Los griegos llamaban “hibris” (ὕβρις) a ese momento de arrogancia donde un héroe omnipotente ofendía a los dioses e iniciaba así la caída estrepitosa. El documental de Pedro Sánchez, que 'El País' ha comprado quizá bajo insistencia de José Miguel Contreras -el “estafador creativo” de la Sexta-, es uno de los grandes momentos de “hibris” recientes y se debe comparar a otros vómitos de vanidad como el Aznar de la guerra de Irak, el Zapatero que clamaba por el pleno empleo e, incluso, el Sagasta triunfalista que defendió la autonomía cubana poco antes del hundimiento del Maine.
Compuesto de cuatro capítulos estacionales, producido por Secuoya, es un intento bastante fallido de dar empaque de serie de HBO a una presidencia gris de una potencia media tirando a baja. Para evitar cualquier malentendido, así, el contenido está domado, domeñado, por unos editores que han debido de purgar cualquier imagen que perjudicara a Sánchez y diera alas a la oposición. Llegan, incluso, a engañar a cualquier televidente no especialmente agudo y pegan una imagen lacrimógena de refugiados ucranianos en un plano recurso de un televisor apagado a la vera del despacho del líder del PSOE.
Torpeza evidente que pasará desapercibida para el receptor final de este documento: el militante socialdemócrata muy cafetero, pero mucho, que lee a Millás como Borges levantino (oxímoron), se emociona con el jesuita insufrible (pleonasmo) de Gabilondo y solloza con los ripios taberneros de Sabina (cursilería). El resultado final, en realidad, es el testimonio de un hombre solo, obsesionado con su imagen –casi todas sus menciones a los consejeros tienen como anatema a la prensa- y rodeado de “svengalis” solícitos que rozan la esclavitud.
Estos tienen como única obcecación no tanto hacer bien su trabajo, como evitar el despido de un monarca despótico que desconoce la gratitud. El monólogo interior de estos asesores, que le llegan a colocar las hojas desordenadas en el atril en un gran momento “sí, bwana”, se resume en aquella legendaria frase de Amanece, que no es poco: “todos somos contingentes, pero ¡tú eres necesario!”. De hecho, en muchos momentos del documental se filtra un Sánchez implacable cuya actuación con los suyos se asemeja a ese Fernando VII que decidía por azar los consejeros, a decir del gran cronista Mesonero Romanos: “De este modo, y despidiendo a unos por cortos de vista, a otros por largos de manos, a aquel por inepto, a este por demasiado entendido, enviándolos unas veces a tomar aires a ultramar o poniéndoos otros a la sombra en los alcázares o castillos de la Coruña o de Segovia, vino a hacer tal consumo de ministros…”
Esas son las “frutas”, utilicemos el ingenio de Ayuso, que nos permiten conocer a un tipo ofuscado con el poder y que es incapaz desencajar una mandíbula similar a la del villano “Tiburón” de la franquicia James Bond.
Una primavera de pelotas
El final de invierno y el inicio de primavera en 2022 tuvo como grandes temas Ucrania, la cesión en el Sahara y la caída de Pablo Casado. En aquel momento, también, se dio el número de 100.000 muertos por COVID en España en la que puede ser juzgada como una de las peores gestiones de toda Europa. Todos estos temas no fueron bien gestionados por la coalición de partidos que dirigía Pedro Sánchez y están inéditos en el primer capítulo.
Este, que se inicia con la inenarrable voz de Àngels Barceló -la Urdaci del PSOE- es simplemente una presentación del complejo de la Moncloa y sus eficientes profesionales dirigidos por el genio inmarcesible. De hecho, la introducción del episodio es una imagen sintética donde se presenta a Sánchez como tipo aislado en una Moncloa nevada, en algo que recuerda un poco al inicio de Eduardo Manostijeras de Tim Burton. Un hombre inocente, bienintencionado, que busca salir de su cripta de cristal para ganar el corazón de las gentes. “La introducción que hizo llorar a Gemma Nierga”, podría ser un excelente reclamo para el futuro DVD.
Para bajar un poco a ras del suelo, salir de este encantamiento, vemos un desayuno pedestre de Pedro Sánchez y su señora entre una larga disertación del viejo cocinero del complejo. Esta parte ha sido claramente editada y solo queda apenas un intercambio ridículo donde ella pregunta “¿Qué dicen los periódicos hoy?” y el Klemens von Metternich de Ferraz responde con un agudísimo “Todos mucho Finlandia y Suecia, su ingreso en la OTAN”. La señora de Sánchez, entonces, contesta extrañada con un “Madre mía”.
De analizar este vídeo en el pentágono Kissinger habría pulsado el botón rojo ante la evidente cortedad de los pin y pon socialdemócratas. En el detalle de este desayuno coreografiado -propio del ministerio de propaganda de Corea del Norte- está la verdad: la pila de periódicos, que entregó mezclada en la primera escena el quiosquero, está ahora ordenada en plano en perfecto peloteo al PSOE: El País, La Vanguardia delante y la llamada “fachosfera” de El Mundo, La Razón y ABC son los siguientes.
Solo vemos ver, en ese sentido, a Sánchez leer el 'Cinco Días' y a Begoña Gómez coger 'La Vanguardia' por su infame contra. Fijándose un poco, en profundidad de campo, oteamos que ni 'El Mundo' ni 'ABC' han sido abiertos: Sánchez no gusta de traidores. Síntoma final de este almuerzo mañanero pijo progre es el aceite ecológico premium que domina un plano -no se sabe si como publicidad encubierta- y que supera los 25 euros botella.
La siguiente escena es una previa de un consejo de ministros donde entre el festival de humor de chascarrillos malos Yolanda Díaz llega a decir a Iceta con Sánchez delante que el presidente tiene que estar “bien puesto” ya que gana más así “que sufriendo” (un intercambio propio del cine de Martínez Soria). Es probable que Talleyrand se hubiera tirado por la ventana de la Moncloa al ver ese festival de frases hechas y donde el ingenio está ausente ante la repetición ad nauseam de unos tópicos con los cuales el gran caricaturista Pedro Vera ha hecho su fortuna.
Entre tanto compadreo socialista hay una omisión notable que apenas aparece en plano: la ausencia de Irene Montero en cada fotograma demuestra el odio absoluto del PSOE a ella y solo un muy falso “Hola, Irene” de un Sánchez consciente del objetivo salva la papeleta ante la hostilidad general. Poco antes Sánchez, el supuesto salvador de las izquierdas hispanas, dijo la frase más cortesana que uno pueda imaginar: “Me dijo el rey, que precisamente estuve despachando con él…”.
Acabados estos interminables minutos, donde estos “cráneos previlegiados” han agotado todas las frases hechas de ascensor desde tiempos del general (Prim, no Franco), la primavera deviene en una versión heroica de Sánchez como salvador de Ucrania a golpe de telefonazos. Aquí dominan más bien los consejeros, los llamados “sherpas”, que dirigen realmente la Moncloa y que parecen salvar al presidente de unos cuantos lapsus. Uno de los más hilarantes muestra a un muy paciente consejero de economía explicando la subida de luz a Pedro Sánchez con un botijo de Lladró de fondo en una metáfora que increíblemente ha pasado el corte final.
En el final del episodio es cuando nos adentramos en el territorio de Larry David, el cómico de Curb Your Enthusiasm, gracias a la visita de un hierático Sánchez a un centro de refugiados ucranianos. Recordemos, en ese sentido, que el concepto clave del falso documental cómico de David o Ricky Gervais tiene como raíz el malestar entre lo que invocan los personajes y la realidad bochornosa al actuar.
Así, todo se inicia con un Sánchez que afirma que “ha querido romper la imagen” de la Moncloa búnker y “pisar la calle” (minuto 26) que contrasta con su cara de póker ante el drama de los refugiados que le cuentan sus desgracias. Todos ellos alimentados, vía la gracia de la España subsidiada, por un zumo “Don Simón” de 1,95 euros: el dinero se gasta en sus desayunos, que la igualdad tiene un límite. En cualquier sentido es casi imposible, más aún cuando empieza a tocar Sánchez a una refugiada que solloza en un gesto más erótico que tierno, no ver el final de este forzado encuentro coronado con los créditos y la música de Curb Your Enthusiasm.
Para compensar la debacle, Sánchez viaja a Bruselas a propósito de la excepción energética y el tono del documental vira al triunfalismo debido al éxito. El momento más divertido del periplo bruselense es cuando el presidente no es capaz de memorizar dos cifras de porcentaje y sus vasallos, santos en vida, se lo recuerdan (minuto 35). El apoyo de Portugal, inevitable beneficiado por excepción energética ibérica, le daría quizá su único laurel político y que llevó incluso a toda la delegación hispana a aplaudirle en el avión (¿Qué sería de su futuro laboral si no lo hubieran hecho?)
Poco antes, el verdadero Sánchez, el pijo cabrón, se ríe por primera vez en todo el capítulo: lo hace al imitar una voz femenina con tino y crueldad. Antes el Sánchez diplomático, también, declaró a sus allegados una frase propia de Michael Corleone: “el feminismo permanece, Irene Moreno es contingente”. A este Sánchez real todavía le quedaba medio año de fingir.
El estío de la kermés
Si alguien quiere comparar lo que era la vieja y la nueva socialdemocracia solo tiene que ver al Javier Solana superviviente del COVID y su compadreo con media OTAN y un Pedro Sánchez que es apenas un maniquí al cual todos dan la mano con frialdad. El segundo capítulo, en verano, es esencialmente una versión aburrida de la telecomedia The Thick of It donde vemos la preparación del simposio de la alianza atlántica del 29 al 30 de 2022.
El episodio es esencialmente propaganda del funcionariado de seguridad, aunque con algún momento patético como aquel donde “quieren probar la comodidad” de los sillones de Ifema (escena tipo de Armando Iannucci, creador de The Thick of It). Eso sí, las grandes escenas cómicas de este episodio reiterativo los protagoniza siempre Sánchez: su encuentro filmado con Biden solo tiene una frase muy cuñada donde el abuelo norteamericano afirma “tengo miedo de ir a España porque luego mi equipo se quiere quedar para siempre”. La respuesta a este chiste del anciano, bastante gaga en todas sus apariciones -incluyendo un sobeteo en la cintura apenas diplomático a la mujer del presidente-, es una carcajada de Sánchez tan falsa que parece una risa enlatada de un western doblado en los años 50.
Un doblaje, más bien, hubiera sido necesario para un presidente hispano que en todos sus discursos en inglés demuestran que lo que la naturaleza no da, ni la colección completa de audiolibros de Richard Vaughan salva. En efecto, las arengas de Sánchez en el idioma de Shakespeare tienen pronunciación casi experimental, como de sicario de Medellín, y que las hace casi inentendibles. Un ejemplo: “Madrid Summit” lo pronuncia como “Magic Summer” -parece que va a presidir una reunión de imitadores de Harry Potter- y el discurso ante Joe Biden tiene un sonoro “Moncloa Palaz” que parece referirse a una empresa de utensilios del campo sita en Moncloa.
El único momento donde el presidente está en su salsa es en su entrevista con Àngels Barceló -Romeo y Julieta al fin reunidos- donde ella llega a morder sus labios en el minuto 21 ante la tardanza de su muso. Todo se corona con un intercambio propio del programa Hombres, mujeres y viceversa entre ella y él: “presidente, deme más de media hora para hablar con usted”; “será un placer”. Pura sacarina que provocaría diabetes terminal a un hombre lobo gallego.
El resto del capítulo son reuniones aburridas con legaciones de medio pelo, Nueva Zelanda o Australia, donde Sánchez repite las mismas frases y le regalan una camiseta de rugby. El papel evidente de hombre gris ante el estío otanista no deja de resumirse en aquello que sentenció el perro viejo de Pío Baroja a propósito de ser político: “conserje de un casino (…) reverencias hoy a los salchicheros, mañana a un pequeño diplomático”.
Entre tanta vanidad, sin embargo, existe una gran imagen mucho más allá que el teatral encuentro en el museo del Prado: Jens Stoltenberg, exsecretario general noruego de la OTAN, observando en Ifema el cuadro de Juan Genovés El abrazo dedicado a las víctimas comunistas del atentado fascista en Atocha. La transición era, es y será esa imagen.
Del otoño populista al invierno del descontento
Los últimos capítulos del documental presentan tanto un verano feliz de puertas abiertas como los entresijos del ministerio de presidencia. Pocas novedades en el último, muy centrado en subalternos como Bolaños o Díaz, siendo mucho más interesante el delirio bolivariano que es el tercer episodio. Esto es, Sánchez como tipo campechano, sencillo, que es visitado por la plebeyez en una jornada de puertas abiertas en Moncloa.
La cantidad de momentos forzados, de hechos Larry David, se amontona y es casi imposible citarlos todos sin llegar a las 4000 palabras. Lo enternecedor es la devoción de los visitantes a este Palmar de Troya socialista y la mayoría parecen murmurar frases de nivel altísimo como “jo macho, aquí hay nivel” o “este tío explica que te cagas”. Todo se corona con la invitación a ver el jardín donde un Sánchez ácido llega a aclararles: “Mirad hemos hecho un huerto aquí. Bueno, tengo que deciros que no lo hecho yo”.
Esta falsa humildad podría ser representativa de cierta maldad si uno no viera las caras de fervor mariano de los visitantes que tendrán tema en la peluquería para medio año. De hecho, uno supone que si llegaran a ver a Pedro Sánchez dar la orden de encender el regadío lo habrían interpretado como un milagro: por poco menos se han creado religiones en el próximo oriente. A pesar de esta fe socialdemócrata, se nota el desprecio claro de Sánchez a sus ilustres visitantes en una frase suelta que, de nuevo, no debería haber salido de la sala de montaje: “me comentaba antes…cómo te llamas…ah Elisa”.
Sánchez más o menos mantiene el tipo ante este populacho, pero la gran comedia involuntaria pura llega con una frase antológica de pijerío supremo en la cual Begoña Gómez, sus labores, juzga el recinto gubernamental como “un complejo que se te antoja lejano, aislado, no lo tocas como algo próximo”. El verbo “antojar”, desconocido más allá de pijódromos como Moraleja y Mirasierra, es la verdadera línea social, el lenguaje de las elites, entre los Sánchez y sus agrestes visitantes.
Pero, ojo, Begoña Gómez desconoce el más elemental sentido del ridículo y patrocina la instalación de un alcornoque tallado como síntoma del cambio climático en Moncloa. Los agricultores de Soria, el sindicato Presura, le venden la moto a Gómez de su simbolismo pertinaz e incluso le adjudican poderes mágicos. La mujer del presidente, crédula y feliz, decide así colocarlo en los jardines de Moncloa como amuleto infalible convencida quizá que fue en origen un gnomo (recordemos el final de la serie David el gnomo que traumatizó a una generación). Esta talla bien mirada es un genuino horror arborescente, parece un atrezo del filme Anticristo de Lars Von Trier, y el espectador versado en “fantastique” puede llegar pensar que la ruptura de una rama por un jardinero despistado podría eclosionar la vuelta de dioses primigenios sorianos.
Un año con el narciso
Casi más de 150 minutos después de esta pieza sin final, uno se pregunta el porqué de este publirreportaje. Ninguno de los objetivos propuestos, acercar a Sánchez a los votantes u obtener una nueva mayoría socialdemócrata, se alcanzan ante un narcisista de manual que cae inevitablemente muy mal y que vive por y para su triunfo social: es comprensible, entonces, que todas las plataformas digitales de éxito rechazaran emitirlo.
Pero lo tenebroso no es tanto el líder cósmico sin ese en su apogeo ante el espejo, sino todos los escribanos que sostienen el vidrio para que continúe el engaño. A lo largo del documental aparecen Àngels Barceló, Ana Pastor, “Facu” Díaz y Carlos E. Cue en planos sueltos incapaces de decir o afirmar algo contrario al muso. Su aparición no es baladí, como tampoco lo es la de Begoña Gómez como musa del alcornoque tallado; evidente canción de Mocedades que sería un hito “neofolk”.
El mito de narciso, recordemos, acababa con el ahogamiento del joven atrapado por su propia belleza. Todos estos amanuenses, verdaderas “frutas” de un alcornoque regado por subvenciones, son los que han descrito un mar ponzoñoso -con Ábalos como pirata/gangster mayor- como un estanque de aguas cristalinas ausente de cualquier corrupción.
En este Sánchez, ese Eduardo Manostijeras, edifica su palacio de hielo con el blasón “ego” como máxima medieval. Cabe preguntarse si en el ahogo final del adonis, que se vislumbra próximo debido a la corrupción, morirán con él.
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