En los últimos tiempos ha prosperado la idea de que España es o bien una ficción ―un concepto discutido y discutible, que dijo Zapatero―, o bien un artificio relativamente reciente: de 1812, en el mejor de los casos; de 1978, en el peor. Sin embargo, hay quienes se resisten a aceptarla: el filósofo Pedro Insua acaba de publicar un ensayo, Cuando España echó a andar (Ariel, 2023), en el que defiende, primero, que nuestra nación es una realidad y no una fantasía y, segundo, que su origen no es ni moderno ni contemporáneo, sino medieval. Vozpópuli conversa con él sobre unos temas que, pese a referirse al pasado, o más bien justo por eso, son estrictamente actuales.
Pregunta. Cuando España echó andar parte de la premisa de que España no es un concepto discutido y discutible, como dijo Zapatero, sino una realidad.
Respuesta. Sí, y más concretamente contra la idea de que España no tenía presencia medieval. España es un producto medieval, como tantos otros. Por muy mala prensa que tenga el Medievo, Europa es un producto suyo, igual que la universidad. Hay muchas cosas buenas que tienen su origen en la Edad Media. España es una de ellas. Lo que pretende este libro es refutar, desde la historiografía, la idea generalizada de que España es un producto moderno y contemporáneo. ¡No! Tiene una raíz medieval.
P. Entonces, no nace ni en 1812 y en 1978.
R. Me desmarco del patriotismo constitucional, en efecto. España es anterior. Y lo que yo trato de desentrañar es cómo nace. Dónde está su origen como grupo gentilicio. Cuándo aparece esa realidad histórica, antropológica, sociológica llamada España.
P. ¿Cuál es la tesis?
R. Mi tesis, la del libro, es que la nación española es un producto bajomedieval. En el Alto Medievo, tras la conquista islámica, aparece España como idea, como proyecto teológico-político, pero no es una realidad nacional ni tan siquiera política. El reino de Asturias no es heredero del reino visigodo. No hay continuidad, tampoco dinástica. Hasta el propio Sánchez Albornoz lo niega. Igual que Besga Marroquín, quizá el más neogoticista de los neogoticistas. Hay una discontinuidad, una cortadura, como dicen los matemáticos.
P. Usted impugna la expresión «España visigoda»; niega que España nazca en tiempos visigóticos.
R. Para determinar el origen de España, uno debe partir de la España actual. ¿Qué es la España actual? ¿Cuáles son sus atributos característicos? Entre otros, quizá el más importante, la lengua. ¿Y cuándo se extiende el español? Si ahora apareciese aquí Recesvinto, no nos podríamos comunicar con él porque hablaba latín. No hay, pues, una continuidad nacional entre los visigodos y nosotros.
P. ¿Y sí la habría con un monarca bajomedieval, en cambio?
R. Con Alfonso X, que hablaba español y lo impulsó, sí podríamos entendernos. La lengua es una pista que debemos seguir. Constando la existencia de una lengua común, podemos constatar también la existencia de una cohesión nacional. Quizá no sea la causa de esa cohesión, cierto, pero sí podemos concebirla como síntoma. Un síntoma que, a su vez, la alimenta: la lengua estrecha los vínculos.
P. Volvamos a los visigodos.
R. La realidad política visigótica es una continuación de la realidad política romana. Es la tesis de Pirrene: los visigodos se instalan en el imperio; no rompen con él. Hay una continuidad con Roma. La Hispania visigoda es la Hispania romana. Es una variación de ella, una degeneración, si se quiere. La estructura permanece. Los visigodos no construyen ciudades y su lengua es, además, el latín. Hay pocas novedades.
P. Cosa distinta es cuando el islam llega a la península.
R. Ahí cambia todo. El reino visigodo se hunde. Es por eso por lo que digo que no tiene entidad histórica actual, que hay una ruptura entre el reino visigodo y lo que viene después. Para responder al islam, se forma un nuevo reino y las gentes que lo habitan, que antes se definían en torno a Roma ―respecto a Roma se decían galaicos, vascones, cántabros, astures―, ahora empiezan a definirse de otra manera. Son las mismas realidades antropológicas, hay una cierta continuidad, pero forman parte de una plataforma política distinta, el reino de Asturias, con respecto a la cual se redefinen.
P. ¿Cómo se redefinen?
R. Empiezan a definirse como gallegos, como vascos, como asturianos, como montañeses. Y se rebelan de vez en cuando contra la autoridad. De hecho, el traslado de la capital de Cangas de Onís a Pravia, de Pravia a San Martín de Aurelio, y de San Martín de Aurelio a Oviedo se debe, básicamente, a la presión de los gallegos.
P. Tienen conflictos entre sí, pero también se van estrechando sus vínculos.
R. Sí. Especialmente en la frontera. Es en la frontera contra el islam donde se va forjando España.
P. Pero todavía no puede hablarse propiamente de España.
R. No hasta la Baja Edad Media, no hasta que se conquista todo el Guadalquivir y el Levante. La incorporación de Castilla Novísima y Murcia es determinante. Recordemos que hay que partir de la realidad española actual.
P. Se deduce de sus palabras la falsedad de los relatos separatistas: los relatos que presentan España como un artificio posterior a otras realidades políticas ―la catalana, la vasca, la gallega― y encaminado a justificar el dominio de Castilla sobre todas ellas.
R. Son relatos más ideológicos que históricos, relatos que se alejan de la verdad, que es con lo que tiene que ver la historia, para hacer ideología o política. Los separatistas no hacen historia. Todo relato histórico debe ser verdadero, debe adecuarse a la realidad de las cosas. Cuando uno pierde de vista eso, termina haciendo otra cosa: ficción, en el mejor de los casos; ideología, en el peor.
P. Hemos hablado de cuándo surgió España, pero no de qué es. ¿Cuál es su esencia?
R. Conviene aclarar aquí que no es unívoca: España se dice de muchas maneras. Pero, bueno, en cualquier caso, tiene una serie de atributos. El primero, tal vez el más evidente, es el idioma castellano. También podemos hablar de los tres elementos que distingue Benedict Anderson en Comunidades imaginadas.
P. ¿Cuáles son?
R. Toda nación tendría un censo, una población. También territorio, un mapa. Uno, además, escrupulosamente delimitado: ¡pocas cosas tan bien delimitadas como el territorio de una nación! Y, por último, un museo, un pasado. ¿Cuán antigua es la nación? ¿Cómo es su pasado? ¿Cuándo empieza su pasado? La esencia, por retomar la pregunta, tiene muchos atributos.
P. ¿Es el cristianismo uno de los atributos de esta esencia? Y voy más allá: ¿puede haber España sin cristianismo?
R. La primera pregunta es fácil: sí, totalmente, el cristianismo es uno de los atributos de la esencia de España.
P. ¿Y la segunda?
R. Habría que empezar por aclarar algunas cosas. El cristianismo es una religión y, en este sentido, habría que distinguir entre lo que el cristiano cree y lo que esa creencia produce. El cristiano cree tener relación con Dios, pero no la tiene porque Dios no existe. Nadie tiene relación con Dios, ni siquiera el cristiano. Él cree tenerla, pero no la tiene. Tiene relación con otras cosas. El cristianismo no es real. Su institucionalización, la Iglesia, sí lo es.
España se ha hecho creyendo en el cristianismo, creyendo en ese imposible que es Dios
P. ¿Adónde quiere llegar?
R. A que esa institucionalización, que implica una serie de ceremonias, de ritos, de normas, de templos, sí afecta esencialmente a España. En este sentido, España vinculada al cristianismo, claro. España se ha hecho creyendo en el cristianismo, creyendo en ese imposible que es Dios. Que Santiago no se apareciese de hecho en la batalla de Clavijo no significa que quienes allí lucharon no creyesen que se aparecía y que eso no los enardeciera. Ahora bien, el historiador no puede partir de la idea de que Santiago apareció realmente o, qué sé yo, de que la Virgen arrojó el manto en Covadonga y las flechas rebotaron. El historiador debe buscar otra explicación.
P. Aún no ha respondido a la pregunta (risas).
R. Desde el punto de vista institucional, hay un vínculo estrechísimo. Lo cual nos hace pensar que, en caso de que desaparezca ese componente cristiano, también desaparecerá España.
P. En el libro sugiere, y esto tiene que ver con el cristianismo, que España no es tanto un territorio como una misión, no tanto una realidad nacional como una imperial (o sobrenacional).
R. España es un afán de desbordar la frontera. Se hace en la frontera, cierto, pero es que esa frontera está constantemente desplazándose. No puede permanecer estática porque hay un enemigo, el islam, al que vencer; no puede quedarse donde está porque tiene que tomar el siguiente río: el Guadiana, el Guadalquivir. Y, tomados éstos, tiene que atravesar los catorce kilómetros del Estrecho de Gibraltar. España es el constante desbordamiento del territorio; es decir, el imperio.
P. Hablando de Gibraltar… Eso es lo que ocurre con Alfonso X: que, ya consolidada la «reconquista» peninsular, España emprende la misión de conquistar lo que hay más allá.
R. Y es entonces cuando se hizo España, en lo que se llamó «Fecho de Allende». Entonces los resultados fueron discretos, apenas hubo expansión. Pero sí la hubo años después, en 1492, cuando, con idéntico espíritu al de Alfonso X, la Corona apadrinó el proyecto de navegar hacia el Occidente para regresar por el Oriente. En esa época, con el descubrimiento y la conquista de América, cuando se forja eso que España significa histórico-universalmente hablando.
P. ¿Es esa vocación imperial algo peculiarmente español? ¿O la comparte con otras naciones europeas?
R. El imperialismo, en tanto que desbordamiento de la frontera, es un fenómeno relativamente común. La Francia napoleónica desborda sus fronteras para difundir el código civil, por ejemplo. Un proyecto que entiende que aquello que está realizando vale para los suyos termina entendiendo, si es generoso, que vale para más allá de las fronteras.
P. El afán universalista.
R. No es España el único sitio en el que se da. Ahora bien, cuando ese afán, o ese carácter imperialista, penetra en España, los resultados son portentosos: la vuelta al mundo, la conquista de América… Los frutos de la España imperial superan los de casi cualquier imperio. La Francia napoleónica, aun siendo muy importante, se derrumba en apenas un parpadeo. Está Rusia, está Estados Unidos, pero tampoco puedes nombrar muchas sociedades políticas más: siete u ocho. No hay muchas más que hayan conseguido desbordar sus fronteras y consolidarse secularmente más allá de ellas.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación