Un sola chispa puede incendiar la pradera, reza una de las frases más repetidas de Mao Tse-Tung, padre de la Revolución Cultural China. Hablamos de uno de los mayores delirios puritanos del siglo XX, que enfrentó en juicios 'populares' a vecinos contra vecinos y a hijos contra sus padres. La máxima maoísta puede aplicarse a las turbulencias en redes de los últimos días, que comenzaron con una confesión pública de la periodista cultural Sara Brito, donde acusaba de conductas abusivas a su exjefe en el diario 'Público', Peio H. Riaño. Brito no mencionaba a Riaño en su relato, ni quiso conceder entrevistas posteriores a los medios que lo solicitaban, pero un gran número de personas tuvo la certeza de saber de quién hablaba. La sospecha quedó confirmada cuando Riaño suspendió su cuenta en Twitter. El mensaje de la periodista llevaba la etiqueta #SeAcabó, impulsada por las detractoras de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación de Fútbol.
A partir de esta chispa, empezó a crecer el fuego, avivado por los mensajes de apoyo a Brito, que en varios casos añadían experiencias que coincidían con su relato. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia, incluidos quienes negaron ese mismo derecho a otros, apoyando el movimiento MeToo, defendiendo que "no existen las denuncias falsas" y hasta condenando por machismo a los responsables del Museo del Prado. Hablamos de la figura que se ha venido a llamar ‘aliados’, un hombre que ‘está de nuestra parte’, según los códigos del feminismo (aunque casos como este aumenten la desconfianza). En el mensaje de denuncia, Brito explicaba su motivación: “un intento de sacarme un poco una mierda que viví y me hizo sufrir malamente, por el abuso de poder y el maltrato laboral pero también por la omertá de mis compañeros (salvo mis compañeras de sección Paula Corroto e Isa Repiso, que me ayudaron tanto)”, recuerda.
Los sucesos que relata la periodista cultural ocurrieron en el diario Público, cabecera que presume de valores izquierdistas y feministas. Más allá de que un jefe de sección humille a una redactora, por interés sexual o de cualquier otro tipo, la gran pregunta es qué responsabilidad cabe exigir a los directivos de estos medios, que participan en dinámicas de la cancelación 'woke' pero no son capaces de ver los abusos en sus propias redacciones. No debería volver a darse pábulo a personajes como Barbijaputa, canceladora compulsiva escondida bajo seudónimo y que estaba más cerca de un muñeco de la liga de wrestling que del periodismo profesional.
De las muchas historias que se pueden contar sobre Riaño hay una que me parece reveladora de lo disfuncional de su visión del feminismo. Una joven redactora le hizo una entrevista sobre una pintora cuyo trabajo el periodista consideraba marginado por el Museo del Prado. Durante la charla, Riaño insistió en el enfoque machista de la institución pero se mostró incómodo cuando se le preguntaba por los méritos artísticos de la obra pictórica. Posteriormente llamó a la jefa de la periodista para regañarla por contratar a redactoras no suficientemente feministas. La igualdad de género usada como arma contra las mujeres que te hacen preguntas que no encajan en tu relato justiciero.
Presunción de inocencia o barbarie
Es relevante recordar el hecho de que gran parte de estos debates ni siquiera acontecen en público, sino en listas privadas de whatsapp y llamadas telefónicas. El miércoles por la mañana hablé con la escritora Lucía Etxebarría para preguntarle por un mensaje que había compartido en redes, al hilo del caso Riaño. Denunciaba las actitudes abusivas de un hombre a quien apodaba Juntaletras, que muchos de sus lectores confundieron con Manuel Jabois y también con Ignacio Escolar (aunque ninguno encajaba con los rasgos del personaje descrito). Encontré a Etxebarría llorosa porque acaba de recibir varias llamadas y mensajes de Escolar pidiendo explicaciones por el texto. El director de los medios que más han hecho bandera de la cultura de la cancelación, acogiendo a verdaderos profesionales de hundir reputaciones ajenas como Riaño o Barbijaputa, protestaba por un tuit donde no aparecía su nombre y cuyo acusado no encajaba en su perfil (el texto de Etxebarría hablaba de alguien con dos hijos de la misma mujer, que no es el caso de Escolar). ¿Es legítimo quejarse por un amago de #MeToo, tan habitual en los medios donde participa? Los periodistas deberíamos tratar las reputaciones ajenas como nos gustaría que se tratase la nuestra.
El poeta Enrique García Máiquez, que escribe un sección mensual de aforismos en Vozpópuli, nos entregó uno ayer que podemos usar en este contexto: “Al victimismo habría que llamarlo vitrinismo”. Las denuncias por abusos en la época actual mezclan el deseo de justicia con dosis -muchas veces, inevitables- de promoción personal y exhibicionismo moral. No faltaron ejemplos en la caída de Riaño, desde el humorista Bob Pop apuntándose a hacer leña del árbol caído hasta la periodista Noemí López Trujillo compartiendo sus desencuentros con Riaño e ilustrando el post de Instagram con fotos sexys (posteriormente borró el mensaje). Lo que suele faltar en estos aquelarres es un debate sobre cómo evitar a partir de ahora actitudes abusivas en las redacciones de nuestros medios (un proceso más aburrido pero también más necesario que un sabroso linchamiento digital).
Por graves que sean los errores personales o profesionales de alguien no se le puede condenar a una muerte laboral porque no somos nadie para decretar algo así
La batalla que se abre ahora puede ser larga. Estos días las acusaciones también han salpicado al periodista de izquierda Manuel Burque y han llevado a algunos tuiteros a repescar y compartir una cruda columna de 2021 sobre el ambiente laboral en La Sexta, firmado por un exempleado. “’¿Y tú? ¿A qué baño vas?’ Cuando escuché por primera vez esta pregunta, no entendí nada. Pensé que debía haber un baño ‘deluxe’, con alicatados de mármol e hilo musical. Pero no: mis compañeras hablaban del mejor baño para ir a llorar. Casi siempre el más alejado de tu sección, para desahogarte sin que te vieran ‘los tuyos’. Pero los ojos enrojecidos te delataban siempre. Por mucho que tardaras en salir”, escribía Óscar Díaz de Liaño en 'El Sextario'.
Esperemos que esta oleada de linchamientos digitales sirva a los directivos progres para bajarse de la ola woke y al feminismo para entender que es probable que sean las redacciones de medios de izquierda las que más necesitan un punto violeta. El silencio de estos días de tantos gurús progresistas cuando se acusa a uno de los suyos no anticipa que vayamos a ver un cambio de rumbo.
Una consideración final: lo peor de la religión ‘woke’ es que estamos ante un sucedáneo del cristianismo al que se le ha extirpado la capacidad de perdón. Haríamos mal en cancelar a Peio H. Riaño o a cualquier perfil similar de la manera en que ellos lo hubieran hecho con nosotros, de haber surgido oportunidad. Una de las lecciones centrales del catolicismo es “odia el pecado, compadece al pecador”. Por graves que sean los errores personales o profesionales de alguien no se le puede condenar a una muerte laboral o a ningún otro tipo de ostracismo porque no somos quienes para decretar algo así.
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