¿Eres paranoico? Escuchar semejante pregunta puede suscitar diferentes reacciones. Risas, si lo pregunta un reportero loco con pintas de trabajar para un programa de humor. Enojo, si es una respuesta esquiva de tu pareja a preguntas legítimas, sobre todo si parece ser una reformulación de otra pregunta: “¿A quién vas a creer? ¿A mí o a tus propios ojos?”. También puede generar miedo. Miedo e inseguridad. Especialmente si te lo pregunta un médico. Más todavía si lo hace dentro de una institución psiquiátrica. ¿Cómo defender la propia cordura en ese contexto? Si te encuentras ahí, por algo será.
Éste es el hilo conductor de Los renglones torcidos de Dios (2022), la recién estrenada película de Oriol Paulo protagonizada por Bárbara Lennie y basada en la novela homónima (1979) de Torcuato Luca de Tena. Alice Gould (Lennie) ingresa en un psiquiátrico, aparentemente por sufrir un trastorno paranoide. Esto, sin embargo, es sólo la excusa que utiliza la protagonista para lograr introducirse en el hospital e investigar desde dentro un asesinato allí cometido. Para eso obtiene una orden de ingreso falsa, algo que sólo ella y el médico que la redacta conocen. A partir de ahí se produce un periplo de giros y sorpresas inesperadas, propias de la querencia del director hacia este tipo de narrativa audiovisual (recordemos la serie “El inocente” o las películas “Contratiempo” y “El cuerpo”). La película mantiene en vilo al espectador hasta el final de la película: ¿Es Alice Gould una enferma psiquiátrica o víctima de una conspiración de su marido para anularla legalmente?
Oriol Paulo realiza una buena combinación entre cine negro y el llamado “cine de manicomio”, como Alguien voló sobre el nido del cuco (1973) o American Horror Story: Asylum (2012). Es inevitable establecer paralelismos entre Shutter Island (2010), de Martin Scorsese, protagonizada por Leonardo Di Caprio, aunque sólo sea porque ambas beben de una novela previa. En el caso del film español se mantiene bastante fiel al original, con algunas omisiones relevantes que, sin embargo, no le restan lógica y coherencia a la película.
Más allá de las enfermedades que son un claro producto de alteraciones químicas y fisiológicas en el cerebro, como lo pueden ser el trastorno obsesivo-compulsivo o el trastorno bipolar, la psiquiatría es una de las especialidades médicas más resbaladizas que podemos encontrarnos. Si se encontrara usted en la situación de la protagonista de la historia, ¿cómo demostraría su cordura? Complicado, si ha perdido la confianza de quienes deben escucharle y darle credibilidad. También ocurre lo contrario, es algo que estamos observando con el fenómeno de la transexualidad: ¿qué significa exactamente “me siento de tal sexo”? ¿Cuándo dar pábulo a ciertas sensaciones y cuándo optar por no alentarlas? La sensación y la autopercepción es de lo más resbaladizo que existe. Podemos llevar el tema a otra situación menos escabrosa, a los dolores físicos: hay quien tiene el umbral del dolor muy alto y, en el otro rango del espectro, tenemos a Neymar. Calibrar hasta qué punto creer a un paciente debe de ser una de las tareas más complicadas de los médicos, al menos para ciertas especialidades.
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos al hablar de cordura y racionalidad es que la realidad sobre la que predicamos es inasible en su toda su magnitud
Platón o Van Gogh en el diván
Hasta aquí el plano psicológico pero, ¿y el social? Somos seres sociales o, mejor dicho, zoon politikon, animales políticos, que diría Aristóteles. Nos conformamos por y en la polis, en la ciudad. Y la comunidad política y social puede enfermar también de gravedad. Fábulas como la de “El rey está desnudo” ya nos previenen contra esto y, aun así, caemos en la histeria de grupo con frecuencia. No es necesario recurrir al manido ejemplo del Holocausto, basta con recordar la policía de los balcones durante el confinamiento de 2020, la cultura de la cancelación o, en general, el síndrome de Estocolmo que tenemos los españoles con los movimientos independentistas. En general, el pensamiento libre -y su correlato en la libertad de expresión- se vende caro y la sabiduría popular nos recuerda aquello de “cuando no se dice lo que se piensa, se acaba pensando lo que se dice”.
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos al hablar de cordura y racionalidad es que la realidad sobre la que predicamos es inasible en su toda su magnitud, por lo que necesariamente ninguna voz puede alzarse como la única válida en su totalidad. Lo que sí es cierto es que hay mentes más preclaras que otras y -precisa o irónicamente, que el lector escoja- algunas de ellas acaban tendiendo a estados de ánimo o formas de ser que la psiquiatría actual califica como anormales. ¿Se imaginan a Platón en el psicólogo? “Autopercepción de sí mismo excesivamente elevada, con tendencia a la tiranía: apoya la idea de una dictadura encabezada por gente como él”. Entraríamos aquí en el debate sobre si la excepcionalidad debería ser corregida cuando ésta vuelve infeliz al que la padece: ¿qué valoramos más, La noche estrellada o que Van Gogh hubiera podido vivir apaciblemente? ¿Habrían puesto bajo medicación y tratamiento al afamado pintor?
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