Cultura

Algo huele a podrido en la cultura de Valencia

Compromís y otros agentes de la izquierda buscan dominar las instituciones culturales, gobierne quien gobierne

La derecha española se ha caracterizado casi siempre por su desdén hacia la cultura. La izquierda, por el contrario, domina ese terreno como si fuera su casa, empapada de las lecciones de Gramsci y asistida también por su dominio de las habilidades necesarias para montar chiringuitos subvencionados. Un buen ejemplo es Valencia en los últimos diez años, donde usando su discurso con mano de seda (mesas sectoriales, códigos de buenas prácticas, manifiestos de inclusividad…) el progresismo ha impuesto un dominio de hierro. Este artículo, escrito con fuentes del sector, intenta explicar la estrategia política que priva a los valencianos de una cultural plural y abierta.

El proceso comienza unos años atrás: el sector de la Cultura, en casi todas partes, ha sido mayoritariamente progresista (al menos, en discurso). También es tremendamente precario, ya que depende sobre todo de las decisiones de unos pocos agentes, donde destacan aquellos con acceso al presupuesto público. Con estos mimbres, en 2007, la Mesa Sectorial del Arte Contemporáneo (compuesta por diversas asociaciones muy cercanas a los ministros de Cultura del PSOE) decide comenzar su tarea de conquista de las instituciones valencianas. Su caballo de Troya es un Código de Buenas Prácticas, redactado por ellos mismos, que bajo su apariencia de neutralidad y profesionalidad busca dominar los resortes de poder en diversas instituciones. Con objeto de legitimarlo, se busca el respaldo de la ministra Carmen Calvo, pero ella no ve del todo limpia la jugada, así que lo suscribe a cambio de que no sea vinculante, dejándolo reducido a mera estética. “Luego llega la gran crisis económica de 2008 y los agentes culturales progresistas de Valencia entienden que o se hacen con el control de los presupuestos o van a pasarlo muy mal”, me explica un periodista cultural valenciano experto en arte.

Los gobiernos valencianos del PP en esta época tampoco entran al trapo del Código, ya que intuyen que sería ceder el poder que les han otorgado las urnas. El progresismo cultural se une al linchamiento de los telediarios, que hablan de manera constante de los trajes de Camps (caso del que fue absuelto), las comisiones de "El Bigotes" (que fue condenado a cárcel) y el ‘pitufeo’ de Rita Barberá (sumario que terminó con su carrera, aunque luego resultó absuelta). "Se va creando el clima de que la derecha toma decisiones 'a dedo' y que hace falta el criterio de mesas sectoriales. Es un planteamiento que suena razonable, pero que en el fondo es perverso: los integrantes de esas mesas del sector son escogidos sin criterios democráticos y sus códigos de buenas prácticas elaborados sin publicidad, muchas veces por personas que resultan luego beneficiadas en las selecciones", explica a Vozpópuli un conocido gestor cultural.

A partir de 2008, la izquierda valenciana se pone a sembrar pero no logra cosecha hasta 2015, cuando el Pacto del Botánico permite a Compromís hacerse con la Consejería de Educación, Cultura y Deportes. En apenas tres meses, el partido pone en marcha el llamado Código de las Buenas Prácticas de la Cultura Valenciana, por cuyo modelo se lleva a cabo la selección de agentes muy implicados en esta operación de control político. Tras años de picar piedra, la cosa empezaba a marchar. Cabeceras digitales como El Diario.es y Valencia Plaza sirvieron como altavoces para bendecir la operación en los medios.

En 2018 Compromís saca adelante una Ley del IVAM encaminada a conceder mayor autonomía a esta institución y a implantar tanto en lo que respecta a su órgano de gobernanza (Consejo Rector) como a su dirección artística los principios contemplados en el  Código. El Consejo Rector en la etapa de Compromís estaba dominado por afines a su ideología y la dirección recaía en Nuria Enguita, cuyos planteamientos expositivos estaban plenamente alineados con la cultura woke, en especial con el feminismo radical.

Buenismo tóxico

El 30 de junio de 2023, estando en funciones el gobierno del Botánico, tras perder las elecciones en mayo, se reúne el Consejo Rector del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) bajo la presidencia de la consellera de Educación, Cultura y Deporte de Compromís, Raquel Tamarit, y renueva a 8 de sus 15 miembros, es decir, a la mayoría. La renovación se hace por cinco años y tiene el carácter de “irremovible” conforme a la propia Ley del IVAM, que precisamente perseguía este tipo de medidas para que si hubiese un cambio de Gobierno ello no conllevase un cambio de enfoque en el máximo órgano del museo. La izquierda consigue entonces lo que buscaba: dominar el ecosistema cultural valenciano sin someterse a más control que el de personas afines.  

A pesar del triunfo, Nuria Enguita se vio obligada a dimitir al publicarse en prensa una información sobre unas donaciones en favor de una fundación creada por Vicente Todolí, quien había formado parte del jurado que la eligió como directora.  No tenía muchas más salida, ya que la Consellería había puesto el asunto en manos de la fiscalía. A partir de ese momento, se abre la necesidad de nombrar a un nuevo directo del IVAM. El poder de este museo lo tenían afines a Compromís, así que desde la Consellería no se vio otra opción que dejarles actuar, elaborando unas bases ajustadas a sus propósitos. La tela de araña funcionaba según lo previsto.

Esto no es solamente una cuestión del progresismo contra la derecha, sino de permitir prácticas de chiringuito o no permitirlas.

¿En qué momento se encuentra ahora el secuestro progresista del IVAM? A finales de julio, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana suspendió de manera cautelar la elección de un nuevo director para la institución. El motivo fue la presentación de un recurso que cuestiona la composición de los siete miembros de la comisión de valoración, ya que cinco de ellos formaban parte del Consejo Rector del museo (se supone que está comisión debería ser independiente, por tanto no vinculada al museo). El recurso objeta a esta dinámica en la que el museo se convierte en juez y parte, siguiendo la lógica ‘juan palomo’ que buscaba imponer el progresismo valenciano. La sala estimó la medida cautelarísima de suspender la elección, algo poco habitual -más a principios de agosto-, por lo que está claro que apreció algún indicio de irregularidad.  

Cumpliendo su función de apoyo del discurso de Compromís, tanto Eldiario.es como Valencia Plaza acusan ahora al presidente Carlos Mazón de haber paralizado la Cultura de Valencia, cuando en realidad han sido los mecanismos de control impuestos por la izquierda los que dificultan cualquier solución en diversos centros culturales. Quien más claro ha hablado sobre el asunto es Paula Añó, exsecretaria Autonómica de Cultura: “No hay parálisis en la en la Consellería de Cultura. El Botánico nos dejó un embolado”, explicó en una entrevista el pasado cuatro de junio.  Para hacernos una idea, basta recordar la  ‘performance’ surrealista de Peréz Pont cuando el consejero Barrera decidió despedirle: acudieron al Centro Cultural el Carmen unas cien personas afines (galeristas, periodistas y representantes de la izquierda) mientras él pronunciaba un discurso que terminó con la frase “Los políticos están de paso, los profesionales hemos venido a quedarnos”. Sus fieles aplaudieron la ocurrencia: queda clara la mentalidad de quien no está dispuesto a someterse a ningún poder democrático. 

En realidad, esto no es solamente una cuestión del progresismo contra la derecha, sino de permitir prácticas de chiringuito o no permitirlas. El prestigioso crítico de arte contemporáneo Fernando Castro, que hace bandera de su izquierdismo, explica en el último número de la revista Descubrir el arte como este ‘secuestro buenista’ de las instituciones culturales se está extendiendo de manera alarmante: "Las así llamadas 'buenas prácticas' han favorecido que los 'mejores amigos' sienten sus reales en las poltronas museísticas (...) Poco importa que en el jurado hubiera 'gentecilla' que se tuviera que haber inhibido por un mínimo de ética. Eso es pedir demasiado. Las 'cuadrillas trepadoras' necesitan impedir a toda costa que se ponga coto a la mediocridad. En una ocasión futura necesitarán a un coleguita para seguir medrando", denuncia. Su texto merece leerse completo, ya que describe este proceso general y pujante, que en Valencia además se dio con coartada política progresista, engañando a muchos votantes que desconocen los mecanismos de la administración y las camarillas del mundo del arte.

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