Jorge Bustos (Madrid, 1982) es un arrogante, eppur si muove. Sí, el periodista se repone del efecto pernicioso del exceso de confianza, que todo lo reblandece, e incluso hasta lo usa a su favor. Con apenas 32 , Bustos se atreve a “meter la mirada clásica” en una España que se debate entre el "autismo punki de Mariano Rajoy" y los “sueños húmedos guevaristas de Podemos” y sin embargo consigue salir airoso del asunto. Eso ha hecho en La granja humana. Fábulas para el siglo XXI (Ariel), un conjunto de más de cincuenta ensayos que proponen una relectura de las fábulas de Esopo, Fedro, Lope de Vega o Kafka, a la luz de la realidad política que se achicharra día a día en los telediarios.
"A veces tiendo a la erudición gratuita, de hecho, tuve que quitar mucha erudición al libro", dice el novísimo fichaje de El Mundo, donde trabaja como columnista. Lo suyo es entenderse con las barras bravas, ya sea la del Congreso de los Diputados o la del Bernabéu, porque resulta que hasta crónica deportiva escribe. Jorge Bustos, quien se reconoce a veces “animalizado por el fútbol”, confecciona en este libro una especie de Arca Noé. Para ello se vale de uno de los géneros pedagógicos y morales por excelencia, la fábula, que permite reflejar a hombres y mujeres en el espejo de una moraleja: los lobos y los perros como trasunto de la vieja política, los cuervos que sobrevuelan el populismo creyéndose águilas…
Esopo, Aristófanes, Schopenhauer, Ambrose Bierce, Kafka o Monterroso servirán a Jorge Bustos para trazar el perfil de la granja contemporánea habitada por quienes se metamorfosean en el burro que toca la flauta o la liebre derrotada por la tortuga. El resultado es un libro ágil y culto, aunque a veces aquejado de un cierto complejo de superioridad que su autor compensa con buena prosa. El uso que hace Jorge Bustos del ensayo lo deja muy bien parado en el trampolín de una primera vez. Sí, porque este es su primer libro, escrito entre la calma del tiempo clásico y el vértigo de la charca tuitera. Tras graduarse de filólogo, Jorge Bustos decidió dedicarse al periodismo, oficio que ha ejercido en medios como Época o La Gaceta. No se le escapa tampoco el ruedo de la tertulia, pues participa en varias: en Radio Nacional, La Sexta y hasta el Real Madrid TV.
Habrá que probar si en esta conversación Jorge Bustos resiste, calmado, como lo hace en los platós: educadísimo y hábil al esquivar a quien busca pillarlo en un renuncio. Y aunque los intentos no son pocos, Bustos encaja bien lo que intenta ser a veces un derechazo, y se mueve a gusto en el cuadrilátero de esta entrevista. Es un arrogante, pero uno que escribe muy bien, pero muy bien.
-Es un libro bien escrito, de prosa culta, pero prepotente y sin matizaciones. Arrogante, en toda regla. ¿Entre talento y ego, con qué nos quedamos?
-Veo que te has dado cuenta. En este libro hay una estrategia de escritor, que creo que resulta evidente. Hay una provocación deliberada con los titulares de los ensayos. Están muy meditados para no contener ni un solo matiz. Son afirmaciones tajantes, prácticamente sentencias. Mi esperanza es que el lector pase del primer párrafo, que es donde pongo todos los matices y empiezo a intentar desarrollar un ensayo sin conclusiones prefijadas. Intenté casar cada fábula con el periódico del día. Ver qué moralejas oficiales proponían Esopo, Lafontaine o Kafka y qué discrepancia podía hacer yo. Porque no me ha importado en absoluto discrepar para hacer mi propia relectura.
"Mi esperanza es que el lector pase del primer párrafo, que es donde pongo todos los matices y empiezo a intentar desarrollar un ensayo sin conclusiones prefijadas"
-Hay una idea central en el libro: sólo el conocimiento redime. Pero al objeto de esa redención, la ciudadanía, la trata como minusválida intelectual.
-Reconozco que hay un cierta arrogancia, que es fruto de mi educación, y que trato de matizar incluyéndome entre los fustigados, por ejemplo, cuando hablo de los tertulianos. Pero sí debo admitir que hay algo en mi naturaleza que tiende al elitismo.
-Más allá de eso, el libro no está por la labor de los buenísmos y echa mano de planteamientos bastante polémicos, como aquello de que sólo deberían votar los cultos y educados.
-Esa es la idea surgió de una corriente que proponía la epistocracia, una especie de evolución de la democracia, muy polémica, basada en dotar al más culto de un mayor peso de voto con respecto a una reponedora del AhorraMas o de Belén Esteban. A final termino rechazzando esa idea. Aunque nos quejemos de que haya algo ontológicamente injusto en que valgan lo mismo el voto de un catedrático de metafísica que el de alguien a quien no le importa la polis y no tiene rango moral o intelectual para intervenir, lo grandioso de la democracia es la igualación de los derechos, que no de las capacidades.
-La elección de la fábula como género moral y pedagógico, ¿no le parece un tanto paternalista?
-Ya, pero desde la humildad de interponer la figura de un animal. Esa es la razón del éxito de ese género desde el siglo VI AC. Decía Jonathan Swift que la fábula es un espejo donde cada espectador sólo adivina la cara de su vecino. Nadie quiere ser ridiculizado por la zorra, el asno o el cerdo de las fábulas, no nos vemos reflejados ahí y sin embargo lo estamos.
-¿Pero por qué la fábula y no la tragedia?
-La tragedia es un género grandilocuente, la fábula es un género humilde, muy cercano a la sátira. Me identifico más con esa forma de enseñar, desde el humor e ironía de una fábula que desde la severidad de una tragedia.
"La historia de la literatura es la historia de propaganda también. Por eso muchas de las moralejas no las acepto"
-Y vaya que el catolicismo se sirvió de ellas. ¿No? Eso dice en el libro.
-Las fábulas tuvieron un éxito impresionante en el Siglo de Oro. Porque la filosofía que subyace en ellas es la idea de la resignación cristiana: quédate como estás. Muchos padres de la iglesia cristiana habilitaron a Cicerón, un estoico, o a pensadores griegos como preparadores del mensaje del evangelio. Las comedias de Lope eran vehículos de la casta de la época para contener al pueblo dándole unos héroes populares. Fuenteovejuna, por ejemplo. La historia de la literatura es la historia de propaganda también. Por eso muchas de las moralejas no las acepto, porque entre la utopía y la resignación, creo que está la virtud. Hay ciertas cosas que debes aceptar si eres un hombre maduro.
-Tampoco es que usted haya vivido mucho.
-Tengo 32.
-Pues es como poco. Su edad es más la que encaja en una generación que se indigna, pero que preferiría mil veces ser un perro alimentado y dócil a un lobo libre y famélico como el de la fábula de Fedro.
-Aunque soy joven, he leído mucho. Especialmente a (Josep) Pla, que dice que este mundo es un valle de lágrimas corregido por un sistema de propinas. Siempre, de forma instintiva, he desoído las llamadas a la revolución. Porque parece que vender revolución es el enganche de mi generación.
-El libro está diseñado en bloques temáticos: populismo, corrupción, vieja política… inquieta que en el apartado de la corrupción no mencionara a la mnarquía española.
-No ha sido premeditado. Soy un monárquico metafísico, me gusta por lo que tiene la corona de anacrónico y exigente. La única garantía de la monarquía es la ejemplaridad, algo que tiene muy claro Felipe VI y que su padre -después del servicio que hizo a la democracia- no supo entender ni prolongar. Yo defiendo a la institución monárquica, no a los Borbones. Y sí los menciono, en una pieza.
-¿Por qué incluye al feminismo entre los populismos?
-Me costó esa decisión. Hay temas que encajan mejor y peor. Hay un feminismo que no tiene nada que ver con el populismo y eso está explicado perfectamente en los dos ensayos que aparecen en el libro. Pero hay un feminismo que se usa como guiño retórico. Las mujeres están muy lejos de alcanzar la igualdad, empezando por el salario. Pero también creo que a las mujeres reales se les ofrece un paradigma inalcanzable que lo que hace es alimentar su frustración. Eso es lo que hace populismo. Propone un idea que, al no poder dar, acaba produciendo rencor.
"Nuestra sociedad es pedestre, se cuenta en los muros de Facebook. Frente a la oferta de subirte al carro de sueños húmedos guevaristas, el PP y el PSOE no puede hacer nada"
-Sobre la fábula de las ranas pidiendo un rey, de Esopo... ¿Cuándo cayó el tronco en la charca de la política española? Y lo más importante: ¿ya llegó la serpiente?
-Esa es la primera fábula que escribí y la que tiene una trasposición más clara. El tronco es Rajoy: la llegada de un líder anacrónico y analógico que no continuaba la forma de gobernar de un político postmoderno como Zapatero, sino que retrocede en la reivindicación de un autismo comunicativo impresionante, como una especie de despotismo tecnocrático, un gobierno de funcionarios en un mundo en el que manda la política de las emociones. Eso es muy punki. Las ranas se aburren, le pierden el respeto a Rajoy y entonces aparece la serpiente, que es el populismo: romántico, aventurero, promisorio. Algo así como bajar de Sierra Maestra y refundar tu propio régimen. Nuestra sociedad es pedestre, se cuenta en los muros de Facebook. Frente a la oferta de subirte al carro de sueños húmedos guevaristas, el PP y el PSOE no puede hacer nada. De eso se tratan las fábulas. Hay que repetir las mismas cosas porque cada día nacen nuevos ignorantes que las desconocen. La labor del pedagogo social no acaba nunca.
- Vivimos de ejercer un periodismo precario, complicado. ¿Estamos cavando nuestra tumba muy alegremente?
-Todo eso tiene una razón: los contadores de visitas. La lógica de Internet está más cerca de la televisión que de la prensa de papel, por los contadores. En la pieza de papel no sabes cuántos la leen o qué incidencia tiene.
-Ah, claro, es verdad que usted ahora escribe para el papel.
-Sí, pero he sido durante años freelance y he conocido la precariedad del periodismo digital. Me he indignado como un Pablo Iglesias frente a la casta periodística. Porque no hay un relevo normal en una sociedad donde nadie se jubila. En el periodismo español, el poder lo tiene la gerontocracia. Aunque el ciclo de la vida terminará abriéndose paso: mi director tiene 40 años. Es como aquella expresión del tipo 'escribió la columna hasta su última día'. Ya, haberlo dejado hace diez años.
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