Cultura

Pedro es Almodóvar y el guapo es Banderas

La trigésimo cuarta gala de los premios del cine español no decepcionó ni bajó el listón con respecto a otros años: fue larga, previsible y ombliguista

Que la gala de los Goya es una sastrería, nadie lo duda. Pocos salen de ahí sin un traje a la medida: desde el ministro Alberto Garzón —que le dio la razón a Marx en aquello de que la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como tuxedo — hasta la pajarita de Pedro Sánchez, a esas horas asfixiado por la foto con Juanma Moreno Bonilla. Considerando que la alfombra roja de los Goya es lo más cerca que estarán alguna vez de la cultura, sería razonable ahorrarse la pedrada. Pero no. Al menos no esta vez. 

La trigésimo cuarta gala de los premios del cine español no decepcionó ni bajó el listón con respecto a otros años: fue larga, previsible y ombliguista. Sus guiños condescendientes a los techos de cristal para las actrices y su elogio a los precarios; tampoco faltaron  especímenes lacrimógenos como James Rhodes ni reclamos para presentadores fracasados de las ediciones anteriores. Una reunión de ofendiditos y ofendiditas, esta vez sin Dani Rovira en tacones.

Silvia Abril y Andreu Buenafuente salvaron los muebles de un guion que arrancó con gracia y devino en somnolencia. La gala empezó entre Pedros, con la advertencia del presentador catalán al presidente de gobierno: "Aquí el presidente es Barroso, Pedro es Almodóvar y el guapo es Banderas". El chiste soltó algunas risas flojas, exceptuando el gesto rocoso de Almodóvar y la sonrisa perpetua de Pedro Sánchez. Poco después apareció Pujol para evitar el gol del bostezo. 

No tiene mucho que celebrar el cine español, este año afeitado de recaudación y espectadores. De los 109.782.568 millones de euros de 2016 a los 94.115.228 de 2019 y de 18.303.198 espectadores de 2016 a 16.050.136 de este año. ¿Quién mató al comendador…? Al sector esta vez no le come la rosca el IVA, ni los presupuestos, tampoco la piratería. La rosca del cine español la ha devorado Netflix, plataforma a la que más de un espectador se pasó durante la noche de este sábado.

Almodóvar presidió, cual faraona, la gala. Lo hizo empotrado en la hornacina de un año que promete ser suyo, y que merece de sobra por su magnífica Dolor y gloria. El manchego no se contuvo y, de Pedro a Pedro, le dedicó una verónica al presidente de Gobierno: "Me han dicho que está por aquí el señor presidente del Gobierno. Quiero decirle que él va a ser el guionista de lo que ocurra los próximos cuatro años", dijo al recoger  el Goya al mejor Guion -y remató con el cabezón a la categoría mejor dirección-. ¡Que Dios reparta suerte y presupuestos!

Si Sánchez consiguió exhumar a Franco, la Academia no lo consiguió con Marisol, cuyo Goya de Honor lo recogieron sus hijas. Eso sí: Eduard Fernández le dio a Millán Astray un Goya, para disgusto de unos cuantos. ¡Mira por dónde!, cuando gobernaba el PP las galas de los Goyas eran como piñatas, cuanto más palo le daban al oscuro monigote monigote de Wert, más se animaba. Sin embargo, este año, cuando tocaba autocrítica, el presidente de la Academia  no mencionó una ley de Mecenazgo en condiciones, tampoco se preguntó por qué la gente prefiere las series de pago a las salas de cine. 

A Penélope Cruz sí que la dejaron, sin razón, en el andén, a Antonio Banderas le izaron una y a Alejandro Amenábar lo silenciaron en favor de un Almodóvar regio. Con justicia o sin ella, la gala de los Goya no decepcionó, ¡qué va! Enhorabuena: persistir en el tedio es un asunto serio, incluida la performance climática y el absoluto desprecio por la paciencia de los espectadores. Si escribes, no aburras, decía Patricia Highsmith. No está de más la frase para los guionistas de esta gala. Los Goya, como el invierno, duran demasiado. 

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