Cultura

El perro del hortelano, ¿también usted sufre de aquello de comer ni dejar comer?

La Compañía Nacional de Teatro Clásico estrena la comedia palatina de Lope de Vega, una obra que retrata la paradoja, la ambivalencia... un mal contemporáneo, escrito desde el Siglo de Oro.

Por qué llamarlo amor cuando queremos decir albedrío, dos voluntades no del todo guiadas por la razón, dos fuerzas que jalonan la vida desde que el mundo es mundo. Aquella propensión natural al amor a la que Lope de Vega se prodigó con enjundia es la sustancia, o una parte, de este asunto. Cultivador de los más tupidos jardines amorosos, el escritor del siglo de Oro se valió de la picaresca para sacar filo a su vitalismo en la comedia palatina El perro del hortelano (1618), obra que se estrena este 19 de octubre  y con la que la Compañía Nacional de Teatro Clásico abre su temporada. Dirigida por Helena Pimenta, esta nueva versión de Álvaro Tato del clásico de Lope de Vega permanecerá hasta el 22 de diciembre en el madrileño teatro de la Comedia.

¿Cómo es este Perro del Hortelano? Pues tal y como todo cuanto Helena Pimenta toca, con una voluntad contemporánea. Esa forma de extraer de los clásicos aquello que ya existía en su naturaleza: la capacidad para durar en el tiempo, para resonar en el alma de cada lector a lo largo de los siglos. Así, Pimenta y Tato colocan el acento en la mirada del individuo que busca su lugar en la sociedad  pero, sobre todo, en la lectura que plantean del personaje principal: Diana, la Condesa de Belflor, que se enamora de un hombre humilde, su secretario Teodoro, a la vez que rechaza a dos poderosos pretendientes. Afiebrada por los celos que desatan el amor entre Teodoro y Marcela, una dama de su corte, la condesa despilfarra un humor cambiante, se entrega  a los goces, sube y baja en devaneos que parecen –más que humores melancólicos- expresiones de la lucha de quienes defienden el derecho a ser ellos mismos, en este caso su derecho a no casarse con quien no desea.  

El punto de partida de este montaje, han asegurado en un encuentro con los medios tanto Pimenta como Tato, se ubica en una reflexión sobre “qué le pasa a una mujer con poder, a cuántas cosas tiene que renunciar". Eso, dicen: sin tocar una coma del texto.  Pero hay algo más en esta reflexión que actualiza la posición de Diana, y que tiene que ver con la búsqueda individual de cada uno de los hombres y mujeres que pueblan esta comedia. "Son personajes que aman y luchan por encontrarse a sí mismos, pero a veces se buscan, donde no están, en la sociedad. La obra habla sobre este deseo de cambiar de espacio y sobre la lucha entre la naturaleza y la posición social", ha descrito Pimenta, quien ha hecho énfasis en el trabajo de escenificación para la que, según ella, es una de las comedias con mayor personalidad de Lope de Vega. “Construir un clásico, llevar a escena un clásico supone un esfuerzo de escenificación profunda, va más allá de recitar un texto en verso –dice Pimenta-. En este texto se perciben todos los recovecos de la lengua que no somos capaces de percibir día a día”.

El reparto de El Perro del Hortelano a cargo de la Compañía Nacional de Teatro  cuenta en esta ocasión con la actriz Marta Poveda, que da vida a Diana, y a Rafa Castejón como Teodoro. Actúa también Fernando Conde, en el papel de Conde Ludovico, un actor que formó parte del reparto de la versión cinematográfica de este clásico que la cineasta Pilar Miró estrenó en 1996.

Ni comer ni dejar comer, ¿también hoy?

Lope escribió El perro del Hortelano entre 1613 y 1615, aquellos años en los que escarmentado por la muerte de su esposa Juana de Guardo y de su hijo Carlos Félix consciente de su propensión natural al amor, decidió –santo remedio a la pasión que dilapidaría su hacienda con tantos hijos- ordenarse sacerdote. Así pues, Lope  asume los hábitos, aunque ya se sabe que la castidad y el celibato duraron poco, pues eso no le impidió el escarceo con Marta de Nevares –María Leonarda o Amaris en sus versos-. Mucho hay del Fénix de los Ingenios en los distintos personajes de esta comedia en la que amor y deseo actúan como extremos de una misma lanza. Diana, la condesa de Belfort, vive una paradoja. La pretende un marqués y un conde pero ella se rehúsa a casarse. Negarse al trámite pone en riesgo su posición política en Nápoles, en aquel entonces dominado por España. Al igual que el duque de Ferrara en El castigo sin venganza (1631), la duquesa de Belfort recibe un aviso acerca de la forma en que su conducta hará tambalear su poder; con un agravante, la dualidad de Diana se acerca más a la de Cassandra, porque ella, siendo mujer, se convierte en el centro de todas las flechas. En la punta de cada una de ellas está colocada la ponzoña del patriarcado y del tiempo.  La comedia será el género elegido por Lope para ilustrar semejante dilema. Por aquí hasta el nombre de Diana refuerza la paradoja: ninfa y cazadora; pura y devastadora.

Lope consigue  concentrar todavía más la ambivalencia, puede incluso que la suya. El perro, encargado de cuidar el huerto de su amo, ni come los frutos de esa tierra pero tampoco deja comer a los demás. Y ahí de donde surge la analogía se reafirma la paradoja, no sin ahorrar en picaresca -los estudiosos de la obra apuntan la sinonimia entre comer y el gozo sexual  y amatorio-. Y aunque la metáfora se aplica a Diana –ni se decide ni hace- algunos han incluso identificado la actitud del perro del Hortelano en Teodoro: acobardado caballero, que se mueve entre el deseo de ascender socialmente y la humillación continua que su posición entraña.

 Acaso por la ideología que vivifica la conducta de la duquesa de Belfort, Diana solo consigue salvar su dilema –amar a un hombre de una clase inferior- con el engaño, el enredo y la mentira. Ante la dictadura del decoro social, se pone en marcha una cadena de reveses que retratan la única forma en la que la duquesa de Belfort puede anteponer el deseo a su jerarquía. De aquí que la propia Helena Pimenta señale la naturaleza de una obra que podría definirse cual oxímoron y cuya ambigüedad la hace tremendamente contemporánea. Para ilustrar la dualidad Lope además recurre al soneto, acaso porque como la interrogación el soneto favorece la revelación de la verdad. O al menos su complicada y siempre contradictoria sustancia: se puede ser dos cosas al mismo tiempo, o ansiar dos cosas al mismo tiempo. En EL nuevo arte de hacer comedias, Lope “el soneto está bien en los que aguardan”, es decir, aquellos que esperan tensos un desenlace. El soneto, según Lope, es perfecto para quejas, ironía y dubitaciones. Reina la escisión. EL estar dividido en muchos trozos. ¿Acaso usted, lector, no se ha encontrado detenido en ese filo del que desea dos cosas a la vez sin obtener ninguna? Lo dicho, a veces, en lugar de hablar en verso… los clásicos hablan a gritos.

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