Arturo Pérez-Reverte jamás había abordado frontalmente la guerra civil española en sus novelas. Quizá como telón de fondo o parte de un ambiente, pero jamás de forma directa. Ahora lo ha hecho en Línea de fuego (Alfaguara), una novela que ha llegado a las librerías este 6 de octubre y en cuyas 668 páginas narra la contienda y lo hace como sólo él sabe: en el fango de la trinchera, con el detalle de quien ha visto morir y luchar.
En Línea de fuego el lector sentirá la sed, el miedo, la desesperación, el hambre, el dolor pero también el coraje y valentía de hombres y mujeres que combatieron en un bando o en otro, a veces sin poder elegirlo, y que aún así lo hicieron con más fiereza que aquellos que, desde la retaguardia, los mandaban a morir. Es una novela sobre la guerra, un asunto que Arturo Pérez-Reverte conoce de muy cerca: cubrió 18, de las cuales siete fueron guerras civiles.
Uso político del pasado
"La Guerra Civil me la contaron de viva voz quienes la habían hecho. Todos ellos han ido muriendo y el testimonio humano ha desaparecido. Sólo queda el discurso ideológico, que está siendo utilizado de manera política”, describe Arturo Pérez Reverte justo el día que su nuevo libro llega a mano de los lectores. “No es que la guerra civil siga abierta, es que la han reabierto”.
Según el autor de El capitán Alatriste y El maestro de esgrima, quienes lucharon la Guerra Civil querían cerrarla, por razones complejas y diversas. “Pero cuando falta talla política, base intelectual e ideológica hay una tendencia bastarda a utilizar lo elemental como argumento político (…) y los jóvenes acaban por comprar esos discurso falsos y facilones”, explica.
"No es una guerra de cuatro generales, cuatro curas y cuatro banqueros contra el pueblo español. Fue una guerra muy compleja y hay que contarla acercando el zoom a quienes estuvieron en la trinchera, no en la retaguardia”. La parte humana de la Guerra Civil, insiste el escritor, periodista y académico, es lo único que es lo único que “nos salva del discurso partidista y miserable”. Es su único contrapeso.
Una guerra endiabladamente española
Línea de fuego sigue la senda de Un día de cólera (2007) y El Asedio (2010), porque teje una obra de múltiples voces. Siendo una novela, Pérez-Reverte crea mucho más que eso: muestra una derrota coral, un enfrentamiento encarnizado. Todo ocurre la noche del 24 al 25 de julio de 1938, cuando 2.890 hombres y 18 mujeres cruzan el río Ebro para tomar la localidad de Castellets del Segre, una localidad ficticia que reproduce el pulso de unas de las batallas más cruentas del siglo XX español.
Durante diez días, nacionales y populares, personas de diferente orden, edad, procedencia, conciencia y condición luchan por cada palmo de tierra sin descanso y sin ceder al desaliento. Recreando, dentro del episodio de la batalla del Ebro, el asalto a un pueblo se convierte en un fresco. En sus páginas hay anarquistas, comunistas, requetés, legionarios, nacionales, brigadas internacionales, soldados de la quinta del biberón.
En las páginas de Línea de fuego resaltan personajes revertianos hasta la médula como Pato Monzón, una teleoperadora comprometida con la República y que forma parte de la sección de Transmisiones; el capitán Juan Bascuñana al mando de la quinta del biberón; Ginés Gorgel, un carpintero de Albacete, al que el alzamiento lo sorprendió en Sevilla y ahora combate con los sublevados; el cabo Selimán y las tropas de Regulares del tabor marroquí…
La parte humana de la Guerra Civil es lo único que es lo único que “nos salva del discurso partidista y miserable”
Con precisión, Pérez-Reverte describe las armas que emplearon, los efectos de la artillería y el fuego cruzado desde las tapias, casas, bardas y campanarios; la amenaza que suponen las granadas, los carros de combate, los bombardeos de la aviación, los asaltos a las colinas por pendientes que resultan eternas y las temidas cargas a bayoneta sobre las trincheras y posiciones del enemigo. Aquí, jóvenes y viejos, tropa y oficiales de este bando y de aquel, sobreviven, pelean y mueren juntos codo con codo.
“Quería que, cuando le lector llevara ya cien paginas, le diera igual si era un legionario, un requeté, un comunista. Porque lo importante es lo humano era lo humano (…) un requeté de 15 años es distinto fuera del campo de batalla, dentro no: son las mismas vidas destrozadas de una guerra que no ganó nadie . Nuestros abuelos perdieron la guerra da igual de en dónde estuvieran”, explica Pérez-Reverte.
“No pretendo limar asperezas, soy un novelista que cuenta historias… y aprovecho para que esa historia sirva de algo a mis lectores"
Esta guerra, insiste el escritor, fue muy española, encarnizada y dolorosa. No luchaban por una posición estratégica y sin embargo unos y otros combatieron hasta matar al otro o morir ellos. “Necesitaba una batalla emblemática, que fuese el resumen de todas. El Ebro fue la más sangrienta hubo 20.000 muertos de los dos bandos y la que mejor reflejaba ese empecinamiento sangriento que fue la guerra civil española”.
“Fue un choque de carneros, muy español. Ese echar la carne al asador, al matadero, lo hacían tato unos como otros. Sin esa presencia sin esa presencia de los mandos la gente no habría hecho lo que hizo. A todo eso, la presión disciplinaria de los mandos sobre la gente, el que deserte los fusilaremos el que se pase al enemigo, lo fusilaremos esa amenaza sobre la propia tropa. Es un horror enfrentado a otro horror”
Arturo Pérez-Reverte está convencido de que Línea de fuego no gustará ni a unos ni a otros. Y eso, asegura, le produce “un cierto retorcido placer” y que entronca con un espíritu que sobrevuela el libro: la mirada que tuvo un escritor como Manuel Chávez Nogales. El prólogo de su A sangre y fuego aparece incluso en boca de uno de sus personajes. “No pretendo limar asperezas, soy un novelista que cuenta historias… y aprovecho para que esa historia sirva de algo a mis lectores. Es una novela es sobre nosotros, sobre nuestra memoria. Es nuestra historia. No es una novela que nos sea ajena. No pretende reabrir el conflicto latente de la guerra civil, sino que el lector se reconozca y se vaya a buscar un libro serio sobre el Ebro o Melchite, para saber qué pasó”.
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