A los 14 ya había leído Crimen y castigo, de Dostoievski; Los falsificadores de moneda, de André Gide, y La mente humana, de Karl Augustus Menninger, un autor que marcó su obra. A los 24 publicó su primer relato en Harper´s Bazaar y dos años después su primera novela: Extraños en un tren, adaptada en 1951 por Alfred Hitchcock. Es ella: Patricia Highsmith (1921-1995), indispensable, inconfundible, oscura como sus personajes y brillante como una daga. Nacida un 19 de enero de 1921, sus personajes hoy arrancarían grititos de espanto a quienes pretendan leerla en clave moral o reivindicativa. Cuenta lo más oscuro, se vale de personajes que sujetan al lector por la fuerza con la que están escritos.
Las criaturas de Highsmith son extrañas. Desde los dos desconocidos que encuentran a bordo de un tren: Bruno, un alcohólico y homosexual con problemas edípicos, que desea matar a su padre y Guy, un ambicioso campeón de tenis que quiere asesinar a su mujer hasta Tom Ripley, un tímido joven neoyorquino quien, tras acceder a la petición que le hace un multimillonario para convenza a su hijo Dickie -que está viviendo una bohemia dorada en Italia- para que regrese al hogar, experimenta una profunda transformación sostenida en crímenes y asesinatos.
Los elementos esenciales de su universo novelístico se desgranan en el crimen que irrumpe en lo cotidiano y la maldad despojada de cualquier redención. "El mundo de Highsmith carece de desenlaces morales; nada tiene en común con el de sus pares: Hammet y Chandler. Tampoco sus detectives (a veces monstruos de la crueldad como el teniente norteamericano Corby en El cuchillo o criaturas racionales, anodinas y amables como el inspector británico Brockway) tienen nada que ver con los románticos y desilusionados detectives que, según sabemos, acabarán triunfando sobre el mal y asegurándose de que se haga justicia, aun cuando deban enviar a una de sus amantes a la silla eléctrica", escribió Graham Greene de sus relatos.
"El mundo de Highsmith carece de desenlaces morales; nada tiene en común con el de sus pares: Hammet y Chandler
La naturaleza del mal en Highsmith es profundamente más humana y compleja, y de ahí proviene al aliento del suspense, de los hilos que forman la urdimbre de sus criaturas. El crimen puede provenir de la enfermedad o la obsesión, como es el caso de los relatos que forman parte de Once, el primer libro de cuentos, y en el que todas las acciones están impulsadas por algún tipo de compulsión o por un fuerte elemento emocional, como ocurre a los personajes de A merced del viento: a joven viuda preocupada por los peligros de un estanque para su hijo pequeño, o del rico jubilado que se retira al campo y se enfrenta con su vecino, o de una familia rota por el alcohol. En cada caso, la maldad se despliega como parte de una situación elemental, doméstica, individual.
Perfeccionista, ñoña, paridora...
Tanto en sus Pequeños cuentos misóginos, como en otros de sus textos, Highsmith hace uso de la escala doméstica para acrecentar el suspense, de ahí que todo ocurra en un entorno aparentemente confortable e idílico y da un vuelco a las convenciones sobre el carácter femenino, que construye a partir de una serie de tópicos: la perfeccionista, la ñoña, la paridora, la perfecta señorita, "la prostituta autorizada o la esposa", la novelista, la bailarina. Son piezas fulminantes, incluso hasta contraindicadas para los aseados lectores que desean fumigar el mundo de incorrección, y en las que la escritora destripa la naturaleza autodestructiva femenina, la oscura soledad de esos personajes afectivamente contrahechos, capaces también de una crueldad que acaricia lo macabro. Son textos muy breves, de apenas cuatro folios y que sorprenden al lector. Ocurre, por ejemplo, en el relato El ama de casa de clase media, en cuyo desarrollo alcanza críticas mordaces refutadas por desenlaces inesperados y en ocasiones hilarantes, como la lata de judías blanca estrellada en la frente de Pamela Thorpe.
Un bestiario de carmín, hornilla y Prozac... que hoy no sentaría nada bien. Resulta preferible boicotearlo a comprenderlo.
Un bailarín que estrangula a su pareja en pleno número de tango, ante los ojos del público. Margot, esa mujer a la que paraliza por igual convocar una fiesta como hacer calceta, consumida por la obsesión de lo perfecto, lo inmaculado. La evangelizadora Diana Redfern, que recibe una revelación en medio de la lluvia y que terminó subiéndose a una cornisa como su último púlpito. Mujeres solas y rodeadas; desquiciadas y solitarias guardianas de sí mismas; confinadas a una locura que no es del todo suya, pero que con la que igual le prenden fuego a lo que las rodea. Un bestiario de carmín, hornilla y Prozac... que hoy no sentaría nada bien. La pulpa, lo violento, lo incómodo es rechazado. Resulta preferible boicotearlo a comprenderlo. Y Puede que a ella le hicierna pagar ese precio.
En 2015 el sello Círculo de Tiza publicó Suspense. Cómo se escribe una novela de misterio, un ibro que desentraña la arquitectura y el andamiaje detrás de la ficción y en el que Highsmith dice a su esperanzado y novato lector: "Si no eres capaz de entretener, no escribas". En esa sola frase, lo ha dicho todo de su obra: esa máquina inmensa y precisa cuyas piezas jamas escucharemos chirriar.