Cultura

La hazaña del Plus Ultra

Hércules, durante los penosos trabajos que le impusieron como penitencia por haber matado a sus hijos, separó con su sobrehumana fuerza dos montes, Abila y Calpe, uniendo las aguas del

Hércules, durante los penosos trabajos que le impusieron como penitencia por haber matado a sus hijos, separó con su sobrehumana fuerza dos montes, Abila y Calpe, uniendo las aguas del Océano con las del Mediterráneo. Así se formó según la mitología el Estrecho de Gibraltar, cuyos mojones, Calpe (el Peñón de Gibraltar) y Abila (el Monte Hacho, en Ceuta), serían “las Columnas de Hércules”. Griegos y romanos consideraban que aquello era el fin del mundo, que no había nada más allá. Era el “Non Plus Ultra”.

Ese mito fue deshecho por el descubrimiento español del Nuevo Mundo en 1492, cuando los Reyes Católicos enviaron la expedición de Colón con el consciente propósito de abrir el camino de las Indias por el Oeste.

Cuando el nieto de los Reyes Católicos, Carlos I, cumplió 16 años fue nombrado soberano de la Orden del Toisón de Oro. Era costumbre de los caballeros medievales adoptar un lema, y Carlos optó por quitar el “Non” del antiguo adagio latino y quedarse con “Plus Ultra”, Más Allá, en reivindicación de la gesta española que le había dado el mayor imperio del mundo. Carlos incorporó el lema a su blasón, añadiendo también las Columnas de Hércules, como se puede ver en el actual escudo de España; al fin y al cabo Hércules era antepasado de los reyes de España. Y de forma natural, casi obligada, el nombre de Plus Ultra bautizaría la gran hazaña de la aviación española, la travesía del Atlántico Sur en 1926.

Los años 20 del siglo pasado fueron el decenio prodigioso de la aviación. Un puñado de héroes aventureros se jugaron –y perdieron- la vida por el ansia de volar más lejos que nadie, de realizar gestas memorables. La década culminaría con el vuelo de Lindberg en 1929, Nueva York-París en solitario y sin escalas, pero durante los años anteriores otros habían ido abriendo el camino de Lindberg.

Aquellos vuelos protagonizados atravesaban el Atlántico por el Norte, el camino más corto –solamente hay 3.339 kilómetros entre Terranova e Irlanda-, pero unos visionarios españoles concibieron la travesía trasatlántica más larga, volar de España a Buenos Aires, más de 10.000 kilómetros. Se llamaban Ramón Franco y Mariano Garcerán, uno era el aventurero capaz de todo, el otro el técnico que diseñó el proyecto, aunque Garcerán pidió la baja en la aviación por un choque con sus jefes, dejando solo a Franco en la hazaña.

Los hermanos Franco

Ramón era hermano de Francisco Franco, el futuro dueño de los destinos de España, y se parecían mucho físicamente, pero no podía haber personas más distintas. Francisco Franco era el hermano serio, organizado, sobrio, implacable en la disciplina militar. Ramón era un idealista y un viva la Virgen, mujeriego y extravagante, que en la Guerra de África incluso se “amoriscó”, leía el Corán y vestía chilaba.

A Francisco le llamaban “el Comandantín”, a Ramón “el Chacal”. Ideológicamente estaban en las antípodas, Francisco era un católico ultraconservador, Ramón un revolucionario medio republicano, medio anarquista. Sólo eran iguales en una cosa, el valor, ambos fueron héroes de guerra, ambos ganaron la Medalla Militar en África.

Pero a Ramón no le bastaban las condecoraciones, quería gestas que le hicieran famoso, y lo consiguió. Tras la baja de Garcerán reclutó un nuevo equipo, Julio Ruiz de Alda, un aviador procedente del arma de Artillería, número uno de su promoción, y Juan Manuel Durán, un piloto de la Marina. También encontró un mecánico, Pablo Rada, que pese a la diferencia social–Rada era un simple carpintero que se hizo mecánico en la mili- se convertiría en su gran amigo y compañero de aventuras políticas.

Consiguieron un hidroavión alemán, un bimotor Dornier W-12, con el que despegaron de la Bahía de Palos de la Frontera el 22 de enero de 1926. Los tripulantes no tenían cabina, iban al aire, Franco y Ruiz de Alda pilotando delante, los otros en la parte trasera.

No se podía ni pensar en un vuelo sin escalas, había que ir repostando combustible, de modo que el Plus Ultra fue dando saltos. Canarias, Cabo Verde, y desde allí el salto del Atlántico, 2.300 kilómetros hasta la isla de Fernando Noronha, donde amarizaron de emergencia porque se terminaba el combustible. En esa parte del viaje, la más arriesgada, se les rompió una hélice.

De Fernando Noronha pasaron a Pernambuco, ya en el continente americano, donde estuvieron unos días haciendo reparaciones, y a partir de ahí fue un viaje triunfal, con recepciones apoteósicas en Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires, donde Carlos Gardel les dedicó un tango, el máximo homenaje que podía hacer Argentina.

Por esa manía española de recordar lo malo y olvidar lo bueno, el vuelo del Plus Ultra, que en su momento fue un acontecimiento mundial, no ha pasado a la memoria colectiva española, ni mucho menos ha sido mitificado como sería el de Lindberg. Diríase incluso que fue una hazaña que mereció la maldición de los dioses, por el trágico final de sus héroes.

Durán fue el primero en pagar el tributo de los pioneros de la aviación, seis meses después del vuelo del Plus Ultra se estrelló en Barcelona. Tenía 26 años. El segundo fue Garcerán, el que estuvo en la gestación del proyecto pero no voló con él. Reingresó en la aviación y en 1933 realizó con éxito un vuelo Sevilla-La Habana, pero en la siguiente etapa, a México, desapareció.

Julio Ruiz de Alda vivió más, pero habría querido morir a los mandos de su avión, como los anteriores, y no como lo hizo. Ruiz de Alda se metió en política, junto a José Antonio Primo de Rivera fue uno de los fundadores de la Falange. En marzo de 1936 fue encarcelado en una operación del gobierno frentepopulista contra los falangistas, de modo que el 18 de julio le pilló en prisión. La noche del 22 de agosto, milicianos anarquistas cometieron “la Matanza de la Cárcel Modelo”, 30 presos políticos fueron asesinados, Ruiz de Alda entre ellos.

Ramón Franco estuvo a punto de morir en 1929, cuando por su cuenta intentó darle la vuelta al mundo en avión. Desapareció sobre el Atlántico y estuvo perdido durante una semana, cuando un buque de guerra inglés lo encontró flotando sobre las aguas.

Luego se implicó en política, pero influido por el mecánico Rada lo hizo en el campo opuesto a Ruiz de Alda. En la sublevación de Jaca de 1930, un intento de pronunciamiento militar republicano, Ramón Franco, que tenía enorme prestigio en la aviación, sublevó a la Base Aérea de Cuatro Vientos. Acompañado de Rada despegó con un avión y se dirigió al Palacio Real, residencia de Alfonso XIII, con la intención de bombardearlo. Pero al llegar vio niños jugando en los alrededores, y no lanzó las bombas para no causar víctimas inocentes. En ese mismo avión se fueron al exilio.

Al proclamarse la República le nombraron jefe de la aviación, pero un cabeza loca como él no podía asumir esa responsabilidad. Para quitarlo de en medio lo mandaron de agregado aéreo a Washington. Allí le pilló el Alzamiento y, sorprendentemente, Ramón Franco se puso de parte de los sublevados. No fue tanto por estar junto a su hermano como por el horror que le causó el asesinato de Ruiz de Alda. En una misión de bombardeo sobre Barcelona su avión cayó al mar en 1938 y acabó su agitada vida.

El único del Plus Ultra que escapó a una muerte violenta fue el mecánico Rada, que pasó 30 años en el exilio y solamente regresó a España para morir. Él también soportó la maldición del Plus Ultra.

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