Cultura

Pink Floyd, aciertos y errores de su exposición en Madrid

El grupo británico se mantuvo medio siglo en la élite del rock

Mucho público en el pabellón 5.1 de Ifema el sábado por la mañana. Sobre todo, cuarentones y cincuentones boquiabiertos, algunos acompañados por sus hijos. La exposición sobre el legado de Pink Floyd llega con muchos avales: el del museo de arte y diseño Victoria & Albert de Londres, su éxito de público en otras ciudades y contar con el archivo de Nick Manson, batería del grupo y autor de alguno de sus grandes himnos. Fernando Castro, uno de los críticos de arte más cultos de nuestro país, defiende el enfoque del museo Victoria & Albert como una exploración del tejido material de nuestras fantasías; un acercamiento al estado hipnótico que produce la estética de David Bowie, el universo de Christian Dior o el aspecto de las lolitas góticas de Japón, por citar tres de sus apuestas más exitosas. Todo eso aparece en la exposición de Pink Floyd, que abarca desde el frenético Londres yeyé de los sesenta hasta los duros años de desempleo con Thatcher, pasando por la efervescencia de la contracultura estadounidense. En el lado negativo, también muestra algunas carencias que acercan la muestra a una feria de ‘merchandising’ o al parque temático.

Como era de esperar, la narrativa de la exposición está más cerca de la hagiografía que del análisis; profundizar un poco en el impacto social hubiera sido positivo para el retrato de la banda británica. Por ejemplo, no se hace alusión a su influencia en grupos contemporáneos, cuando es obvio que han marcado decisivamente a nombres tan cruciales como Radiohead, U2, Arcade Fire y hasta a grupos de culto como Low. Todos ellos bebieron de su querencia a los discos conceptuales, sus críticas políticas de tono solemne y la consideración de las atmósferas como algo tan importante como el ritmo y la melodía. Solo se incluye un breve referencia al punk, para recordar que Johnny Rotten (Sex Pistols) lucía una camiseta con el lema “Odio a Pink Floyd”, pero luego admitió que en realidad le gustaba el grupo. Es cierto que la tribu punki y los maduros dinosaurios progresivos compartían mensajes antiautoritarios, unos en faraónicos espectáculos de estadio y otros con la urgencia de los adolescentes en la cola del paro. Analizar el contraste entre ambas situaciones hubiese merecido la pena.

Ambiciones psicodélicas

El punto fuerte de la expo es subrayar que el éxito del grupo les facilitó el acceso a tecnología punta y los mejores diseñadores gráficos, multiplicando la potencia de sus propuestas. Supieron aprovechar esta ventaja a fondo y mostrar una ambición inexistente en los grupos de rock actuales. Es emocionante descubrir que Pink Floyd aceptaron una rebaja en sus 'royalties' a cambio de acceso ilimitado a los estudios de su discográfica, una paso que hizo crecer su propuesta. El momento más divertido es el recuerdo a 'Live At Pompeii’ (1972), una desquiciada respuesta a Woodstock donde el grupo actúa en un anfiteatro vacío y contrapone planos de sus  fantasías psicodélicas con imágenes de lava volcánica. Se trata de una cima de la pretenciosidad estética post-hippie. También destaca la crónica de su paso por el festival de Knebworth en 1975, donde llegaron a contratar una cuadrilla de cazas militares Spitfire para que sobrevaloraban el escenario en las canciones donde Waters evocaba el trauma de la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial.

Lo mejor de la expo es el lado material, tanto el cuidado en el sonido (se recorre con unos cascos Sennheiser plusquamperfectos) como la abundancia de material relacionado con el grupo

Lo mejor de la expo es el lado material, tanto el cuidado en el sonido (se recorre con unos cascos Sennheiser plusquamperfectos) como la abundancia de material relacionado con el grupo (pósters, instrumentos, fotografías…). Destaca lo bien explicada que está la aportación de Syd Barret, miembro original que acabó carbonizado por ingesta desmedida de LSD. “Sin él, hubiéramos sido otro grupo haciendo versiones de ‘Louie Louie’ y copiando el blues-rock”, explica Roger Waters. Diversas entrevistas retratan a Barrett como una artista de talento infinito, exitoso con las mujeres, para quién “la vida era algo demasiado fácil”. Se le fundieron los plomos en su etapa de mayor éxito, grabó un par de discos míticos a comienzos de los setenta y su talento se apagó hasta su muerte en 2006. En cierto modo, es una metáfora de los años de la contracultura: los jóvenes reclamaban libertad total de manera inmediata y eso a veces trae su factura (como descubrieron Jimi Hendrix y Janis Joplin, entre otros). La parte más emocional es el rincón consagrado a las dos canciones que dedicaron a Barrett, “Wish You Were Here” y “Shine On You Crazy Diamond”, ambas entre lo mejor del repertorio del grupo.

Otra oportunidad perdida en la exposición es adentrarse en Pink Floyd como metáfora perfecta de la contracultura. En realidad, este movimiento de rebelión juvenil no fue tanto una muestra de rechazo al sistema como un cambio de piel, que supone el paso de la ética protestante que explicó Max Weber a la militancia individualista y hedonista de la sociedad actual. Uno de los discos más famosos de Pink Floyd es 'The Wall' (1979), acompañado de una exitosa película, donde se usan metáforas orwellianas para rechazar el presunto formateado mental al que nos someten las instituciones sociales (escuela, familia, trabajo..). Ese mensaje antiuatoritario fue también usado por las grandes corporaciones occidentales para identificar libertad con libertad de consumo, por ejemplo el legendario anuncio de Apple titulado “1984”, también inspirado en Orwell (y sin duda en la estética de los propios Pink Floyd).

La carrera del grupo, sobre todo a partir del exitoso 'Dark Side of The Moon' (1973), resulta perfecta para explorar las ambigüedades y contradicciones de un grupo antisistema que enamoró al gran público occidental. El recorrido se cierra con su actuación en el Live8de 2005, donde el grupo aparcó sus diferencias para participar en un concierto que pedía al G-8 la reducción de la deuda a los países en desarrollo. Seguramente ese sea el límite político del rock: recordar a quienes mandan que tampoco pasa nada por ganar un poco menos a costa de los demás. La exposición sigue abierta hasta el próximo quince de septiembre.

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