Cuando en abril de 2003, la CNN transmitió a un grupo de iraquíes que celebraban alrededor de la estatua recién derrumbada de Saddam Hussein en el centro de Bagdad, el resto de los informativos del mundo occidental reprodujeron las imágenes como un contagio. Si esa misma cámara hubiese abierto la toma, los apretados manifestantes se habrían diluido convirtiéndose en un grupo pequeño, no mayor a las cien personas. Aquel día, la mayoría de la gente permanecía encerrada en sus casas, aterrada y paralizada por la incertidumbre. Justo esa reflexión –la de lo que vemos y dejamos de ver; lo que se muestra de una u otra manera- es la que abre las páginas de Hello Everybody (Península, 2013), un libro escrito por el periodista holandés Joris Luyendijk, quien narra el reverso de sus cinco años como corresponsal en el Medio Oriente. Y decimos reverso justamente por eso: porque lo que allí cuenta es justo lo que no pudo publicar en sus años de corresponsal en Oriente Medio. Las muchas otras cosas que él veía no eran lo que sus editores querían para la portada del día siguiente.
La idea del mundo árabe como un universo compacto, poblado por hombres con barba hirsuta; permanentemente exaltados que queman banderas es, según Luyendijk, la representación teatral que se ha fabricado Occidente de Oriente. Todo lo que se informa, dice, va dirigido a confirmar esa versión que se cuela, aun y a pesar de la propia conciencia de su presencia. La idea de que una noticia vale más por el lugar desde el que se firma –el dateline- o el análisis de cómo las agencias de información estandarizan lo que llega a las redacciones son sólo algunos de los aspectos que comenta este periodista, quien ahora trabaja como bloguero de banca y finanzas para el periódico británico The Guardian.
El libro de Luyendijk ha sido un bestseller en Holanda, Inglaterra y Estados Unidos.
Hello everybody, que fue publicado originalmente con el título The are just people like us (2006), y cuya traducción al castellano sería Gente como nosotros, intenta rescatar una idea más ajustada de lo que el mundo árabe es -un mosaico complejo del que conservamos una versión achatada- y de lo que el ejercicio del periodismo supone en sociedades como ésa. Fue un best seller en Los Países Bajos e Inglaterra y ahora llega a España con prólogo de Javier Valenzuela. No se trata de un libro apocalíptico y en él Luyendijk no intenta dar clases a nadie, tampoco viene a buscar respuestas sino a explicar por qué es tan difícil de conseguirlas. Con una prosa que hace buen uso del humor -pero sin frivolizar-,Joris Luyendijk cuenta su experiencia en Sudán, Gaza, Bagdad, Palestina, Jerusalén y Egipto, entre muchos otros países, y lo hace, justamente, para reivindicar la importancia del periodismo. La pregunta sería, en tal caso, qué clase de periodismo. Sobre ese y otros temas –la crisis financiera, el papel de Bloomberg o Reuters, el síndrome de Kapuściński o las similitudes entre Bagdad y la City londinense- habla Joris Luyendijk en esta entrevista.
- Al leer Hello everybody, el lector se queda con la impresión de que después de cinco años como corresponsal en Medio Oriente, escribió la información que le pedían y no la que usted quería o veía.
-Soy antropológo. Estudié en el Cairo sobre las diferencias entre Oriente y Occidente y cómo las culturas, en general, son retratadas en Occidente. Sabía hablar árabe. Pensé que estaba muy bien preparado para escribir sobre los musulmanes tal y como eran y no como esa imagen que tenemos de ellos: tíos muy enfadados, con barba, que queman banderas, se levantan pensando que deben destruir Occidente y pegan a sus mujeres. Cinco años después de terminar mi trabajo como corresponsal en Oriente Medio, leí mis artículos y me di cuenta de que eran iguales al periodismo que yo criticaba.
Pensamos en los árabes como tíos muy enfadados, con barba, que queman banderas, se levantan pensando que deben destruir Occidente y pegan a sus mujeres.
-Entonces, si se supone que era usted consciente del tipo del periodismo que no quería hacer. ¿Cómo pudo pasar?
-En el fondo tiene que ver con la forma en la que el periodismo está organizado y no necesariamente en cómo cubres un hecho o una historia. Cuando me marché al Medio Oriente, en 1998, a la gente no le interesaba el Islam. No sabía nada. En 2003, regresé a Holanda y, de pronto, como de la nada, la gente pensaba que sabía acerca del Islam y el mundo árabe, todo basado en la imagen de las dos torres gemelas. Como periodistas, se supone que escribimos noticias y las noticias son la excepción a la regla. Y en un entorno desconocido, como el árabe, eso tiene un efecto distorsionador. Se supone que informamos sobre cómo es el mundo, cuando en verdad publicamos informaciones que confirman una versión ya establecida. Por eso escribí el libro, porque me di cuenta de que jamás podría hablar en el periódico de las cosas que veía: gente que reía; que tenía preocupaciones como cualquier otra; que era pobre, muy pobre; muy distinta entre sí y que ni siquiera hablaba el mismo idioma. Y nunca pude contarlo. Porque no había tiempo, ni espacio, ni era lo que se esperaba. Esa es la paradoja: no poder hablar en los periódicos de lo que se tiene que hablar en los periódicos.
- Al leer este libro y después su blog financiero en The Guardian, uno se pregunta ¿cómo este hombre pasó de la franja de Gaza a la City, en Londres? Al terminar Hello Everybody, queda la idea de que sus aprehensiones como corresponsal son las mismas que como periodista de finanzas.
-Totalmente, creo que hay muchas similitudes entre la forma en que los árabes y las finanzas son representados. Si das una hojeada al Guardian e incluso a los medios holandeses, verás que tienen corresponsales financieros. Gente que debe cubrir todo un sector que, tan sólo en Londres, tiene 250.000 personas o que en áreas como comercio exterior controla intercambios de tres trillones de libras… ¡y solo hay una persona para cubrir todo eso! Hacen economía, finanzas, los aspectos políticos de esa información. Se parece mucho a cómo trabaja un corresponsal. Una sola persona debe informar lo que ocurre en Marruecos, Egipto, Sudan, Iran, Irak, Palestina… Claro que esa persona por sí sola no puede cubrir nada y para hacerlo tiene que consultar las agencias. ¿Qué ocurre, por ejemplo, en el mundo financiero? Consultas lo que Bloomberg y Reuters dicen. Se trata de grandes compañías que no están ahí para ver críticamente lo financiero, porque ellas hacen dinero de la finanzas. Y los teletipos que se envían ya han sido escogidos previamente por gente que necesariamente no es periodista. Lo mismo ocurre con la información internacional.
La gente lee American Psycho, ve imágenes de la gente en la bolsa gritando ‘compra, compra’, ‘vende, vende’ y piensan… ¡esa gente está colocando nuestros ahorros en un casino!
-En Hello Everybody aparece la idea de quién escribe y para quiénes escribe. Quién está dentro y fuera: de un país, de un sector. Hay una cierta sensación de que quien escribe está a ciegas, al igual que quien lee.
-Cuando estudié en el Cairo, tenía la idea de que Marruecos y Egipto eran lo mismo, que eran árabes. Pero no. Es completamente distinto: ni siquiera el árabe como idioma es igual para todos. Hay una composición cultural, política y organizativa completamente diferente. En las finanzas ocurre lo mismo. Cuando empecé, no entendía cuál era la diferencia entre un banco de inversión, la banca comercial o el capital riesgo. Para mí todos eran árabes, era todo lo mismo. La forma en que la gente mira al Islam y a los banqueros es la misma. Las personas ven Irán y piensan en Talibanes terroristas; ven Egipto y piensan en ablaciones, eso lo mezclan todo, lo baten y dicen… ¡Ahhh, malditos! Con las finanzas pasa lo mismo: consultan The Wall Street Journal, leen American Psycho, ven imágenes de la gente al teléfono gritando ‘compra, compra’, ‘vende, vende’ y piensan… ¡esa gente está colocando nuestros ahorros en un casino!
-El acceso a las fuentes parece igual de limitado.
- Hay muchísimos problemas en las finanzas , entre otras cosas, porque tenemos tan poca idea de cómo funcionan... Es un contexto extraño para informar. A raíz de la crisis todo el mundo ha perdido autoridad. Es como la Primavera Árabe: no sabemos en quién podemos confiar, quién tiene la razón, quiénes son los buenos y quiénes los malos. Las finanzas son como las dictaduras árabes, no sabemos qué pasa dentro de ellas, son una caja negra. En información financiera es aún más atemorizante, porque se trata de nuestros ahorros. La gente que vive en las dictaduras o quienes trabajan para esa gran caja negra que es la banca, ninguno de los dos puede hablarte ni decirte cosas. Cuando terminé mi tiempo en el Medio Oriente y me propusieron trabajar para The Guardian, pensé: ‘magnífico, voy a hacer periodismo en Occidente, donde todo el mundo podrá hablarme, porque es una democracia’, y eso no ocurrió. Cualquiera que trabaje en la banca que hable con un periodista sin ser autorizado es sancionado o despedido y eso hace que la gente esté aterrorizada.
Las finanzas son como las dictaduras árabes, no sabemos qué pasa dentro de ellas, son una caja negra.
-Entre los periodistas, existe una especie de distorsión sobre lo que hacemos. Existe una especie de síndrome Kapuściński. Esa idea romántica y literaria de que la propia narración del hecho es más importante que el hecho en sí.
-Creo que entiendo lo que dices. Lo que amo de Kapuściński puede que sea en el fondo, su peor defecto. Cuando escribe una historia, él no promete más de lo que puede dar. En un sentido es modesto. Te dice: ‘Hablé con el emperador y esto fue lo que vi’. Pero su problema de ego destruye ese mensaje, porque se convierte en héroe a la vez que narra. Si no sabes nada de Irán y lees su libro, aprendes mucho. Pero al final, terminas aprendiendo más sobre Kapuściński que sobre Irán. Creo que todos estos periodistas, por ejemplo John Simpson, son más importantes que la historia que cubren. Entiendo y asumo que la objetividad en el periodismo es imposible, porque al contar, tomas decisiones: sobre las palabras que usas, la gente con la que hablas, el enfoque que aportas, así que necesitas ser subjetivo de manera abierta, pero nunca confundir tu historia con cuán fantástico y glamoroso es tu encuentro con ella. Y eso pasa mucho con el periodismo televisivo. De hecho, pienso que Kapuściński podría haber trabajado perfectamente para CNN. Imagina “World reporting whith Kapuściński”. Eso empeora las cosas.
Si no sabes nada de Irán y lees el libro de Kapuściński, aprendes mucho. Pero al final, terminas aprendiendo más sobre Kapuściński que sobre Irán.
-En el libro narra cómo un corresponsal veterano le dijo, en Sudán, que si quería escribir sobre el Medio Oriente tenía que hacerlo en la primera semana, porque a medida que pasara el tiempo, entendería menos. Después de cinco años, ¿qué le pasó usted?
- Cuando entiendes que hay cosas que no entiendes, todavía sigues sin comprender nada, pero puedes verlo con los ojos de alguien sensato y no con los ojos de alguien naive. Porque el primero sabe que no entiende, pero el segundo ni siquiera entiende la idea de que no entiende nada.
- Los medios informan sobre cosas que no entienden. Pienso, por ejemplo, en el caso de la Primavera Árabe…
- Por eso pienso que los periodistas no somos parte de la solución, al contrario, somos parte del problema. Y eso pasa en el Medio Oriente o el mundo árabe, pero también con la información financiera. Cuando a veces le pregunto a las personas que trabajan en finanzas en Londres, qué es lo que realmente les preocupa, me responden que la incertidumbre. Con la cantidad de dinero que circula, nadie tiene ni idea de qué es lo que ocurre. Experimentar con el dinero es peligroso. Y lo que realmente importa no se refleja en las páginas de información financiera. La crisis es la historia política más importante que tenemos que contar. Estamos frente a un grupo de banqueros que se llevan las manos a la cabeza y dice ‘Dios… hemos creado algo que no entendemos’. Lo que ocurre es que nadie, ni responsables ni periodistas, tiene el valor de decir: no lo sé. Los periodistas vendemos la ilusión de que lo controlamos y lo conocemos todo. Y la gente que enciende el televisor o lee el periódico lo hace para que le vendan la ilusión de que todo está bajo control.
Hello everybody
Este no es el primer libro de Joris Luyendijk. Ya en 1998 publicó una serie de entrevistas a mujeres en Egipto y que recopiló, desde el punto de vista de un occidental, en A good man sometimes hits his wife. Tras cinco años como corresponsal en el Medio Oriente para medios holandeses, publicó The are just people like us (2006). Fue un superventas en Holanda y el Reino Unido, también en Estados Unidos, donde se publicó en 2010. Ahora, este libro llega a España editado por Península con el título Hello everybody. ¿De qué se trata, fundamentalmente este libro? No es una colección de reportajes ni de crónicas, aunque podría. Se trata de un volumen que ahonda en las diferencias de percepción culturales, políticas o religiosas que se distribuyen a través de los circuitos de sociedad de la información. “No pretendo escribir un libro relatando cómo democratizar el mundo árabe, ni si el Islam es o no tolerante, o quién tiene la razón en la lucha entre Israel y Palestina, sino más bien lo contrario: un libro que evidencie por qué en Medio Oriente es tan difícil encontrar respuestas con sentido a esas cuestiones”, dice el propio Luyendijk.
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