Una mujer coloca una maceta en su ventana justo el día en que ETA anuncia el fin de su actividad terrorista. La mujer se llama Bittori. Ahora que "esos" no matarán más, volverá al pueblo, dice al ir a visitar la tumba de su marido, asesinado a disparos por la banda unos años atrás. Da igual que él no pueda oírla; ante su tumba, Bittori insiste. Es su pueblo, su casa. Ahora que puede, volverá. Un geranio rojo en la ventana del piso cerrado durante años anuncia su regreso. Nunca una maceta fue más clara. Así comienza Patria (Tusquets), la novela de Fernando Aramburu que en estos días ha recibido el Premio Nacional de Narrativa.
Patria. Vaya palabra compleja. Es difícil pronunciarla sin abrir heridas, sin levantar fantasmas o suspiros. Pero ahí está. Es el libro que va de boca en boca desde su publicación en septiembre de 2016. Tenemos más de un año reunidos alrededor de un libro, y no cualquiera. En sus páginas, Fernando Aramburu cuenta la vida de dos familias de Guipúzcoa separadas por la enorme grieta que ETA ocasionó en sus vidas. Una novela compleja, incómoda, un espejo en el que algunos lectores dicen no sentirse reflejados y en el que otros, sencillamente, preferirían no verse retratados. Se dice, a veces con cierta acritud, que se ha erigido como canon literario para armar un relato. Que no es el único. Que hay muchos más. Y menos mal que es así.
En días como estos donde hasta los paños de la bandera separan, Patria ha conseguido congregar a todos alrededor del hecho lector. Levanta en sus páginas el derecho a leer y disentir. A jalonar con palabras un forcejeo que antes acababa a tiros... en la nuca. Se escribe para proponer preguntas, para colocar signos de interrogación donde antes atronaban las exclamaciones. El valor ciudadano de la escritura como camino hacia un lugar mas amplio. En día donde enunciar un territorio común supone electrocutarse, esta novela insiste en congregar, reunir. Aunque sea para no estar de acuerdo. En días como estos, un libro. Patria, pues.
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