al aire al lado del alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, en los tiempos de la movida. Estrada luce la belleza provocadora de su pecho desnudo y el edil no puede evitar mirarlo discretamente, con ojos disfrutones, lo que hoy sería objeto de críticas y reproches casi con total seguridad.

Eva se nos presenta como una nueva Godiva dispuesta a ‘poner su cuerpo’ por la libertad de la mujer

Como tampoco tiene nada que ver con los desnudos de Victoria Vera, cargados de una bella y elegante sensualidad: O los de tantas otras musas de aquellos años que decidieron tomar las riendas de sus cuerpos en un gesto de rebeldía que entonces tenía algún sentido, porque veníamos de una época en la que se medía la longitud de las faldas en televisión. No está claro que un episodio aislado, difícil de entender, como el que padeció Rocío Sánchez -que vio como una autoridad municipal estricta le obligaba a taparse los pechos en el escenario- dé como para alentar una nueva mitología de la liberación sexual. Sobre todo, cuando tenemos tanto empeño en separar el cuerpo del sexo.

Cuestión aparte es que el gesto reivindicativo ha resultado ser extraordinario desde el punto de vista del márquetin y la promoción. Ni veinte entrevistas hubieran logrado poner de nuevo en órbita la marca Amaral, y el anuncio de su nuevo disco, del mismo modo que lo ha conseguido el inteligente despelote.

Hacía mucho tiempo que no se hablaba tanto de Amaral, y ni siquiera el 25 aniversario de su primer disco estaba dando pie a ello. Hacía falta un aldabonazo y debía ser, al tiempo, llamativo y político, porque las secciones de cultura de los medios, con excepciones, cada vez más prestan atención sólo a lo que puede situarse, de un modo u otro, en el combate cultural o ideológico. El destape reivindicativo feminista era una opción perfecta. Y los resultados, a la vista están. Lamentablemente, esta estrategia tiene un coste: al poner el acto y el discurso por delante de la música, ésta queda relegada a un segundo lugar. Y, hasta ahora, teníamos la sensación de que en Amaral siempre había ido por delante.

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