Cultura

'Parthenope': Sorrentino convierte a Nápoles en una mujer joven, exuberante y misteriosa

Esta película narra la vida de Parthenope, una mujer que es bautizada con el nombre de una sirena de la mitología griega que da nombre a una ciudad italiana

No es nueva la fascinación que siente Paolo Sorrentino por la juventud y la belleza, y podría afirmarse que todas sus películas y series, sin excepción, abordan en mayor o menor medida estas obsesiones, pero quizás la cinta que se acerca de la forma más visceral es la reciente Parthenope, un drama ambientado en su ciudad natal, Nápoles, que compitió en la pasada edición del Festival de Cannes y que se acaba de estrenar en los cines españoles. Llega a las salas sin unanimidad por parte de la crítica, pero con cierta pasión entre quienes la defienden porque en esta ocasión el sentimiento y las sensaciones que despierta Sorrentino con su cine están más presentes que la lógica, el orden y la planificación narrativa. 

Esta película narra la vida, desde su nacimiento hasta su jubilación, de Parthenope, una mujer que es bautizada con el nombre de una sirena de la mitología griega, que a su vez sirvió para referirse a una ciudad situada en el lugar donde más tarde se asentó Nápoles. A través de su existencia se presenta un triángulo sentimental e incestuoso, con las pasiones, las dudas y los anhelos que conlleva. Además, refleja la lujuria que despierta entre todos los hombres que la ven pasar. Objeto deseado y deseante, nadie en esta ficción puede evitar el magnetismo de su belleza ni tampoco el poder de la juventud, que Sorrentino filma con exageración y exuberancia, en una sublimación sin límites del atractivo innegable de la actriz protagonista, Celeste Dalla Porta.

Es en este punto de partida -la fascinación por la belleza femenina y el misterio de la juventud efímera- donde Sorrentino parece navegar con seguridad y aplomo, invitando al espectador a contemplar la mirada lasciva y penetrante del deseo más profundo, y cómo esta visión masculina modela el misterio de la mujer en la que proyecta sus ensoñaciones. A partir de esta primera parte, el director de La gran belleza (2013) divaga en las emociones y en la oscuridad que emana de su protagonista, pero también en la manera en la que lidia con los dilemas de su vida (la muerte, la culpa o el sexo) y con los interrogantes intelectuales de los estudios de antropología en los que está inmersa. ¿En qué está pensando?, se preguntan todos en este filme. 

En esta segunda parte (que se extiende durante hora y media) solo existen dos posibilidades: entregarse con fe ciega al planteamiento a veces arbitrario y otras impulsivo del director o bien desentenderse por completo. La belleza desorbitada con la que diseña cada plano no deja más remedio que caer rendido, incluso a pesar de reconocer que esta película no fluye como podría hacerlo, y que hay en Parthenope una búsqueda autobiográfica demasiado presente que llega incluso a empalagar con referencias a la ciudad que le vio nacer. 

Carta de amor a Nápoles

Es esta una carta de amor a Nápoles, ciudad en la que creció durante esa parte de la vida -la infancia y la adolescencia- en la que sucede lo edificante. Si bien estos primeros años quedaron plasmados en Fue la mano de Dios (2021), una tragedia que acercaba al espectador el origen de su faceta como cineasta, en esta ocasión se centra en el autodescubrimiento a través de numerosas comparaciones con su ciudad, un lugar que encierra las contradicciones entre la belleza y la muerte, que le sirven para conocerse a sí mismo y, de paso, contárselo al mundo entero. 

No faltan aquí las referencias que han trufado su cine, todas y cada una de ellas: la Iglesia, el deseo, Nápoles, el fútbol -o, más bien, la devoción y el fervor de quien podría dar la vida por su equipo y lo canta desde las entrañas-, Fellini, las mujeres jóvenes, la voluptuosidad del cuerpo femenino, la maternidad frustrada, la entrega ilimitada del padre, los problemas para aceptar el paso del tiempo y el amor. 

A lo largo de la película, y también en su final, abrupto, críptico y algo ensimismado, plantea que madurar consiste en hacer las preguntas adecuadas y no tanto en responderlas, una reflexión que conecta con su misión como cineasta y con su visión artística de la realidad. Tampoco Parthenope pretende ofrecer respuestas, pero uno llega a perderse entre las insinuaciones y el misterio, entre lo posible o lo obvio, y la belleza ilimitada del Mediterráneo y de Parthenope llegan a ser insuficientes. 

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